Paula Velásquez Escalofriada - Sincronía

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Layla Bramson oculta un don sobrenatural que la hace vulnerable a las palabras, Zack Hawkins está obligado por un contrato de confidencialidad a mantener su trabajo en secreto; ambos vivieron una tragedia que envió sus vidas en direcciones opuestas. Ella es la única que podría devolverle la fe en sus historias, él es quien la puede armar de valor para enfrentar sus miedos.
Solo hay un problema: ellos aún no se conocen.

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Se cubrió el rostro con las manos. Ese era un recuerdo que había enterrado en el cementerio de su memoria; para su mala suerte, Patrick era un asaltatumbas, siempre estaba trayendo historias de momentos que creía olvidados.

—No recordaba eso.

—Entiendo por qué no era muy popular en el restaurante —dijo Elijah.

Le dio una patada desde el sofá. Cambió el tema rápido antes de que evocara el sabor de los gusanos de bambú.

—Es tu turno, cabeza de nabo.

Su hermano fue al computador y probó su suerte.

—A ver, dice: «cumplirás la penitencia que te ponga la persona mayor con la que estés». —Él frunció el ceño—. ¿Quién es el mayor aquí?

—Layla cumple veinticinco, ¿no? —dijo Macy, ella asintió—. ¿Tú cuántos tienes, Pat?

—Veintiséis.

—Igual yo —dijeron Macy y Elijah al tiempo.

—Tú no cuentas, no te puedes poner tu propia penitencia

—dijo Macy—. ¿qué mes, Patrick?

—Julio.

—Mayo —dijo Macy—. Soy la mayor —concluyó, con una ceja levantada. Una sonrisa malévola de medio lado se formó en sus labios gruesos.

Layla rio por lo bajo. No iba a tener misericordia.

Macy entrelazó los dedos detrás de su nuca.

—Quiero que nos cuentes toda la trama de Harry Potter y el prisionero de Azkaban en un minuto.

Layla soltó una carcajada.

—¡Eso es injusto! Qué estupidez —reclamó Elijah poniéndose de pie.

—Espera, no he terminado. Quiero que lo hagas saltando en un pie.

—Eres malvada —dijo Layla.

Patrick ajustó su reloj.

—¿Vas a hacerlo?

Elijah rodó los ojos.

—Cuando me digas.

—Ya.

Se tomó una pierna y empezó a saltar.

—Harry Potter es un tonto niño mágico cuatro ojos que siempre se la arregla para meterse en problemas y tiene un amigo pelirrojo con cara de bobo y una amiga sabionda que nunca se peina.

Patrick se rio.

—¿No le gusta? —le preguntó a Layla.

—Lo odia —le respondió riendo.

—Juntos enfrentan a unas arañas gigantes, una copia de El Hobbit, claro, y se chocan con un árbol que se mueve solo, ¿alguien recuerda los Ents de El Señor de los Anillos? Mientras vuelan en un auto volador.

—Nada de eso pasa en El prisionero de Azkaban —dijo Layla.

—¿No? Entonces que se joda. Que se joda Harry Potter.

Elijah caminó determinado a la cubeta, tomó un huevo al azar y se lo estrelló en la cabeza.

La clara se deslizó por su cara.

Patrick se echó a reír tan fuerte que cayó al suelo, Layla se cubrió la risa con la mano y Macy se sacudía como si le dieran choques eléctricos. Él meneó la cabeza para quitarse la cascara. El timbre de la puerta sonó. Se levantó a abrirla, pero su hermano se le adelantó. Miró por el ojo de la puerta.

—Es tu novio —dijo y abrió la puerta—. Hola, sigue —le indicó y se fue hacia el baño.

Dawson apareció en la entrada con una caja de regalo y una de pastel de cumpleaños. Miró en la dirección en que se había ido Elijah.

—¿Eso era huevo?

Había una sonrisa genuina en su rostro, la miraba como si solo ella existiera en la habitación. Patrick había dicho que solo hacía falta un par de conversaciones para notar lo impresionable que era, pero Dawson aún no daba señales de hacerlo.

¿Cuánto tiempo pasaría antes de que lo notara?

Él

(Un año antes)

—Hoy me reuní con un cliente —dijo Hannibal, tomando la taza de azúcar de la mesa—. Estamos escribiendo una novela bastante... gráfica, ¿sabes?

—¿Mucha sangre y tripas? —preguntó él.

Tomó la taza de su café y limpió el residuo con una servilleta. La puso boca abajo, cubriéndola del azúcar.

—Exacto. Trata sobre un asesino repulsivo. Mi cliente está apuntándole a las emociones de las personas. Pero yo le expliqué lo siguiente. —Cubrió las tazas con el plato boca abajo—. Las historias de terror deben tener tres capas. La primera, es la capa emocional. —Él levantó el plato—. La historia debe remover las emociones del lector; hacerle sentir miedo, rabia, tristeza, desasosiego. Es apuntar a lo que cualquier humano sentiría al leer cierta escena.

—¿Y qué hay de los que son como yo y se ríen con las escenas grotescas?

—Hablo de humanos promedio. No de escritores frívolos y calculadores como tú, Charlie.

Él se llevó la mano al pecho, como si lo hubiera ofendido.

—Que escriba novelas policiacas no significa que tenga la mente calculadora. ¿Acaso meterme en las mentes de los criminales, causarles ansiedad a los lectores porque ningún personaje está a salvo de morir y jugar con sus mentes poniendo pistas reales y falsas me hace un calculador?

Hannibal sonrió.

—¿Puedo continuar?

—Adelante.

Él levantó la taza de café.

—La segunda capa es la intelectual. Tiene que haber una buena trama. Clientes como él piensan que con mutilaciones y gritos es suficiente, pero no, debe haber una trama que envuelva al lector. Un misterio que resolver, un trasfondo del lugar en que se desarrolla la historia, conflictos internos de los personajes... Sabes a lo que me refiero.

—Sí.

Él asintió y tomó la taza del azúcar.

—Y la tercera es... —Se quedó con la vista perdida en algo detrás de él, con la boca abierta—. Fabrizio.

Zack rio de buena gana.

—Admito que nuestro jefe da miedo, pero tampoco es para tanto.

Hannibal se cubrió el rostro con la carta del menú y musitó:

—No, Fabrizio acaba de entrar. No voltees.

Una ola de pánico se apoderó de él y sus manos se congelaron. Se cubrió la cabeza con la capota de chaqueta.

—¿Qué? ¿Qué hace aquí? —susurró.

—No lo sé, viene con una mujer. Te dije que no viniéramos aquí —masculló su amigo.

—¿Crees que yo sabía que Fabrizio vendría a comer a mi pastelería favorita? ¿Qué crees que diga cuando nos vea?

—¿Vernos? ¿Estás loco? No puede vernos. Él es muy estricto con sus políticas. Se volvería loco si sabe que somos amigos

—dijo Hannibal, mientras sus ojos azules lo seguían sobre la carta—. Se sentó dándonos la espalda.

Miró sobre su hombro. Fabrizio se había sentado cerca a la entrada de la pastelería, unas tres mesas adelante. Su figura

imponente desbordaba la silla, la chaqueta beige resaltaba su piel negra. No había forma de salir sin pasar a su lado. Al ver la mujer a la que le estaba acariciando el rostro, se giró rápido.

—Estamos jodidos. Es peor de lo que pensaba.

—¿A qué te refieres?

—Esa no es su mujer. Yo conozco su esposa y te puedo asegurar que no se parece nada a ella. Si vino hasta aquí es porque se está ocultando. Si nos descubre, va a matarnos para no dejar testigos y apuesto que será una muerte lenta y dolorosa. Esa puerta junto a la oficina debe ser su sala de torturas.

—Charlie, no es hora de bromas, estamos en serios problemas.

—Hablo en serio. ¿Por qué nunca volvimos a saber de Jane Eyre?

—Porque ella se tomó un año sabático.

—Eso es lo que él nos quiere hacer creer. La última vez que la vi en la editorial, me dijo que Fabrizio había visto que Carmilla estuvo en su boda.

Hannibal frunció el ceño.

—¿Cuál es Carmilla?

—¿Cómo que cuál es Carmilla? Es la de las novelas paranormales.

—Pero de esas se encarga Canterville.

—Sí, pero también hay una Carmilla. Tiene pequeñas pecas, los ojos muy oscuros y el cabello muy rizado. Es preciosa.

—Nunca la he visto.

—Yo solo la vi una vez y luego supe que había ido a la boda de Jane. —Él lo miró—. Fabrizio se enteró de eso y no volví a ver a ninguna de las dos. ¿Sabes lo que significa?

Los hombros de Hannibal se tensionaron.

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