Ella asintió, sacó una libreta morada mediana de su bolso, tomó un papel que había dentro y se lo dio. Él lo abrió. Sintió una opresión en el pecho cuando reconoció la caligrafía.
Era la letra de su abuelo.
Janine apuntó hacia unos párrafos al final del papel.
—Quiero que leas esto.
—¿Segura? —dijo, intentando lucir desinteresado—. Se supone que las correspondencias son privadas, ¿no?
—Sí, claro, por eso nadie ha leído las cartas de Lovecraft, ni de Kafka. Vamos, léela.
Hemos estado atareados con la librería. Es un alivio que tu mamá está al tanto de todo para ayudarnos. Ha sido una guía esplendida. Caryn ha recuperado un poco el semblante y se mantiene ocupada con los encargos. Hannah no permanece en casa, ahora se la pasa con un grupo de chicos callejeros, se ha vuelto una adolescente rebelde. Supongo que es su forma de lidiar con el duelo.
Aun así, no me preocupa tanto como Zack, no lo reconocerías. Parece que hubiera perdido toda su vivacidad, ni siquiera su grado lo hizo feliz. La sonrisa nunca le sube a los ojos. Me gustaría que estuvieras aquí a ver si lo haces sonreír de verdad. Le he dicho que te llame, pero se niega a hacerlo. Somos tan tontos los hombres.
Pero no todo respecto a él son malas noticias, el otro día lo vi escribiendo. Le pregunté que era y dijo que nada importante. Pero cuando se fue a prepararse una taza de chocolate, espié el papel (no me juzgues), y adivina qué, ¡era una historia! Solo alcancé a leer las primeras líneas y el título.
No sabes cuán feliz me siento, supongo que me lo dirá a su debido tiempo. No sé de qué se trata, pero sé que será magnifica. Él siempre dice que nunca escribirá una novela completa, y que mucho menos será escritor, pero yo estoy seguro de que, si lo hiciera, sería incluso mucho mejor que yo. Lo supe desde que tenía diez años y leí su primer cuento.
Así que, ahora que has decidido que volverás a Vancouver a ser una editora de éxito, déjame decirte cuál será uno de tus próximos proyectos: Elixir de Zacharias Hawkins.
Su pecho tembló como una hoja. La puerta que estaba bloqueando todo su dolor fue arrancada de los goznes y sus sentimientos salieron disparados a borbotones. Las lágrimas diluyeron las letras y tuvo que devolverle la carta a Janine. Su cuerpo se inclinó hacia adelante, incapaz de soportar el peso de su pena. La realidad abrumadora de que su abuelo ya no estaba en este mundo cayó sobre él.
Janine le quitó los lentes, pasó los dedos por su cabello, guiando su cabeza hacia su hombro. Él no se opuso, a pesar de que se sentía desnudo como árbol en el otoño.
—Quería decírselo, quería... sor-sorprenderlo, pe-pero estaba esperando. —Pausó para calmarse un poco—. Estaba esperado ter-terminar el primer capítulo. —Levantó la cabeza y la miró directo a los ojos—. Ahora nunca lo leerá. Ahora nun-nunca me dirá si es una buena historia o no. ¿Por qué tuve que esperar tanto? ¿Por-por qué siempre pienso tanto para hacer las cosas?
Ella negó con la cabeza.
—Él se fue sabiendo que tú ibas a escribir una novela. Ahora solo te queda escribirla y cumplir su deseo. Yo la editaré y buscaremos una editorial que la publique. Tu abuelo y tu papá, donde estén, estarán muy orgullosos de ti, ¿okey? Mi mamá me contó que en la librería tienen un estante para los libros de la familia. Vamos a poner tu libro ahí, ¿está bien?
—Lo haces sonar tan fácil, no soy un novelista.
—Tu abuelo lo dice aquí —dijo levantando la carta—, llevas escribiendo once años. Además, eres un lector ávido, has leído novelas en todos los idiomas que existen. Tienes suficiente experiencia para hacer tu propia historia.
—Solo he leído novelas en cuatro idiomas, mi alemán todavía es muy básico, he leído únicamente cuentos.
Ella rio y rodó los ojos.
—Me encanta tu falsa modestia.
Pasaron juntos el resto del día. Ayudaron al tío Ethan a llegar a casa, los abuelos de Janine invitaron a su familia a almorzar y todos contaron historias sobre su abuelo. Caminaron juntos por la playa Jericó y ella le recitó la presentación de su tesis. Él le contó de su vida en el último año y de qué trataría Elixir. La llevó al aeropuerto y se despidieron con un cálido abrazo.
Cuando llegó a la casa, su madre estaba en el comedor, rezando el rosario. Al verlo entrar, se interrumpió para preguntarle cómo le había ido.
—Janine va a volver a Vancouver.
Ella asintió.
—Eso me dijo. ¿Y cómo te sientes al respecto?
—No lo sé, tal vez cuando vuelva y esté lejos de esa vida salvaje de Nueva York, podremos seguir donde nos quedamos.
Ella clavó la vista en los cuencos de su rosario.
—Es lo que me temía.
—¿Qué?
—Que tú sigas con esa idea de que Janine va a ser el amor de tu vida.
—Pero tú la conoces y sabes lo que siento por ella.
—Sí, la conozco desde que era una bebé. Le guardo cariño a Janine y lo sabes. Creo que es una amiga fantástica, pero no es material de novia.
—Yo sé que podría comprometerse si ella estuviera con alguien que realmente ame.
—Zack, tú crees que Nueva York cambió a Janine, pero no fue así. Nueva York solo reveló lo que ella es en realidad.
—Caryn se levantó y se dirigió a las escaleras—. Piensa en eso, buenas noches.
Odiaba cuando su madre daba esas sentencias. Lo odiaba porque siempre resultaba teniendo razón.
—Buenas noches, mamá. Descansa.
Bajó a la librería y encendió la luz. Observó el estante principal, ocupado por las obras de su abuelo. Tomó una escalerita para alcanzar lo más alto, reacomodó los libros, corriéndolos hacia los lados.
Abrió espacio suficiente para poner un nuevo libro.
Su libro.
1Medicamento usado para tratar el dolor de cabeza causado por el estrés.
Ella quería ser reconocida.
Él era una celebridad en secreto
Ella
(Diez meses antes)
Layla inhaló una gran cantidad de aire fresco. El cielo pintado de colores violáceos la cubría. Sus piernas pedaleaban a un ritmo constante. La bicicleta se deslizaba con ligereza por el sendero del parque Hemingdoll. Lo que le gustaba de montar cicla en las mañanas era la poca compañía que tenía; el camino estaba vacío frente a ella.
Una pieza de Michael Giacchino sonó en su iPod Shuffle. La guitarra comenzó la melodía, se le unió el xilófono en una carrerilla y por último entró el acordeón. Se repitió el ritmo, esta vez todos acompasados, acelerando en un crescendo. Se repitió de nuevo, aún más rápido. Entonces, su parte favorita: el saxofón. Fue una explosión de colores. Cerró los ojos, deleitada.
—¡Digby! ¡No! —gritó una voz aterrada.
Ella abrió los ojos y vio a un Schnauzer detener su correteo justo a su lado. Ella viró hacia la dirección contraria para alejarse de él y por poco pierde el equilibrio. Tenía el corazón desbocado, giró la cabeza lo suficiente para ver que el perro estaba bien
y había emprendido el camino de vuelta.
Volvió la vista al frente.
—¡Fíjate por dónde vas, chiflada!
—¡Lo siento! —gritó, sin voltearse a mirar.
Le costó recuperarse del susto.
Las bandas sonoras le permitían seguir escuchando lo que pasaba a su alrededor. Punto para las bandas sonoras.
El 90% de las canciones que tenía en su iPod no tenían voces y el otro 10% tenían letras que evocaban sensaciones agradables. Por tal motivo, había aprendido toda suerte de coreografías, pero se sabía muy pocas canciones.
Después de dar sus habituales vueltas al parque, llegó al apartamento de su hermano relajada. Elijah estaba en la cocina, desayunando. Empujó un plato de cereal hacia ella.
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