Osvaldo Reyes - El canto de las gaviotas

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Un paseo bajo la luz de la luna terminó en pesadilla para Andrea Sposito cuando las manos de un extraño surgieron de la oscuridad.
Su siguiente recuerdo fue despertar atada a una mesa, bajo el completo control de un desconocido ocultado tras una máscara con el rostro de la alegría. Esa imagen fue el principio de su calvario que terminó siete días después al ser llevada a la playa, enterrada viva en la arena y abandonada para que el mar se encargara de ella.
Pero el asesino cometió un error esa soleada mañana: dejó a Andrea con vida.
Secretos desconocidos empezarán a surgir. Cada nueva pista les revelará a los encargados del caso senderos cuyos destinos ni siquiera pueden imaginar.
Sus decisiones moverán la balanza de la que pende la vida de Andrea, que trata de ayudar a la policía mientras lidia con los fantasmas de esa semana y las acciones de un sádico asesino con un solo propósito en su mente: silenciar a la única testigo capaz de llevarlo ante la justicia.

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Primera edición: agosto de 2021

© Copyright de la obra: Osvaldo Reyes

© Copyright de la edición: Angels Fortune Editions

Código ISBN: 978-84-123754-2-8

Código ISBN digital: 978-84-123754-3-5

Depósito legal: B-8426-2021

Ilustración portada: Celia Valero

Corrección: Juan Carlos Martín

Maquetación: Cristina Lamata

Edición a cargo de Ma Isabel Montes Ramírez

©Angels Fortune Editions www.angelsfortuneditions.com

Derechos reservados para todos los países

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni la compilación en un sistema informático, ni la transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico o por fotocopia, por registro o por otros medios, ni el préstamo, alquiler o cualquier otra forma de cesión del uso del ejemplar sin permiso previo por escrito de los propietarios del copyright.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, excepto excepción prevista por la ley»

PRIMERA PARTE

MAREA ALTA

El sufrimiento más intolerable es el que produce

la prolongación del placer más intenso.

George Bernard Shaw

Debe haber algo extrañamente sagrado en la sal:

está en nuestras lágrimas y en el mar.

Khalil Gibran

Capítulo 1

⎯¿Por qué? ⎯preguntó por quinta vez.

El hombre no respondió. Su única respuesta fue empujarla con el cañón de la escopeta. La joven se enredó con sus propios pies y cayó de bruces. Su bello rostro, pintado por decenas de minúsculas pecas de color crema, golpeó la arena con fuerza. Sintió los granos enterrarse en su piel e invadir sus fosas nasales. Apoyó las manos sobre la suave superficie y tosió varias veces.

Su mano derecha se cerró, acumulando un puñado de arena dentro de ella.

El hombre presionó la escopeta sobre su nuca y acompañó el gesto con un suave chasquido. Un aviso de no intentar nada valiente ni tonto.

La joven abrió la mano y dejó caer la única arma a su alcance en la soledad de esa playa.

Levantó la mirada. El sol apenas se asomaba sobre la línea en azul oscuro, que separaba el imponente océano de la inmensidad del cielo. El viento proveniente del mar sacudió sus cabellos y liberó algunos de los granos de arena adheridos a sus rubias hebras.

⎯Tengo sed ⎯dijo con voz ahogada.

El hombre no se inmutó en responder. Se quedó de pie, esperando.

La playa se extendía como una sábana gris desplegada para su evaluación. Algunas rocas pulidas como gemas primitivas ante el embate de las olas y el viento adornaban el lienzo de cristales sobre el cual había caminado tantas veces.

Adoraba el mar. Era irónico, una cruel parodia generada en algún universo paralelo, que sus últimas horas de sufrimiento y dolor en esta tierra las viviera en un lugar que para ella significaba descanso y paz.

No más. No después de ese día. No si lograba salir con vida.

Los aros de frío metal se apoyaron sobre su piel, justo por debajo de la línea del cabello. El contacto descargó una corriente eléctrica que recorrió toda su espalda.

El delicado beso de la muerte.

Un segundo toque, más insistente, le indicó que esperaba que se levantara. No quería, pero conocía el castigo por no obedecer órdenes. Cualquier cosa menos eso.

Se alzó con lentitud. Sus rodillas estaban llenas de arena, al igual que gran parte de sus piernas. Llevaba una camisa de un color que alguna vez fue blanco. Ahora estaba manchada de sudor y sangre, cubriéndola hasta la mitad de los muslos. Un regalo del hombre de la escopeta.

Nunca lo reconocería en voz alta, pero estaba agradecida por ese pequeño detalle. Algo tan sencillo como la dignidad nunca era tan valorada como cuando era arrebatada con fuerza y violencia. Esa sencilla vestimenta era lo único que la cubría. Lo único que le dejó llevar en esa última caminata por la orilla de la playa.

Sus pies sintieron el roce del agua que subía con las olas. La huella que su pie había dejado segundos antes desapareció en un remolino de espuma.

Pasaron al lado de un árbol sepultado en la arena. La playa se extendía en línea recta varios metros a partir de ese punto. Cuando vio el sitio al cual la llevaba, su corazón se detuvo dos latidos.

⎯No ⎯murmuró.

Sus pies rehusaron avanzar. La presión de la escopeta sobre su espalda aumentó en intensidad, pero ella no podía moverse. La pesadilla aún no había terminado.

⎯No ⎯dijo en un tono más alto. Luego gritó.

El golpe en la cabeza la tiró al suelo. Sintió una mano agarrarla por los cabellos y arrastrarla por la arena la corta distancia que la separaba de su destino final. Trató de defenderse, pero le faltaban las fuerzas.

En el forcejeo pudo girar la cabeza y ver su rostro. Llevaba una máscara translúcida, pintada con las facciones de una de las caretas que decoran las entradas de los teatros.

La cara de la alegría.

Lo último que vio, con la espalda tirada sobre la arena, fue el hoyo cavado en el suelo. El hombre se le acercó y con un rápido movimiento la golpeó en la cabeza con la culata de su escopeta.

Antes de que la oscuridad llenara su mente, y le diera el misericordioso regalo del olvido, escuchó el graznido de varias gaviotas que volaban cerca buscando alimentos.

Casi sonaban como si le estuvieran cantando.

Capítulo 2 Dónde estabas preguntó el detective secándose el sudor de la - фото 1

Capítulo 2

⎯¿Dónde estabas? ⎯preguntó el detective secándose el sudor de la frente.

Su compañero señaló un punto a su derecha. Varias personas se movían por el área y los dos se dirigieron en esa dirección.

Podía sentir el sudor deslizarse por la espalda y la tela de su camisa pegarse a su piel. Iba a ser un día muy caluroso y la ausencia de sombras en esa parte de la playa no era de ayuda. No soplaba una sola corriente de viento, a pesar de estar a orillas del mar. Hacía una hora que la marea alta había pasado y tanto el viento como las olas parecían haberse retirado a las profundidades del océano.

Con un movimiento rápido, se separó la tela de la piel.

⎯Cuando atrapemos al culpable ⎯dijo su compañero⎯quiero cinco minutos con él en un cuarto. No solo por lo que hizo, sino por obligarnos a caminar por esta playa a esta hora y con este maldito sol encima.

Se llevó una mano a la frente para hacer sombra sobre su rostro. Con la otra señaló hacia un punto en la lejanía.

El punto que parecía interesarle era un segmento mucho más allá del lugar al cual se encaminaban, casi al final de la playa. Unas pocas palmeras, inmóviles como estatuas por la falta de viento, creaban una sombra estrellada sobre el suelo.

⎯¿Por qué no lo pudo hacer allí? Por lo menos nuestro trabajo sería un poco más fácil. No. Eso sería mucho pedir. Tenía que hacerlo aquí, lejos de…

⎯Para lo que tenía planeado ⎯le interrumpió el detective Palmer⎯escogió el lugar ideal. Le dio la oportunidad de escapar, después de todo.

⎯Estoy de acuerdo ⎯dijo el detective Rosas exasperado⎯, pero no cambia mi opinión. Si vas a cometer un crimen, y no te importa un bledo la vida humana, al menos ten consideración por los que van a tener que limpiar tu basura.

Palmer agachó la cabeza y siguió caminando.

⎯Mauricio ⎯dijo Rosas después de unos segundos de silencio, las olas en retirada como música de fondo⎯. ¿Puedo preguntarte qué mosca te picó?

Palmer clavó sus penetrantes ojos color terracota en su compañero.

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