El último tren
Un viaje por los oscuros laberintos del alma
El último tren
© de los textos: Abel Gustavo Maciel, 2020
© de esta edición: Editorial Tequisté, 2020
Coordinación editorial: M. Fernanda Karageorgiu
Corrección: Noelia González Gerpe
Arte de tapa: Alejandro Arrojo
1º edición: Agosto de 2020
Producción editorial: Tequisté
contacto@txtediciones.com.ar
www.tequiste.com
ISBN: 978-987-4935-43-4
Se ha hecho el depósito que marca la ley 11.723
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LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA
Maciel, Abel Gustavo. El último tren / Abel Gustavo Maciel. - 1a ed . - Pilar : Tequisté. TXT, 2020. Libro digital, EPUB. Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-4935-43-4 / 1. Narrativa. 2. Narrativa Argentina. 3. Novelas. I. Título. CDD A863
A mi hijo Pablo Javier
La locura cotidiana y los distintos planos de afección donde se desarrollan sus variadas proyecciones constituyen el núcleo central de la presente obra.
La imbricación histórica plantea una secuencia de acontecimientos pretendidamente deshilachada y provocativa. Intenta promover un campo de aprehensión más o menos homogéneo.
El Pasado proyecta sus movimientos en el Presente y se mezcla con la dinámica actual volviendo difusa la línea temporal de causas y efectos. Por ello, el lector deberá realizar un esfuerzo al integrar las escenas transgrediendo el recinto cronológico donde se desarrollan, complejo desafío dada esta cultura hermenéutica que gobierna la analítica humana donde el “antes” parece justificar el “después” y tranquilizar la conciencia en la observación de los actos cotidianos.
Los “sueños de vigilia”, tan comunes entre nosotros pero a su vez poco apreciados en su peso específico dentro del campo de observación, conviven en esta narrativa con los sucesos denominados “normales”. La historia se desarrolla indivisa entre lo fantástico y “lo real”. Es decir, lo primero acompaña el periplo de los acontecimientos naturalizando los hechos a pesar del sabor incrédulo que puedan dejar en su aspecto racional.
Como en toda narrativa donde el juego fruitivo intente explicarse, la lectura de la obra puede ser abordada desde dos planos interpretativos. Uno de ellos es la linealidad de lo fenoménico (aceptando ciertos acontecimientos fantásticos como naturales, según lo planteado anteriormente). El otro plano es la resonancia metafórica donde lo simbólico transporta la conciencia a territorios de mitos y destinos.
El lector podrá recorrer el camino propuesto desde alguna de estas perspectivas, o alternar en ellas según el desarrollo de las escenas. Tal vez pueda contemplarlas en un movimiento de mayor contemplación, es decir, combinar ambas en un único campo virtual e inductivo.
En tanto la narrativa desplegaba sus proyecciones en mi mente, he intentado transgredir, dentro de lo permitido por el simbolismo del lenguaje y su morfo limitador, las viejas fronteras impuestas por la hermenéutica racionalista. Ella separa “lo evidente” (real a los ojos de la visión materialista) de los planos psíquicos sutiles (definidos por este sistema analítico como “estado de ensoñación o irrealidad”). Este axioma separatista encierra la conciencia en la cárcel de Lo Molecular.
Por supuesto, las grietas del racionalismo se instalan en ese territorio donde el deseo, la codicia, la nobleza del corazón, la rapacidad de las acciones egoístas, el amor en sus distintas expresiones (incluyendo su disfraz predilecto: el odio) y demás “inconsistencias” en la mirada materialista pueden transformarse en realidades palpables para quien las experimenta.
En el relato presente no existen los héroes y los villanos. La vida se encarga de mezclar las conductas de quienes la transitamos y nos enseña la llave de la comprensión: “algo malo puede surgir de la bondad, o viceversa”. Quizá mi intención, si fuera posible conocer las propias dado lo impenetrable de las ajenas, haya sido en estas páginas presentar la Existencia como un movimiento continuo afectado por fuerzas psíquicas transparentes a la conciencia de superficie.
La vida recorre nuestras acequias con la turbulencia de un río de montaña. Detener su cauce para someterlo a la indagación exegética resulta una impronta presuntuosa como la de atrapar estrellas con las manos. Y, sin embargo, la búsqueda en los Jardines Floridos se alimenta de este perfume embriagador que sostiene toda su cinética: trascender las Formas en un vuelo mágico.
La lectura abre puertas dimensionales. El lector podrá subirse a este último tren en su periplo rumbo al Norte, territorio indefinido y perteneciente a la Tierra de Nunca Jamás…
La locura es la expresión de nuestra incapacidad para soportar y elaborar un monto determinado de sufrimiento.
Enrique Pichon–Rivière
Quien cree ser indicio
fatal, estupendo
del día del juicio,
del día tremendo
que anunciado está.
Quien piensa que al mundo,
sumido en lo inmundo,
el cielo iracundo
pone a prueba ya.
Esteban Echeverría
La vida aparece a la luz de este razonamiento como una larga pesadilla, de la que sin embargo uno puede liberarse con la muerte, que sería, así, una especie de despertar. ¿Pero despertar a qué?
Ernesto Sábato
1
Diario del asesino
Hoy…
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La vida es un tablero de ajedrez.
¿No es así, Alicia? Creo que alguna vez conversamos sobre el tema. Una plática perdida entre tantos divagues de alcoba. Previa circunstancia a contemplar tu cuerpo desnudo, tan blanco como el mármol bajo la luz lapidaria de aquel cuarto amarillo.
Movés una pieza. Luego otra. Al final te das cuenta que las alternativas del juego no dependen de las estrategias pergeñadas en tu mente. Tristes telarañas tejidas en el día tras día, sostenidas por la creencia de una libertad impostada en un mundo construido por sustancia ilusoria.
Pensamos en la muerte como un lejano sueño. En realidad, no creemos en ella. Sin embargo, se convierte en nuestro objeto persecutorio por excelencia. Olvidamos que el sentimiento de soledad se transforma en pulsión de muerte cuando desfallecemos en ese cuarto, a merced de las fuerzas oscuras. Soledad y muerte. Conceptos remotos que pueden apreciarse en el amargo gusto de este coñac. Triste líquido amarillo que juguetea en la copa calentando mi mano. Irreverente objeto apareciendo misteriosamente en escena, quizás puesto allí por la compañera de turno que me ha tocado esta noche.
No, niña. No creo que ella sienta celos de un simple recuerdo. Los fantasmas del pasado inspiran terror, pero nunca celos. De todas formas, coloco la copa delante de mis ojos y te veo tan perfecta como en aquellos días. La imagen mental no se compara con la de estas prostitutas riendo a escasos metros míos. Ellas saturan el campo perceptual de mi consciencia, instalada por designios de ignorancia en este nivel de realidad. Mantienen sus cuerpos abusados al alcance de las manos, esclavas de los sentidos. Ríen más allá de la cordura. Ríen por no llorar.
Pero el encuadre cambia impelido por el recuerdo. Las mujeres que me rodean se desvanecen tras la sustancia ilusoria. La habitación aparece prolijamente cuidada como de costumbre. Las paredes, amarillas y aterciopeladas, fractales de ese manto denso y sensual instalado en la catarata de tus cabellos.
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