Por otra parte, el sistema de capas de ropa, manteniendo la ventilación de las mismas para protegerse del frío, era y sigue siendo hoy, una práctica común entre todos los grupos inuit del Ártico. La vestimenta se diseñaba con el objetivo de capturar el aire caliente del cuerpo. Los estilos de ropa variaban de un grupo inuit a otro. Las prendas de vestir definían la edad del portador, el género, la ocupación, la localización geográfica y por lo tanto, identificaba al grupo cultural al que pertenecía la persona. Las diferencias regionales eran evidentes, no solamente en el diseño de la ropa, sino también en los materiales, tintes y las técnicas de la costura usadas. De este modo, los recursos existentes en cada zona condicionaban la disponibilidad del tipo de piel de animal utilizado.
Señalar también que los Iñupiat del estrecho de Bering usaban los kayaks y el umiak. Como era habitual entre el resto de grupos inuit que navegaban con ambas embarcaciones, las pieles debían cambiarse anualmente. Para asegurar la estanqueidad, estas eran bañadas en aceite y a menudo usaban la resina o gomas vegetales para reforzar la cubierta de los barcos. Asimismo, emplearon los trineos de perros: el que tenía forma de cesta se usaba para los viajes por el interior, y el trineo plano se utilizaba sobre todo para arrastrar los grandes barcos de piel a través del hielo, al igual que los trineos más pequeños.
Las aldeas se dividían según los patrones de los umiaat llamados umialiit (plural de umialik) y de sus respectivas tripulaciones y utilizaban el qalgi para reunirse y trabajar. El umialik también solía ser el líder del poblado, aunque no era un cargo hereditario.
Los Iñupiat de esta zona establecieron relaciones comerciales con otros nativos de Alaska y de Siberia (básicamente en verano, debido a las fuertes corrientes marinas de invierno). El intercambio de productos, basado en la reciprocidad, fortalecía las relaciones sociales de los individuos y permitía, además, tener acceso a productos tales como las pieles de reno y zorro, huesos de ballena y colmillos de morsa, todos ellos procedentes de Siberia. A pesar de esto, las pieles de castor y de nutria terrestre eran los bienes más preciados. La región del estrecho de Bering, por otra parte, era también una zona beligerante. Los conflictos bélicos entre familias, clanes, aldeas y nativos norteamericanos del interior eran frecuentes, de tal manera que se imponía la ley del más fuerte, y quienes abandonaban su área cultural de subsistencia podían ser asesinados. Este era el motivo principal por el cual los hombres no iban solos a cazar. Uno de los grupos más agresivos y peligrosos eran sin duda los Malemiut, que vivían en Norton Sound.
Los Iñupiat del estrecho de Bering creían en la reencarnación del espíritu en una vida humana o animal. Practicaban el ritual epónimo y el atiq o ateq, era el nombre o el alma del nombre. En la cosmología Iñupiaq los nombres estaban asociados con las almas de las personas, tanto vivas como muertas. El nacimiento de un niño representaba, y en muchos aspectos pasaba a ser, el sustituto de una persona recientemente fallecida. En otras palabras, la muerte y el nacimiento simbolizaban un reciclaje de las almas, y la reutilización de los nombres vinculados a las almas es una de las formas en la que los niños están inmersos en una red de relaciones sociales. Un niño a menudo se le conocía por el referente parentesco de su tocaya o tocayo.15
Además vivían en una delgada línea que separaba el mundo natural de la realidad espiritual. El frío y el hambre constituían un escenario donde las vidas humanas dependían de la vida que tomaban otros seres. Por este motivo, en la actualidad los programas educativos y las manifestaciones artísticas se han encaminado al mantenimiento de una estructura social y religiosa marcada por un modelo de subsistencia tradicional. De esta manera, la cultura material y la vida ceremonial se funden en la forma y función de los objetos producto de ambas realidades. En esta región se encuentran excelentes registros sobre una vida ancestral pasada que se ha mantenido viva a través de la tradición oral de personas nacidas sobre el 1800, antes de la llegada de las tecnologías modernas y de la fiebre del oro.
Aunque en realidad fue Semión Ivánovich Dezhniov (¿1605?-1672) el primer occidental en llegar en 1648 al estrecho de Bering, el nombre del lugar fue puesto en honor a Vitus Bering, quien lo «redescubrió» y lo cruzó en 1728. Unos años después, en 1741, este navegante danés «descubrió» Alaska. Por aquella época, los Iñupiat ya sabían de los europeos antes de su llegada gracias a los productos obtenidos del comercio con Siberia. En 1850, los balleneros empezaron a faenar por aguas del océano Ártico. Intercambiaron con los Iñupiat del estrecho de Bering y con los Taremiut (o Tareumiut) las barbas de ballena por lanzas, arpones, harina, galletas, armas de fuego, munición, tabaco, cerillas y bombas para cazar ballenas. Este contacto con los balleneros afectó a los nativos, introduciendo no solo productos nocivos como el alcohol, sino también enfermedades para las cuales no estaban inmunizados. La consecuencia de todo ello es que la población de ambos grupos disminuyó. A pesar de los intentos por controlar la venta de alcohol y armas, a partir de 1880 el proceso de aculturación fue avanzando entre la población indígena, y más después de la instalación de los primeros puestos comerciales balleneros en tierra. Como en 1900 se vivió el auge de la industria ballenera, se produjo una disminución alarmante del número de mamíferos marinos en la zona. Además el precio de las barbas de ballena utilizadas para fabricar los corsés de las damas europeas empezó a caer a partir de 1915. Posteriormente, en 1920 los balleneros desaparecieron de Alaska y los Iñupiat y los Tareumiut tuvieron que buscar otras actividades alternativas como la caza del zorro para vender sus pieles.
Por otra parte, a finales del siglo XIX se creó un plan que pretendía interferir en el modo de vida tradicional de los Iñupiat y Yupiit de Alaska. Este nuevo programa planteaba motivar la actividad del pastoreo, típica de los pueblos Chukchi y Saami, en unos nativos acostumbrados desde hacía milenios a la pesca y al nomadismo. Además implicaba un aprendizaje de casi cuatro años y una separación de la familia y de la comunidad durante largos períodos dedicados al pastoreo en la tundra y al cuidado de los rebaños. Así es como entre 1891 y 1892 fueron introducidos renos domesticados, procedentes de Rusia y de los países nórdicos europeos, en la zona del estrecho de Bering y del noroeste y sudoeste de Alaska. La idea fue del misionero presbiteriano Sheldon Jackson. En 1920, el pastoreo de renos llegó a su punto álgido disminuyendo más tarde, hasta que en 1929 dejó de resultar un buen negocio. Los renos se extinguieron o se mezclaron con los caribúes autóctonos de la región. Nome quedó como el último reducto de este pastoreo que ha perdurado hasta la actualidad.
En 1899 se encontró oro en Anvil Creek y poco después, en la primavera de 1900, llegaron a esta zona hasta diez mil exploradores y buscadores de oro de todo el mundo. Posteriormente fundaron la ciudad de Nome (1901) y al cabo de pocos años ya se habían extraído de las minas de la península de Seward más de USD $60 millones en oro (1911). Mientras tanto, la ciudad de Nome fue creciendo. Se construyeron elegantes edificios, escuelas, iglesias, bibliotecas, teatros, óperas y polideportivos, todo para satisfacer la vida de una nueva clase alta que se había enriquecido gracias al oro. Muchos Iñupiat, procedentes de la isla de King,16 llegaban a la ciudad e instalaban sus campamentos de verano en la playa para pescar. Luego, en invierno, regresaban a la isla. Tras los incendios de 1905 y 1934, y también a consecuencia de las tormentas, poco quedó de aquella ciudad enloquecida por la fiebre del oro de principios de siglo XX, aunque sus habitantes la fueron reconstruyendo.
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