3.14 Estas palabras de amor no entran en tu cuerpo a través de tus ojos para instalarse en tu cerebro y desde ahí destilarse en un lenguaje que puedas comprender. Mientras leas, presta atención a tu corazón, porque es ahí por donde entra este aprendizaje y donde permanecerá. El corazón se convierte ahora en tus ojos y tus oídos. Tu mente puede quedarse dentro de tu concepto del cerebro, pues ahora, soslayándola, dejamos de enviarle información que procesar y datos que computar. El único cambio de pensamiento que se te pide es que te des cuenta de que no la necesitas.
3.15 Lo que esto supondrá para ti va mucho más allá del aprendizaje de este Curso. Renunciar a un solo concepto de esta naturaleza –y no sustituirlo– te liberará más allá de tus imaginaciones más profundas, y liberará también a tus hermanas y hermanos. Una vez derribado un concepto así, los otros le siguen rápidamente. Pero no hay ninguno más arraigado que éste, el que hoy empezamos a soltar.
3.16 Tú, que has sido incapaz de separar la mente del cuerpo, el cerebro de la cabeza, y la inteligencia del conocimiento, anímate. Renunciamos a seguir intentándolo. Simplemente, aprendemos de una manera nueva, y en nuestro aprendizaje nos damos cuenta de que nuestra luz brilla desde dentro de nuestro corazón, que es nuestro altar al Señor. Aquí es donde mora el Cristo que hay en nosotros, y aquí es donde concentramos nuestras energías y nuestro aprendizaje, para pronto aprender que lo que queremos saber no se puede computar en los bancos de datos de un cerebro sobrecargado, en el que hemos confiado demasiado, en una mente que no podemos separar de donde creemos que está.
3.17 Nuestros corazones, en cambio, salen al mundo, a los que sufren, a los débiles de cuerpo y de mente. Nuestros corazones no se confinan tan fácilmente en este envoltorio de carne y hueso. Nuestros corazones alzan el vuelo con la alegría, y se rompen con la tristeza. No sucede lo mismo con el cerebro, que se mantiene registrándolo todo, como un observador callado que pronto te dirá que los sentimientos de tu corazón eran en verdad insensateces. Es a nuestro corazón a quien acudimos en busca de guía, porque es allí donde mora el que guía de verdad.
3.18 A ti, que piensas que esta idea está plagada de sentimentalismo y que seguramente te llevará a abandonar la lógica, para después sin duda causar tu ruina, te vuelvo a decir: anímate. Las insensateces que son los deseos de tu corazón, ahora te van a salvar. Recuerda que es tu corazón el que anhela el hogar. Tu corazón el que anhela el amor recordado. Tu corazón el que señala el camino que, si lo sigues, te situará sin duda en el sendero que lleva a tu hogar.
3.19 ¿Qué dolor ha soportado tu corazón al que no haya atesorado por su fuente? Su fuente es el amor, ¿y qué mayor prueba necesitas de la fortaleza del amor? El dolor que ha soportado tu corazón se asemejaría, sin duda, a un cuchillo que atraviesa los tejidos, a un golpe que pararía todas las funciones cerebrales, o un ataque a las células mucho mayor que cualquier cáncer. El dolor del amor, tan atesorado que no se puede soltar, puede sin duda atacar los tejidos, el cerebro y las células, y de hecho lo hace. Y entonces lo llamas “enfermedad”, y permites que el cuerpo te falle, todavía y siempre, y te guardas el amor para ti.
3.20 ¿Acaso el dolor ha de acompañar al amor y a la pérdida? ¿Es éste el precio que debes pagar —preguntas— por abrir tu corazón? Sin embargo, a la pregunta de si preferirías otra cosa distinta del amor, no responderías que sí. ¿Qué otra cosa hay que valga semejante precio, tanto sufrimiento, tantas lágrimas? ¿Qué otra cosa no soltarías ante la llegada del dolor, como la mano dejaría caer un ascua ardiente? ¿Qué otro dolor abrazarías estrechamente? ¿A qué otra pena no desearías renunciar? ¿Qué otro dolor estarías tan poco dispuesto a sacrificar?
3.21 No pienses que éstas son preguntas sin sentido, formuladas para vincular el amor con el dolor, y que te dejan desamparado y sin ayuda. Relacionar el dolor con el amor de esta manera no tiene sentido, y sin embargo tiene el mayor sentido. Estas preguntas simplemente demuestran el valor del amor. ¿Qué otra cosa valoras más?
3.22 Tus pensamientos te podrían llevar a una docena de respuestas en este momento. Para algunas personas el número sería mayor; para otras, menor, y tus respuestas dependerían de la tenacidad de tus pensamientos que, guiados por tu ego, interpondrían la lógica en el camino del amor. Podría haber quienes utilizaran sus pensamientos de manera distinta, proclamando que elegirían el amor y no el dolor, cuando en realidad lo que eligen es la seguridad a costa del amor. Nadie aquí cree que puede tener el uno sin el otro, de modo que vive temeroso del amor, a la vez que lo desea por encima de todo.
3.23 No pienses que el amor se puede mantener apartado de la vida de ninguna manera. Sin embargo, ahora comenzamos a retirar del amor el juicio de la vida, los juicios adquiridos por tu experiencia, el juicio basado en cuánto amor has recibido y en cuánto amor te ha sido denegado. Comenzamos simplemente por aceptar la prueba de la fortaleza del amor que se nos ha dado. Porque a ella volveremos una y otra vez, a medida que vayamos aprendiendo a reconocer lo que es el amor.
CAPÍTULO 4
La equidad del amor
4.1 ¿Es necesario que ames a Dios para saber qué es el amor? Cuando amas con pureza, conoces a Dios, ya seas consciente de ello o no. ¿Qué significa amar con pureza? Significa amar por amar. Simplemente amar. No tener falsos ídolos.
4.2 Antes de que puedas amar por amar, es necesario llevar los falsos ídolos ante la luz para poder verlos ahí como la nada que son. ¿Qué es un falso ídolo? Aquello que crees que el amor te conseguirá. Tienes derecho a todo lo que el amor te quiere dar, pero no a lo que crees que te aportará por medio de su adquisición. Éste es un ejemplo clásico de la falta de reconocimiento de que el amor es.
4.3 El amor y el anhelo están íntimamente ligados porque quedaron vinculados en el momento de la separación, cuando nacieron al unísono la opción de alejarse del amor y la opción de regresar a él. Por tanto, el amor nunca se perdió, sino que quedó ensombrecido por el anhelo que, interpuesto entre tú y tu Fuente, ocultó Su luz al mismo tiempo que te alertaba de Su presencia eterna. El anhelo es lo que te demuestra que el amor existe, pues aun aquí no anhelarías lo que no recuerdas.
4.4 Toda tu larga búsqueda de pruebas de la existencia de Dios termina aquí, al reconocer qué es el amor. Y con esta prueba también se demuestra tu propia existencia. Pues en tu anhelo por el amor, reconoces también tu anhelo por tu Ser. ¿Por qué habrías de preguntarte quién eres y cuál es tu propósito aquí, si no fuera porque reconoces –y así lo atestigua tu anhelo– aquello que temes no ser, pero que seguramente eres?
4.5 Todo temor acaba al quedar demostrada tu existencia. Todo temor se deriva de tu incapacidad de reconocer el amor, y con ello quién eres tú y quién es Dios. ¿Cómo no tener miedo ante una duda tan poderosa? ¿Cómo no regocijarte cuando la duda desaparece y el espacio que antes ocupaba se llena por completo de amor? Desaparecida la duda, ya no quedan sombras. Nada se interpone entre el hijo de Dios y la propia Fuente de ese hijo. No quedan nubes que oculten el sol, y la noche da paso al día.
4.6 Hijo de Dios, aquí eres un extraño, pero no necesitas ser un extraño para tu Ser. Al conocer tu Ser, se desvanece toda amenaza de tiempo, espacio y lugar. Aunque sigas caminando por una tierra extraña, no lo harás envuelto en una niebla de amnesia que oscurece lo que sería una breve aventura y la reemplaza por pesadillas de terror y confusión tan desenfrenadas que es imposible tener la más mínima seguridad, y el día se vuelve noche incesantemente, en una larga marcha hacia la muerte. Reconoce quién eres y la luz de Dios irá delante de ti, iluminando cada sendero y disipando la niebla de sueños, de los que te despertarás sin alteración.
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