1 ...8 9 10 12 13 14 ...19 Después del tercer trago buscó en la maleta la nota que había desencadenado aquel viaje. La letra del muchacho era pareja y perfectamente legible.
“Estas son cuestiones que se heredan”, se dijo sonriendo. Pensó en su padre, un oscuro periodista de barrio en la zona de Burdeos. Los ingresos entonces apenas alcanzaban para comer. Por eso se marchó Edith, su madre, a continuar el periplo de la vida con un empresario vitivinícola. En fin, el mundo gira y gira y todos hacemos lo que podemos para evitar marearnos.
Abrió la nota en tanto se colocaba los anteojos de lectura. El colchón era bastante mullido y el escocés estaba comenzando a realizar su trabajo de relajación. La leyó por quinta o sexta vez.
“Señor mío. Ciertos contactos que mantengo con los luchadores por la libertad en mi país me han informado que usted se encuentra investigando la vida de mi abuelo, el gran poeta caribeño don Pablo Gutiérrez, asesinado hace veinte años por la Fuerza Gregoriana. Desde hace décadas este régimen se ha instalado en el poder y ha eliminado a toda persona que piense distinto a él.
“Tengo la intención de brindarle toda la información que usted necesite para que salga a la luz la penosa pérdida de este valeroso patriota latinoamericano, así como también parte de su obra inédita que mantenemos oculta quienes creemos en su lucha.
“Mi abuela Florencia está dispuesta a contarle la verdad sobre estos acontecimientos, de manera privada, por supuesto. Los usurpadores del poder aún controlan la información circulante en nuestro amado país y resultaría extremadamente peligroso para todos que ellos se enteraran de esta situación. Por favor, le pido sea precavido una vez instalado en nuestra tierra. Los espías del régimen vigilan a los turistas. En el Hotel Mansilla estará seguro, pero cuide de que no le roben algo valioso del cuarto. Los muchachos en San Andrés están pasándola mal y sobreviven como pueden. Yo me pondré en contacto con usted. Charito.”
En un par de renglones el joven explicaba la ubicación geográfica del hotel y otros considerandos, así como una casilla de correos para enviar telegramas. La noche anterior, Lino le había remitido unas escuetas líneas comunicándole el horario de llegada. De ahora en más quedaba a la espera de los acontecimientos. Charito elegiría el momento más oportuno para contactarlo.
Todo aquel asunto tenía un halo a fantasía folklórica. Conocía parcialmente la historia de don Pablo Gutiérrez. Un antiguo miembro de la embajada francesa en Costa Paraíso había introducido parte de su obra en el continente europeo. En ese entonces el poeta ya era ampliamente conocido en distintos países latinos y su detención clandestina en San Andrés produjo grandes movilizaciones de famosos intelectuales a favor de los derechos humanos, reclamando la inmediata liberación.
Los libros de don Pablo dieron la vuelta al mundo y en los años sucesivos fue reconocido como uno de los grandes escritores de habla hispana. Por supuesto, su lucha por la libertad del país y posterior asesinato en una de las prisiones más salvajes del régimen gregoriano le otorgaron cierta mística a su persona. Debido a esto y a intereses políticos, gran parte de su vida privada se mantenía oculta a los ojos del mundo.
Hacía un tiempo que Lino se había volcado a investigar el asunto. La aparición de Charito fue providencial. La fama de Pablo Gutiérrez había crecido en Europa en los años posteriores a su muerte. Los intelectuales jóvenes se interesaron en su obra literaria y los libros reverdecieron una fama que se había apagado en el olvido que suele invadir la muerte de los escritores.
Ahora, el periodista se encontraba solo en una habitación de segunda categoría a merced de fuerzas desconocidas en un país gobernado por fanáticos y asesinos. Apuró el segundo vaso de whisky con cierto nerviosismo. Su único aliado era un joven de quince años que lo había invitado a participar de una aventura donde la vida estaba en riesgo.
Se puso de pie y comenzó a caminar por la habitación. Estaba ubicada en el cuarto piso. Intentando permanecer oculto tras la gruesa cortina, se asomó por la ventana que daba al frente del edificio. En la calle observó a los dos personajes que lo siguieran en el aeropuerto. Permanecían parados en la esquina y hablaban animadamente. Uno de ellos fumaba un habano, de esos que habían hecho famosa a Costa Paraíso en el mundo.
De repente, los tres golpes retumbaron en la puerta de entrada al cuarto. Eran espaciados, cadenciosos. Lino se apresuró a pararse delante de la mirilla y atisbó a través de la misma. La figura de una mujer morena voluptuosa y provocativa lo sorprendió.
—¿Qué desea? —preguntó con voz áspera.
—Vamos, chico. Abre la puerta. Soy un regalo que el hotel ofrece a los turistas.
La mujer sonreía divertida en tanto pronunciaba las palabras. Lino también sonrió. Después de todo, las cosas no estaban tan mal como lo creía.
Abrió la puerta lentamente. La dama ingresó a la habitación caminando con pasos cortos. Un perfume de aroma intenso flotó en el ambiente.
—Adelante. Si se trata de un regalo, puedo abrirlo con la misma generosidad de quienes lo han enviado…
El rostro de la morena cambió en esos momentos. Su gesto insinuante se transformó en una expresión colmada por la decepción. Antes de que pudiera Lino cerrar la puerta, la misma se abrió con fuerza inusitada. Tres hombres ingresaron intempestivamente en el cuarto. Uno de ellos esgrimía un arma de grueso calibre.
Otro, de mayor edad y barba desprolija, habló con voz tajante:
—Señor Lino Bardot, bienvenido a Costa Paraíso. Nuestro líder, el general Atilio Fulgencio, nos ha pedido que le mostremos la cordialidad del país…
La playa se mostraba apacible y digna de disfrutarse en soledad. Aquellas gaviotas se desplazaban extendiendo sus alas en dirección de un horizonte que se mostraba lejano, curvo, donde la arena se perdía sin solución de continuidad. Una brisa suave provenía de esa dirección. Se podía intuir la presencia de un vasto océano más allá de la línea que unía la playa de arenas blancas con un cielo de color azul, intenso, vivo. Sin embargo, las aves parecían mantener la misma posición a pesar del movimiento de sus alas. De todas formas, resultaba difícil percibir el desplazamiento real a partir de la distancia que lo separaba de ellas. Sin lugar a dudas, los pájaros avanzaban, pese a mantenerse dentro de las mismas coordenadas con respecto al horizonte.
Le agradaba contemplarlas incluso con aquel detalle, pequeño en relación con la existencia del mismo escenario que se veía tan real como su propio cuerpo. La mente suele realizar proezas formidables. Es la dueña de todas las metáforas en nuestras vidas y también de cada una de las prisiones del alma…
El bosquecito esperando a sus espaldas, las arenas que lo rodeaban siguiendo los cuatro puntos cardinales, las gaviotas volando a lo lejos y ese cielo de cuento de hadas…
Recordó un poema que había escrito en cierta oportunidad. Lo había dedicado a Florencia, en sus épocas de juventud, cuando el amor platónico aún tenía sentido en su vida. Todo era parte del mismo paisaje, incluso aquella celda pestilente donde su cuerpo sangraba y la muerte no se dignaba a hacer acto de presencia. Resultaban extraños esos recuerdos. No sentía nada por sus torturadores ni por la injusta detención a la que se veía sometido por persecución política. Simplemente lo embargaba un agradable vacío interior…
Extrañaba a sus mujeres, por distintas circunstancias, por supuesto, dado que jamás había sido bígamo en su vida.
Florencia era su gran amor. Los carceleros se encargaron de sustraerle una fotografía de ella que guardaba escondida dentro de la almohada. Poco a poco, en aquella prisión inhumana, la niña de su primera infancia se había transformado en la mujer de sus sueños.
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