Cuando ella inhaló con brusquedad, él apartó la cara de la luz.
—Una lástima. Esperaba con ansias el sermón que parecía estar a punto de darme. No pensaba que se desanimaría tan fácilmente.
—Oh, no estoy en absoluto desanimada. De hecho, estoy agradecida de que ya no sea el hombre más perfecto que haya visto nunca.
Él se volvió y su oscura mirada buscó la de ella.
—¿Agradecida?
—En efecto. Nunca he entendido del todo qué es lo que se debe hacer con hombres extremadamente perfectos.
Él levantó una ceja.
—Lo que se hace con ellos.
—Además de lo obvio.
Ahora inclinó la cabeza.
—¿Lo obvio?
—Mirarlos.
—Ah… —respondió.
—En cualquier caso, ahora me siento mucho más cómoda.
—¿Porque ya no soy perfecto?
—Todavía está muy cerca de parecerlo, pero ya no es el hombre más apuesto que haya conocido nunca —mintió.
—Creo que debería sentirme insultado, pero lo superaré. Por curiosidad, ¿quién ha usurpado mi trono?
«Nadie. Si acaso, la cicatriz le hace más apuesto».
Pero ese no era el tipo de hombre al que podía decirle aquello.
—Técnicamente, él tenía el trono antes que usted. Simplemente ha vuelto a reclamarlo.
—Agradecería un nombre, lady Felicity.
—¿Cómo lo llamó antes? ¿Mi polilla?
Se quedó completamente quieto por un momento, pero no lo suficiente como para que una persona normal se diera cuenta.
Felicity sí se dio cuenta.
—Creí que ya se lo esperaba —dijo en tono burlón—. Dado que se ha ofrecido a conseguirlo para mí.
—La oferta sigue en pie, aunque no encuentro al duque apuesto. En absoluto.
—No es necesario debatir sobre ello. Ese hombre es empíricamente atractivo.
—Mmm… —replicó, aparentemente sin estar convencido—. Dígame por qué mintió.
—Dígame usted por qué está tan dispuesto a ayudarme a arreglarlo.
Él le sostuvo la mirada durante un buen rato.
—¿Me creería si le digo que soy un buen samaritano?
—No. ¿Por qué estaba fuera del baile de Marwick? ¿Qué significa él para usted?
Él levantó un hombro y después lo dejó caer.
—Dígame por qué no cree que él estaría encantado de prometerse con usted.
Ella sonrió.
—En primer lugar, porque no tiene ni idea de quién soy.
Un lado de su boca se movió, y ella se preguntó cómo sería verlo sonreír por completo.
Tras dejar a un lado ese estúpido pensamiento, continuó.
—Y, como dije, los hombres extremadamente apuestos no me sirven.
—Eso no es lo que dijo —respondió él—. Dijo que no estaba segura de qué se debía hacer con los hombres en extremo apuestos.
Ella pensó por un momento.
—Ambos enunciados son ciertos.
—¿Por qué cree que Marwick no le serviría?
Ella frunció el ceño.
—Creo que eso sería obvio.
—No lo es.
Se resistió a contestar, y cruzó los brazos como si quisiera protegerse.
—Esa es una pregunta grosera.
—También ha sido grosero por mi parte trepar por la celosía e invadir su dormitorio.
—Así es. —Y entonces, por algún motivo que nunca llegaría a comprender, respondió a su pregunta, dejando que la frustración, la preocupación y una sensación muy real de ruina inminente se apoderaran de ella—. Porque soy el epítome de lo ordinario. Porque no soy hermosa, ni entretenida, ni una conversadora ejemplar. Y aunque una vez pensé que era imposible que acabara siendo una solterona madura, aquí estamos, y nadie me ha querido de verdad. Y no espero que las cosas comiencen a cambiar ahora con un apuesto duque.
Él permaneció en silencio durante bastante tiempo, y la vergüenza que sentía la sofocaba.
—Por favor, váyase —añadió al fin.
—Conmigo sí parece ser una conversadora ejemplar.
Ella ignoró el hecho de que él no se mostrara en desacuerdo con el resto de sus descripciones.
—Es usted un extraño en la oscuridad. Todo es más fácil a oscuras.
—Nada es más fácil a oscuras —la contradijo él—, pero eso es irrelevante. Está equivocada, y por eso estoy aquí.
—¿Para convencerme de que soy una buena conversadora?
Unos dientes brillaron y se puso en pie, llenando la habitación con su altura. Los nervios de Felicity revolotearon en su interior al contemplar su figura, hermosamente esbelta, de anchos hombros y estrechas caderas.
—He venido a darle lo que desea, Felicity Faircloth.
La promesa escondida en ese susurro recorrió todo su cuerpo. ¿Era miedo lo que sentía? ¿O algo más? Negó con la cabeza.
—Pero no puede hacerlo. Nadie puede.
—Quiere el fuego —dijo en voz baja.
Ella volvió a negar.
—No, no lo quiero.
—Por supuesto que sí. Pero no es eso todo lo que desea, ¿verdad? —Dio un paso más hacia ella, y ella pudo olerlo, cálido y ahumado, como si procediera de algún lugar prohibido—. Lo quiere todo. El mundo, el hombre, el dinero, el poder. Y algo más, también. —Se acercó todavía más, abrumándola con su altura y su embriagadora y tentadora calidez—. Algo más. —Sus palabras se convirtieron en un susurro—. Algo secreto.
Ella dudó y odió que él, ese extraño, pareciera conocerla tan bien.
Odió su deseo de responderle. Odió haberlo hecho.
—Más de lo que puedo tener.
—¿Y quién ha dicho eso, milady ? ¿Quién le ha dicho que no puede tenerlo todo?
Ella le miró la mano. El mango plateado del bastón relucía entre sus largos y fuertes dedos, y el anillo de plata de su índice le lanzaba destellos. Estudió el patrón del metal para tratar de discernir la forma que se ocultaba en el bastón. Después de lo que pareció una eternidad, ella lo miró.
—¿Tiene un nombre?
—Diablo.
Su corazón se aceleró al escuchar esa palabra, que parecía totalmente ridícula pero sencillamente perfecta.
—Ese no es su verdadero nombre.
—Es extraño el valor que le damos a los nombres, ¿no cree, Felicity Faircloth? Llámeme como quiera, pero soy el hombre que puede dárselo todo. Todo lo que desee.
Ella no le creyó. Estaba claro. En absoluto.
—¿Por qué yo?
Él tendió entonces su mano hacia ella, y ella supo que debería haber retrocedido. Sabía que no debería haber permitido que la tocase, sobre todo cuando sus dedos le recorrieron la mejilla izquierda dejando un rastro de fuego a su paso, como si estuviesen dejando su marca sobre ella, la marca de su presencia.
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