Se abrazaron durante un minuto, consolándose mutuamente en silencio.
Ella le pidió permiso a Caryn para retirarse con él unos minutos. Caminaron hasta alejarse lo suficiente de las tumbas.
—No era necesario que vinieras, Jan.
—¿Estás bromeando? Tenía que despedirme del tío Thom. No lo vi venir, ¿sabes? Él se veía tan saludable a pesar de su edad. Mi abuelo me llamó para contarme, estaba destrozado. La noticia me aplastó, como si una ola gigante me enviara al fondo del mar en cuestión de segundos. ¿Qué clase de amiga sería si no hubiera venido?
—No he podido hablar con el tío Norman, ¿cómo lo está llevando?
—Tú sabes, eran como hermanos. El abuelo estaba feliz editando la recopilación de material inédito del tío Thom. Decían que era su última gran travesía, querían cerrar con broche de oro cuarenta años de trabajo en esa serie de libros. Ahora él tendrá que completarla solo. Planearon tantas cosas pensando que la vida les alcanzaría. Creo que todos pensábamos que Thomas Hawkins era inmortal.
—Yo lo ayudaré a terminarlo. No soy un escritor y menos un editor, pero soy quien mejor conoce la obra de mi abuelo después de él.
—Ambos lo haremos, ¿okey? Así nos consolaremos entre los tres, rindiéndole honor.
Él asintió. Se miraron a los ojos unos instantes; un nudo se le formó en la garganta. Necesitaba cambiar de tema urgente.
—Cuéntame de ti, ¿cómo va todo en Nueva York? —preguntó, un ligero temblor en su voz.
—No volviste a escribirme —respondió Janine.
—He estado ocupado.
—Tu abuelo terminó de escribir su autobiografía, trabajó en la recopilación y ayudó a tu mamá con todos los preparativos para montar la librería, y aun así se las arreglaba para mandarme una carta al mes.
—Él le pagaba a alguien para que escribiera sus cartas.
—¡Qué tonto eres! —Empujó levemente su hombro—. Te creería si no supiera que tu abuelo odia los escritores fantasmas. Vamos, ¿cuál es tu excusa?
—No tenía nada que contar sobre mí, al menos nada que no sepas.
—Me gustaría enterarme por ti y no por los demás.
—¿Cuál es la diferencia?
—Me gusta cómo cuentas las historias, son el alma de las fiestas.
—Bueno, es una lástima que en mi casa últimamente no hacemos fiestas, solo funerales.
Ella apretó los labios.
—Lo siento. —Suspiró—. Me duele la cabeza y estoy pasando por dos lutos consecutivos, eso me pone sarcástico.
Janine no respondió nada, en su lugar, abrió su bolso y sacó una botella de agua.
—Ábrela.
Acto seguido, sacó un sobre de pastillas nuevo de Fioricet1. Ella sacó una y le pidió que estirara la mano, depositó la pastilla en su palma y él la tomó.
—No sabía que sufrías de migraña.
—No —replicó Janine—. Las compré para ti. Estaba casi segura de que te daría migraña y, como te gusta hacerte el macho, no traerías pastas.
Ella metió el sobre a su bolsillo de la chaqueta.
—Gracias, Jan.
—¿Puedo saber por qué no me has escrito?
Desvió la mirada. Cuando algo se le metía a Janine, no había poder humano que se lo sacara.
—No lo sé, tal vez no quería que Tony se pusiera celoso.
—Tony no está celoso de ti.
—Olvidaba que Tony no es celoso y por eso están en una relación abierta.
—No estamos en una relación abierta. Sí, intercambiamos parejas en ese bar swinger. Admito que fue excitante, pero fue solo una vez y acordamos no volver a hacerlo.
—Excitante, me imagino.
—No seas mojigato, Zack.
—Lo siento por no querer protagonizar un episodio de Sexo en Nueva York.
—¡Yo tampoco! Lo que quiero decir es que Tony no está celoso de ti, no después de que le conté todo.
—¿Qué es todo?
—Que somos viejos amigos, que hicimos la escuela primaria juntos, pasábamos los veranos juntos, que nuestros abuelos trabajan juntos, que nuestras mamás son socias. Todo.
—Creo que tu versión de «todo» omite muchos detalles importantes.
—¿Qué detalles?
La noche despejada en la playa Jericó. Sus cuerpos desnudos nadando en el mar. Sus ojos brillantes fijos en los suyos.
—Como aquella vez que te hiciste pipi en tus pantalones y entré al baño de niñas para prestarte mi sudadera. Eso refuerza el mensaje de nuestra amistad.
Ella rio.
—No sé cómo no se me ocurrió antes. —Luego su rostro se agravó—. Había tenido novios antes, nunca me habías dejado de hablar por eso.
—Ya basta con el tema, Janine, ¿qué quieres que te diga? ¿Es necesario que me explique? Creo que resulta evidente.
—No es tan evidente para mí.
Retrocedió y metió las manos en sus bolsillos, apretó sus puños por la frustración.
—¿Pero por qué te interesa tanto? ¿Por qué simplemente no sigues tu vida y ya?
—¡Porque te extraño, Zacharias! —exclamó. Sus ojos fulguraban—. Extraño hablar contigo, extraño tenerte en mi vida.
—¡Tú extrañas algo que ya no existe, Janine! —respondió—. Ya no soy ese Zack que conocías. Ya no soy divertido, ni interesante, ni espontáneo. Ya no soy ese chico que quería viajar por el mundo, ni me interesan las cosas que solía amar. Todo lo que era se murió con mi papá.
Sus ojos cafés se cristalizaron y ella parpadeó rápido para alejar las lágrimas. Él puso las manos en sus caderas, desvió la vista hacia el horizonte, dio un largo suspiro y bajó su tono de voz.
—He intentado seguir mi vida sin él, pero ya nada puede ser como antes. Apenas estuvimos haciendo una misa de aniversario el mes pasado y ahora murió mi abuelo. Sé que te gustaría ayudarme con esto, pero no puedes, nadie puede. No quiero hacerte sentir impotente y tampoco sé cómo encajar en tu nueva vida. No tengo nada mejor que ofrecerte que Tony y tus nuevos amigos en Nueva York. Tú necesitas rodearte de personas que te hagan feliz.
—No me digas qué necesito, ¿escuchaste? No me importa si cambiaste, si eres alguien más. Si así fue, te conoceré de nuevo y estoy segura de que también te querré. Si te conociera en mil vidas, en todas volvería a quererte.
Si él mismo odiaba la persona en que se había convertido, ¿quién podría quererlo? Todas las personas que le habían dicho que estarían para él se habían alejado.
—Es fácil decirlo ahora, pero deja que pase un mes y ya me habrás olvidado, y esas palabras se irán a la basura.
Ella le dio una cachetada.
Su mejilla ardió al instante; ella había empleado toda su fuerza. Le había dado solo una cachetada en toda su vida y fue cuando tenían quince años, y él parecía estar teniendo un ataque de pánico. Permaneció en shock asimilando lo que acababa de pasar.
—No puedo creer que hayas dicho eso. Eres tan idiota a veces. Te quedas con la vista pérdida mirando hacia lo que ya no está y alejas a todo lo que todavía sigue aquí. Para que lo sepas, no voy a quedarme en Estados Unidos. En dos semanas voy a volver a Vancouver. Voy a estar aquí y te voy a sacar de tu maldito encierro así no te guste. Lo haré porque te quiero y porque así lo quería tu abuelo. Así que no me vengas con canalladas.
Escuchar eso fue como recibir otra cachetada. Tal vez si no se hubiera negado a buscarla o a saber de ella, se habría enterado. Acababa de acusarla de ser como los demás y ella iba a volver al país por él.
Idiota.
—¿A qué te refieres con que así lo quería mi abuelo?
—¿Pero por qué te interesa? ¿Por qué no sigues tu vida y ya? —replicó, con resentimiento en su voz.
Dio un largo suspiro, avanzó hacia Janine y la tomó por los hombros.
—Lo siento. No quería ofenderte. No sé lo que digo, yo...
Otro nudo se formó en su garganta, así que prefirió guardar silencio.
Читать дальше