Pero el ardor que provocaba su tacto no se parecía en nada al dolor. Especialmente cuando respondió.
—¿Por qué no?
¿Por qué no ella? ¿Por qué no debería tener lo que deseaba? ¿Por qué no debería hacer un trato con este diablo que había aparecido de la nada y que pronto desaparecería?
—Deseo no haber mentido —dijo.
—No puedo cambiar el pasado. Solo el futuro. Pero puedo cumplir su promesa.
—¿Convertir la paja en oro?
—Ah, así que estamos en un cuento, después de todo.
Hacía que todo pareciera tan fácil, tan posible, como si pudiera hacer un milagro en la noche sin esfuerzo alguno.
Claro que era una locura. No podía cambiar lo que ella había dicho. La mentira que había contado, la mayor de todas. Las puertas se habían cerrado en torno a ella esa noche, bloqueándole cualquier camino posible, cercenando su futuro y el futuro de su familia. Recordó la impotencia de Arthur. La desesperación de su madre. La resignación de ambos. Como cerraduras que no se podían forzar.
Y ahora, ese hombre… blandía una llave.
—¿Puede hacerlo realidad?
Él giró la mano, y ella sintió su calor contra la mejilla y a lo largo de su mandíbula y, durante un fugaz instante, Diablo se convirtió en el rey de las hadas, que la tenía cautiva.
—El compromiso es fácil. Pero eso no es todo lo que desea, ¿verdad?
¿Cómo lo sabía?
Su tacto prendió fuego por su cuello, y sus dedos le besaron la curva del hombro.
—Cuénteme el resto, Felicity Faircloth. ¿Qué más desea la princesa de la torre? Que el mundo esté a sus pies, que su familia sea rica de nuevo, y…
Las palabras se fueron apagando y llenaron la habitación hasta que la respuesta brotó de lo más profundo de Felicity.
—Quiero que él sea la polilla. —Él levantó la mano de su piel, y ella sintió una aguda pérdida—. Deseo ser el fuego.
Diablo asintió, sus labios se curvaron como el pecado, sus ojos incoloros se oscurecieron entre las sombras y ella se preguntó si se sentiría menos cautiva si pudiera ver su color.
—Desea que se sienta atraído por usted.
Un recuerdo le sobrevino, un marido desesperado por su mujer. Un hombre desesperado por su amor. Una pasión que no se podía negar, todo por una mujer que poseía todo el poder.
—Sí.
—Tenga cuidado con la tentación, milady . Es una palabra peligrosa.
—Hace que suene como si ya la hubiera experimentado.
—Eso es porque lo he hecho.
—¿Su barbera? —¿Sería esa mujer su esposa? ¿Su amante? ¿Su amor? ¿Por qué le importaba a Felicity?
—La pasión quema en ambos sentidos.
—No tiene por qué —dijo, sintiéndose de repente profunda y extrañamente cómoda con ese hombre al que no conocía—. Espero poder llegar a amar a mi esposo, pero no tengo por qué estar consumida por él.
—Quiere ser usted quien lo consuma.
Quería que ser deseada. Más allá de la razón. Deseaba que se murieran por ella.
—Quiere que vuele hasta su llama.
«Imposible».
—Cuando las estrellas te ignoran —repuso ella—, te preguntas si alguna vez serás capaz de brillar. —Inmediatamente avergonzada por las palabras, Felicity se dio la vuelta y rompió el hechizo. Se aclaró la garganta—. No importa. No puede cambiar el pasado. No puede borrar mi mentira y convertirla en verdad. No puede hacer que me desee. No podría ni aunque fuera el diablo. Es imposible.
—Pobre Felicity Faircloth, tan preocupada por lo imposible.
—Era una mentira —proclamó—. Ni siquiera he conocido al duque.
—Y aquí tiene la verdad… El duque de Marwick no ignorará su reclamo.
Imposible. Y aun así, una pequeña parte de ella esperaba que fuera verdad. De serlo, podría ser capaz de salvarlos a todos.
—¿Cómo?
Él sonrió.
—La magia de Diablo.
Ella levantó una ceja.
—Si puede conseguirlo, señor, se habrá ganado su estúpido nombre.
—La mayoría de la gente opina que mi nombre es inquietante.
—Yo no soy la mayoría de la gente.
—Eso es cierto, es Felicity Faircloth.
No le gustaba la calidez que se extendió a través de ella al escuchar esas palabras, así que las ignoró.
—¿Y lo haría porque tiene un corazón bondadoso? Perdóneme si no me lo creo, Diablo.
Él inclinó la cabeza.
—Por supuesto que no. No hay nada bueno en mi corazón. Cuando esté hecho y lo haya conseguido, tanto su corazón como su mente, vendré a cobrar mi deuda.
—Supongo que esta es la parte en la que me dice que su deuda será mi primogénito.
Él se rio. Su risa sonaba contenida y secreta, como si hubiera dicho algo más divertido de lo que ella pensaba, antes de continuar.
—¿Qué haría yo con un bebé llorón?
Sus labios se curvaron al escucharlo.
—No tengo nada que darle.
La miró durante un largo momento.
—Se vende mal, Felicity Faircloth.
—A mi familia ya no le queda dinero —afirmó—. Usted mismo lo ha dicho.
—Si lo tuviera no estaría en este aprieto, ¿verdad?
Ella frunció el ceño ante su objetiva evaluación de los hechos, ante la impotencia que le provocaron aquellas las palabras.
—¿Cómo lo sabe?
—¿Que el conde de Grout y el marqués de Bumble han perdido una fortuna? Querida, todo Londres lo sabe. Incluso aquellos que no estamos invitados a los bailes de Marwick.
Ella hizo una mueca.
—No lo sabía.
—Hasta que no han necesitado que lo supiera.
—Ni siquiera entonces —refunfuñó—. No lo he sabido hasta que no he podido hacer nada para solucionarlo.
Él golpeó el suelo dos veces con su bastón.
—Estoy aquí, ¿no es así?
Ella lo miro con los ojos entrecerrados.
—Por un precio.
—Todo tiene un precio, cariño.
—Y supongo que ya sabe el suyo.
—De hecho, sí, lo sé.
—¿Cuál es?
Sonrió con picardía.
—Si se lo contara se perdería la diversión.
Sintió un hormigueo, cálido y excitante, que se extendía hacia sus hombros y a lo largo de su columna vertebral. También era aterrador y esperanzador. ¿Qué precio tenía la seguridad de su familia? ¿Qué precio tenía su reputación de rara pero no de mentirosa?
¿Y qué precio tenía un esposo que no conocía su pasado?
¿Por qué no hacer un trato con ese diablo?
Читать дальше