Paula Velásquez Escalofriada - Sincronía

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Layla Bramson oculta un don sobrenatural que la hace vulnerable a las palabras, Zack Hawkins está obligado por un contrato de confidencialidad a mantener su trabajo en secreto; ambos vivieron una tragedia que envió sus vidas en direcciones opuestas. Ella es la única que podría devolverle la fe en sus historias, él es quien la puede armar de valor para enfrentar sus miedos.
Solo hay un problema: ellos aún no se conocen.

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Fabrizio les imponía muchas reglas, la mayoría respecto a su trabajo como escritores fantasmas, pero había unas cuantas en lo que respectaba a su relación con los demás colegas:

—Si hubiera seguido las reglas, no serías mi mejor amigo, Zack Hawkins.

—Y eso sería una lástima, Dexter Coleman.

Había una regla, una sola regla que no había roto todavía con él: nunca le había hablado sobre sus clientes. Solo una persona sabía sobre ellos. Hannibal había dicho que Maggie no iba a tardar en descubrir sobre su trabajo, pero hasta el momento, ella no tenía idea.

¿Cuánto tiempo pasaría antes que lo supiera?

1Magdalena de chocolate, galleta Graham y glaseado de malvavisco.

Sincronía - изображение 12El fracaso la hizo valiente.

A él lo volvió un cobarde

Ella

(Cuatro años antes)

—Patrick dijo que me necesitaba, chef.

Dave Hoffman, su jefe, le dio una sonrisa que no le subió a los ojos. Señaló la silla vacía frente a su escritorio.

—Así es, toma asiento, por favor.

Cerró la puerta de la oficina, se quitó su gorro y se sentó.

—Layla, yo realmente aprecio a tu padre...

«No empecemos con eso».

—... y por eso acepté darte un lugar aquí.

—Sí, señor.

—Llevas dos meses acá. Te he probado en casi todas las estaciones de la cocina y en todas retrasas la línea. Eres demasiado perfeccionista. Te preocupas en exceso por cada detalle de cómo se ven los platos.

—Gaia’s Restaurant se destaca por su excelencia. Cada plato debe verse perfecto.

—Si los clientes se cansan de esperar y se van, no van a ver ni probar los platos. Layla, hay que hacer las cosas bien, pero rápido. Pensé que con el tiempo agilizarías, pero no.

Ella guardó silencio.

—Varios de tus compañeros se han quejado de que no sabes trabajar en equipo, de que no pueden tener una charla normal contigo.

—Admito que no soy la más conversadora, pero eso no me hace mala cocinera.

—Les haces sentir que no confías en ellos, como si tú pudieras hacer las cosas mejor que nadie.

«Bueno, eso no es tan alejado de la realidad», pensó, pero no dijo nada.

—Y están las ausencias. Has faltado tres veces en este mes. Ayer, cuando más te necesitábamos, faltaste, ni siquiera llamaste temprano para buscarte un suplente, Patrick tuvo que hacer su trabajo y el tuyo.

Tenía que agradecerle luego por eso.

—Sé qué eres una buena chica y sé que conseguirás un empleo pronto en un lugar más apropiado para ti.

—No haga esto, chef.

—En un tiempo, cuando hayas adquirido el nivel podrás volver a intentarlo en la alta cocina.

—Yo acabo de mudarme a un apartamento.

—Con la liquidación tendrás para mantenerte mientras consigues otro empleo, ya verás.

—No quiero otro empleo. Puedo mejorar, solo deme tiempo.

—No tenemos tiempo para novatos.

Así fue como Layla perdió el empleo en el restaurante de sus sueños.

Después de hablar unos minutos más con Dave, salió de la oficina. En la cocina solo quedaba Patrick, quien estaba organizando.

—¿Qué te dijo el jefe supremo?

Sus ojos se humedecieron. Patrick entreabrió la boca.

—Oh, no, no lo hagas. No sé qué hacer cuando las mujeres lloran, menos cuando es por mí.

Sonrió. Iba a extrañar al idiota.

—¿Ves? Eso está mejor. Ahora, no me digas nada, espera a que estemos en The Hall con dos cervezas. Vamos, trae tus cosas.

Se cambió el uniforme y tomó sus pertenencias. Salieron al aire frío y eso de alguna forma la hizo sentir mejor. Hacía un calor terrible allá dentro.

El celular de Patrick sonó. Una sonrisa traviesa se dibujó en su boca al contestar.

—Pandora, eres tú.

Layla se ató una cola de caballo para que la brisa llegara a su cuello.

—Ujum... Sí... Okey. Bueno, tu asunto deberá esperar porque yo estoy ocupado esta noche. Una mujer me invitó a salir, no puedo rechazar un trasero así.

—¡¿Qué?!—chilló Layla. Le dio un golpe en el brazo.

Patrick vocalizó un «¡auch!» y se sobó el brazo. Le guiñó el ojo, sonreía divertido. Sin embargo, la expresión en su cara cambió como si lo hubieran golpeado en las bolas. Su mandíbula se tensó.

Layla hubiera dado una pequeña fortuna por haber causado esa expresión alguna vez.

—Ya tienes al caribonito para que te acompañe. No sé para qué me necesitas entonces.

Patrick pasó la mano por su nuca.

—Sí. Adiós.

Colgó.

Layla esperó a que le diera alguna explicación, pero en su lugar le dijo:

—¿Siempre tienes que golpear a tus amigos?

Layla se encogió de hombros.

—No solo a mis amigos, a cualquier hombre si se mete conmigo.

—Pobre del que sea tu novio.

—Ja, ja.

Fueron a The Hall. El bartender los saludó.

—¿Lo de siempre?

Asintieron.

Se sentaron en un sofá rojo. El ambiente de The Hall era

cálido. Las paredes eran cafés y estaban adornadas con fotos de cantantes clásicos de R&B. Música de fondo, pero no lo suficiente alta como para poderse escuchar entre sí. En ese momento,

sonaba II B.S. de Charles Mingus.

Patrick pasó el brazo sobre los hombros de Layla.

—¿Qué te dijo? Ahora si puedes llorar.

Ella rio. Las palabras hicieron un nudo en su garganta.

—Estoy despedida.

Su voz se cortó. Patrick la atrajo hacia sí.

—Lo siento.

Layla se recostó en su hombro.

—¿Puedo saber por qué te despidió?

Ella le contó su conversación con Dave. Mientras le contaba, sus cervezas se terminaron y tuvieron que pedir otras.

—¿Por qué faltaste ayer?

Ella titubeó antes de contestar.

—Tuve una crisis nerviosa.

Él abrió los ojos de par en par.

—No te ves como una mujer que pierde los nervios. Siempre eres tan... centrada. ¿Puedo...?

—Preferiría no hablar del tema.

Layla no le confiaba a nadie sus problemas, menos si tenían un origen inexplicable.

Su amigo asintió.

—No pasa nada.

Ambos bebieron sus cervezas en silencio. Ella pensó en que debía agradecerle por cubrirla, pero no supo cómo hacerlo.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —Abandonó su hombro, fijó la mirada en sus oscuros ojos.

—Sí, pienso que tu trasero es sensacional.

Layla golpeó su abdomen.

Patrick rio.

—Lo siento. No puedo ver esa cara que tienes. Tienes apenas veintidós años. Tu vida no ha terminado. Solo... tomó un nuevo rumbo.

Ella suspiró.

—Mi pregunta es... —Layla bebió otro sorbo—. ¿Crees que es difícil tratarme? ¿Trabajar conmigo?

Patrick cruzó sus brazos.

—¿Quieres una respuesta honesta? ¿No vas a golpearme o anular mi capacidad de tener hijos?

Layla resopló.

—No. No creo.

—Está bien... Eres un búnker. Nunca quieres hablar muy a fondo de ti, ni conocer a los demás. No aceptas críticas o reconoces tus errores. El problema es que no confías en los demás, ni para que hagan parte de tu vida, ni para trabajar con ellos.

Bueno, eso era demasiado honesto.

—¿Y qué sugieres que haga?

—Tienes que bajarte del trono y hablar con los plebeyos, su alteza.

Dicen que las personas reservadas acumulan todo en su interior, hasta que un día, con la chispa adecuada, explotan. Esa sencilla frase fue la llama que detonó la dinamita dentro de Layla.

—¿Quieres que vaya por ahí como tú hablando de todo con todos como si fuera una fiesta y todos estuvieran invitados? Algunos no somos así. No podemos ser así, no nos gusta ventilar nuestras vidas, pavonearnos frente a todos.

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