Paula Velásquez Escalofriada - Sincronía

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Layla Bramson oculta un don sobrenatural que la hace vulnerable a las palabras, Zack Hawkins está obligado por un contrato de confidencialidad a mantener su trabajo en secreto; ambos vivieron una tragedia que envió sus vidas en direcciones opuestas. Ella es la única que podría devolverle la fe en sus historias, él es quien la puede armar de valor para enfrentar sus miedos.
Solo hay un problema: ellos aún no se conocen.

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búsqueda. Tamborileó sus dedos en el teclado. Un pensamiento acudió a su mente.

No, no se suponía que hiciera eso allá. Si Hannibal lo descubría, lo iba a odiar.

Fue a la nevera y destapó una gaseosa y volvió a sentarse. Miró al navegador y después a la puerta cerrada de la habitación. Se puso de pie, caminó con sigilo hasta ella y apoyó el oído. Unos leves ronquidos se escuchaban al otro lado de la puerta.

¿Cómo es que se dormía tan rápido?

Volvió a sentarse en frente al computador. La barra de búsqueda lo miraba tentadora.

¿Qué más daba? Él no tenía por qué enterarse.

Buscó la palabra «Noveland» en Google y entró al primer enlace. Noveland era una página web en la que escritores (en su mayoría aficionados) publicaban sus historias.

Él era una especie de celebridad del fanfiction allí.

Nadie podía enterarse de ese placer culposo, en especial Dexter; lo acusaría de alta traición. Sin embargo, en su defensa, podía decir que lo que hacía era una buena causa y miles de personas se sentían agradecidas con él. Tomaba historias que habían sido abandonadas hace años y las terminaba. Generalmente eran de novelas negras, de ciencia ficción, fantasía, suspenso o sobrenatural. Era un camaleón y podía imitar casi cualquier voz, de cualquier género. Sin embargo, nunca había terminado una historia de romance, lo cual volvía locas a sus fans femeninas. Tampoco escribía nada propio. Se preguntaba con frecuencia que pasaría si lo hacía, pero prefería seguir bajo la sombra de ser escritor fantasma.

Aun así, su cuenta tenía más de 380.000 seguidores. Una locura. Cuando inició sesión, encontró más notificaciones y mensajes de los que podría responder si pasaba toda la noche en ello. Sin embargo, pasó dos horas dándose a la tarea. Se divertía mucho con los comentarios y respondía los más ingeniosos o en los que le hacían preguntas. La mayoría le pedían un nuevo capítulo de Sin evidencias, una novela de misterio con un detective sarcástico que todos amaban.

Volvió a mirar la puerta cerrada.

Se suponía que era su noche libre de trabajo, pero no le pagaban por escribir fanfiction, así que no contaba como trabajo, ¿o sí?

Con eso en mente, pasó tres horas escribiendo el nuevo capítulo.

Era una lástima que no pudiera hacer ruido, porque a él le gustaba escuchar y cantar jazz mientras escribía esa novela en especial. De hecho, le gustaba cantar en general. En las fiestas solo podía hacer el paso del robot, pero era el rey del karaoke.

Al terminar, envió el borrador a su correo electrónico y dejó el computador sin evidencias de que había estado escribiendo fanfiction allí.

Cuando vio que se acercaban las cinco de la mañana, se levantó para salir a tomar aire fresco. Una caminata le haría bien.

Se levantó, estiró los brazos, abrió la nevera y tomó una botella de agua. Su cabeza comenzaba a doler. Tomó las llaves que colgaban de la pared y, con sumo cuidado, quitó el seguro. Al deslizar el primer pasador, hizo suficiente ruido para despertar a Digby. El schnauzer se levantó y ladró, fue hacia la puerta y la aruñó con sus patas.

—No, amigo, no te puedo llevar conmigo. Ni siquiera sé dónde está tu correa. Dexter se volverá loco si lo despierto tan temprano para preguntarle.

Miró a su alrededor y no vio rastro de la correa. Solo había una pelota roja que debía ser un juguete del can.

Otros dos ladridos.

—Ya va, ya va. Shh. —Se cubrió la boca con el dedo índice—. No hagas tanto ruido.

Tomó una pelota que había en el suelo. Quitó el otro seguro, abrió la puerta despacio y se deslizó fuera. Digby lo siguió.

—Solo no te vayas muy lejos, ¿eh?

Apenas salieron del edificio, echó a correr como alma que lleva el diablo.

—¡Digby!

Se fue corriendo tras él.

El schnauzer corría entusiasmado, solo deteniéndose para ver si aún lo seguía. Lo siguió a una distancia larga, con el corazón saliéndose de su pecho, los pulmones le ardían. La última vez que había corrido tanto había sido cuando se fue sin pagar de un bar y el dueño lo persiguió cinco calles.

Cuando Dexter dijo que no era capaz de correr ni hasta el parque Hemingdoll, se equivocaba, de alguna forma lo había logrado.

Digby se detuvo cuando llegaron a una amplia zona verde, era una pequeña loma. No se veía ni un alma. El cielo estaba cubierto de tonos violáceos. El canino empezó a dar saltos a su alrededor, con la vista fija en la pelota roja.

—Ah, ¿quieres esto? Pues no te lo daré.

Ladró.

—Hasta que tome agua, ¿eh? No me dejaste terminar.

Tomó cuatro sorbos seguidos de agua. Inhaló, exhaló, inhaló, exhaló.

—Está bien. ¿Estás listo?

Tomó la pelota e hizo el ademán de lanzarla. Digby siguió la trayectoria invisible de la pelota y luego volvió la vista hacia él. Ladró dos veces.

—Casi te engaño, ¿eh?

El perro puso las patas en su pierna, estaba jadeando.

—Ahora sí, ¡atrápala, Digby! Lanzó la pelota con todas sus fuerzas y la perdió de vista, se fue cuesta abajo. El perro fue tras ella y salió de su campo de visión. Corrió hasta lo más alto de la loma para ver hasta dónde había llegado. La pelota estaba cruzando el sendero para las ciclas. Entonces la vio, una ciclista venía rauda por todo el sendero. Tenía ropa deportiva, una cola de caballo alta y audífonos. El schnauzer estaba a punto de cruzarse en su camino.

Corrió detrás gritando, pero la ciclista parecía no escucharlo, no quitaba la vista del camino. Su pequeño amigo la había visto, pero siguió corriendo.

—¡Digby! ¡No!

El perro se detuvo justo al lado de la chica. Ella, al verlo, desvió en dirección contraria, y eso le hizo perder el control del manubrio por un momento. El perro cruzó el sendero, tomó la pelota y corrió de vuelta hacia él. Ella giró para mirarlo unos instantes y siguió su camino.

Manoteó con la mano libre hacia ella.

—¡Fíjate por dónde vas, chiflada!

—¡Lo siento! —respondió ella, sin siquiera voltear a mirarlo.

La miró hasta que se perdió de vista.

Digby puso la pelota a sus pies y batió la cola.

—¿Viste eso? Por locas como esa es que el mundo no es un lugar seguro para nosotros, ni nuestros corazones.

1Reality show estadounidense en el cual equipos corren alrededor del mundo en competencia contra otros equipos. Su primera emisión fue en el 2001.

Ella jugaba al omelette ruso.

Él, a las escondidas Sincronía - изображение 11

Ella

(Un año y cuatro meses antes)

—Elijah, vamos, ¿ya están listos esos huevos? —insistió Macy, agitando la copa de vino que tenía en la mano.

—¡Ten paciencia! Explícale las reglas a Patrick mientras tanto —replicó Elijah.

Ella apoyó el codo en el espaldar del sofá y miró a Patrick, quien estaba sentado a su lado.

—Y dice que nosotros somos los perfeccionistas. Las reglas del «Omelette ruso» son simples: tienes dos opciones. Cumples el reto o eliges uno de los seis huevos en la cubeta; uno de ellos está crudo y los demás están duros. Lo tomas y te golpeas la cabeza con él, y vemos qué pasa.

Él rio.

—¿Quién se inventó este juego?

—No lo sé, lo jugamos con Layla desde que estábamos en la escuela de cocina.

—Y yo nunca pierdo —dijo ella, desde el escritorio, donde estaba navegando en el computador de su hermano.

—Eso es porque tienes una bendita buena fortuna —dijo Elijah—. No eres como yo, que cumplo cualquier reto para ganar.

—¿Qué se puede esperar de un hombre que se disfraza de drag queen para Halloween? Yo nunca sería capaz de usar esas botas de treinta centímetros —dijo ella.

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