2.9 Es necesario hacerte ver la locura de tu proceso mental y del mundo que percibes para que estés dispuesto a abandonarla. Esto ya lo sabes, y sin embargo te olvidas continuamente. Este olvido es cosa de tu ego. Tu verdadero Ser no quiere olvidar, y tampoco puede, ni por una mínima fracción de segundo. Es precisamente la incapacidad de olvidar de tu verdadero Ser lo que te da la esperanza de aprender a reconocer el amor y, con ese reconocimiento, poner fin a la locura que ahora percibes.
2.10 Tu verdadero Ser es el Cristo que hay en ti. ¿Cómo iba a ser algo que no fuera amor, o a ver con ojos distintos de los del amor? ¿Te parecería posible que cualquier ser humano decente contemplara un mundo sin amor, que contemplara el sufrimiento y la desesperación, y que no se conmoviera? No pienses que aquellos que parecen aumentar la miseria del mundo son una excepción. No hay ni un alma de las que caminan por el planeta que no llore ante lo que ve. Sin embargo, el Cristo en ti no llora, porque el Cristo en ti ve con ojos de amor. La diferencia es que los ojos del amor no ven la miseria ni la desesperación. ¡No están ahí! Éste es el milagro. El milagro es la verdadera visión. No pienses que el amor puede contemplar la miseria y ver ahí amor. El amor no contempla la miseria en absoluto.
2.11 La compasión no es lo que habéis hecho de ella. La Biblia os enseña que seáis compasivos tal como Dios lo es. La habéis definido de forma opuesta a lo que es la compasión de Dios. Creer que Dios contempla la miseria y responde con compasión y preocupación, sin acabar con ella, es creer en un dios que es compasivo como lo eres tú. Piensas que acabarías con la miseria si pudieras, empezando por la tuya, y sin embargo, ni tú ni Dios podríais acabar con la miseria haciéndola real. Aquí no hay magia que convierta la miseria en gozo y el dolor en dicha. Esos sí serían actos mágicos: una ilusión puesta encima de otra. Lo que has hecho es aceptar la ilusión como verdad, por lo que buscas otras ilusiones para que cambien lo que nunca fue en algo que nunca será.
2.12 Ser compasivo como lo es Dios, es ver como Dios ve. Insisto una vez más: no se trata de contemplar la miseria y querer convencerte de que no la ves. No abogo por la falta de corazón sino por la plenitud de corazón. Si crees incluso la mínima parte de lo que es verdad, aunque sólo creas que eres una pequeña parte de Dios, no mayor que un pequeño destello de luz en medio de un sol resplandeciente, ni así puedes creer en la realidad de la miseria y la desesperación. Si lo haces, crees que es el estado de Dios también. Y si esto fuera verdad, ¿qué esperanza habría de acabar con el sufrimiento? ¿Qué luz habría en el universo que pudiera poner fin a la oscuridad?
2.13 Invierte este pensamiento y observa si así tiene más sentido. En este escenario, un Dios benévolo y amoroso, que ha extendido su Ser en la creación del universo, de algún modo se las ha arreglado para extender lo que no es de Él, ha creado lo que en nada se asemeja a Su Ser. ¿Intentarías, incluso tú, tamaño disparate? ¿Acaso concebirías lo inconcebible?
2.14 Entonces, ¿qué respuesta nos queda, salvo que no ves la realidad tal como es? ¿Qué beneficio te aporta el verla incorrectamente? ¿Qué riesgo hay en intentar verla de otra manera? ¿Qué sería un mundo sin miseria sino el cielo?
2.15 No recurras a figuras del pasado para que, trascendiendo las ilusiones, te muestren el camino al presente. Busca, dentro de ti, al que en ti conoce el camino. Cristo está dentro de ti y tú descansas dentro de Dios. Prometí que nunca te abandonaría ni te dejaría desamparado. El Espíritu Santo ha apaciguado tu mente agitada en la medida en que se lo has permitido. Ahora permite que yo apacigüe la agitación de tu corazón.
2.16 No has alcanzado el grado suficiente de inversión de tu pensamiento, porque de otra manera tu corazón no seguiría agitado. La inversión no se ha producido porque separas mente y corazón, y crees que puedes implicar a una sin implicar al otro. Crees que conocer con la mente es un proceso de aprendizaje, independiente de todo lo demás que eres. Así, puedes saber sin que ese saber sea quien eres. Crees que puedes amar sin que el amor sea quien eres. No hay nada independiente de tu ser. No hay nada que se mantenga separado. Todos tus intentos de mantener las cosas separadas son sólo la recreación de la separación original, obrada para convencerte de que la separación realmente ocurrió.
2.17 No estás separado ni estás solo. Al oír estas palabras, tu corazón se regocija y tu mente se rebela. Tu mente se rebela porque es el baluarte del ego. Tu sistema de pensamiento es lo que ha fabricado el mundo que ves; el ego, su compañero fiel en la construcción del mismo.
2.18 Y sin embargo, tu mente también se regocijaba con el aprendizaje de todas las enseñanzas que te han traído hasta aquí, felicitándose por una hazaña que le ha dado descanso. Es desde este descanso desde donde el corazón empieza a hacerse oír.
2.19 Así como el Espíritu Santo puede utilizar lo que el ego ha fabricado, el ego puede utilizar lo que la mente ha aprendido, sin haber integrado. Mientras no llegues a ser lo que has aprendido, dejas espacio para las maquinaciones del ego. Una vez que te hayas convertido en lo que has aprendido, el ego se queda sin el espacio vital que le permite existir y, expulsado del hogar que habías fabricado para él, lentamente muere. Hasta ese momento, el ego se enorgullece de lo que la mente ha adquirido, incluso se alegra de que tu aprendizaje te haya aportado mayor paz y satisfacción. Ello le permite verse –y de hecho se ve– como mejor, más fuerte, más capacitado para el éxito mundano. Pretende aprovechar todo lo que has aprendido para sus propios propósitos y darte una palmada en la espalda por tus nuevas capacidades. Si no lo vigilas, incluso puede parecer que se ha hecho más fuerte, y más feroz en sus críticas. Pretende elevar el listón de las exigencias para así utilizar lo que has aprendido con el fin de incrementar tu sensación de culpa. De esta manera, va ganando batallas cotidianas con el propósito de empujarte hacia la abdicación, el día en que finalmente te rindas y admitas la derrota. Cuestiona tu derecho a la felicidad, al amor y a los milagros, y sólo busca llevarte a proclamar que vivir con esas fantasías no sirve para nada, y que eso jamás será posible aquí.
2.20 Con valentía has entrado en este campo de batalla. La guerra se libra día y noche, y estás fatigado. Tu corazón pide a gritos consuelo, y sus gritos no pasan inadvertidos. La ayuda está aquí.
2.21 No creas que todo lo que has aprendido no va a cumplir el propósito para el que te fue dado. No creas ni en tu fracaso ni en el triunfo del ego. Todo lo que has aprendido permanece contigo, con independencia de cómo percibes el resultado de tu aprendizaje. Tu percepción de un resultado que esté bajo tu control es lo único que hay que cambiar. Recuerda que causa y efecto son una sola cosa. Lo que quieres aprender, no puedes dejar de aprenderlo.
2.22 Empezaremos trabajando en un estado de neutralidad, en el que la guerra ya no se libra y las batallas diarias cesan. Quién gana y quién pierde no nos concierne aquí. Aún no ha llegado la paz, pero la bandera blanca de la rendición se ha agitado y se ha dejado caer en suelo santificado, donde la neutralidad reinará durante un breve tiempo, antes de que estalle la paz con alegre regocijo.
2.23 No hay botín que atesorar. En esta guerra no hay vencedores. Todo lo que se ha aprendido y vuelto a aprender es que esto es lo que no deseas. La libertad de regresar a casa, lejos de los gritos de agonía, derrota y vanagloria, es ahora lo único que se busca. En un estado de neutralidad es donde comienza el regreso. Quizás los ejércitos aún no estén marchando a casa, pero se están preparando para hacerlo.
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