China Miéville - Buscando a Jake y otros relatos

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La mejor colección de relatos del año. (
Wired) Un escritor de relatos cortos de impresionante imaginación y poderío. Una obra oscura, ingeniosa, aterradora y completamente irresistible. (
BBC Focus) Las historias de Miéville mezclan fervor político con amenazas góticas, y caminan de manera inquietante sobre el filo que separa lo extraño de lo cotidiano… poderosos cuentos de paranoica complicidad. (
Times literary supplement)

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Al igual que la mayoría de los adultos, yo corrí un tupido velo sobre el recinto clausurado. Lo evitaba incluso en los turnos nocturnos en los que todavía formaba parte de mi ruta. Estaba cerrado a cal y canto, así que ¿qué necesidad había de echarle un vistazo? Sobre todo teniendo en cuenta que en su interior todavía se percibía algo terrible, una malsana atmósfera persistente como un fuerte hedor. Tenemos que pasar la tarjeta magnética por varios lectores para demostrar que hemos cubierto cada una de las zonas, y yo deslizaba la mía por el del parque de bolas sin mirar, con la vista clavada en las pilas de catálogos nuevos en lo alto de la escalera. A veces imaginaba que oía ruidos a mi espalda: suaves, pequeños plof-plafs, pero como sabía que era imposible, incluso comprobarlo carecía de todo sentido.

Resultaba extraño pensar que el parque de bolas estaba cerrado para siempre; pensar que aquellos habían sido los últimos niños que jugarían en él.

Un día me ofrecieron una cuantiosa gratificación por quedarme hasta tarde. La encargada de la tienda me presentó al señor Gainsburg, de la sede central. Resultó que no se refería a la sede central del Reino Unido, sino que nada menos que a la sede matriz de la empresa. El señor Gainsburg quería quedarse trabajando hasta tarde esa noche, y necesitaba a alguien que se ocupase de él.

El señor Gainsburg no volvió a dejarse ver hasta bien pasadas las once, justo cuando yo estaba empezando a pensar que habría sucumbido al jet lag y ya me preparaba para pasar una noche tranquila. El hombre estaba bronceado e iba bien vestido. Me llamó por mi nombre de pila repetidas veces mientras me sermoneaba sobre la empresa. En un par de ocasiones me sentí tentado a decirle cuál había sido mi profesión en mi país, pero comprendí que su intención no era mostrarse condescendiente conmigo. Y, en cualquier caso, necesitaba el trabajo.

Me pidió que lo llevase al parque de bolas.

—Los problemas hay que solucionarlos cuanto antes —dijo—. Eso es lo más importante que he aprendido, John, y ya llevo bastante tiempo en esto. Un problema siempre conlleva otro. Si dejas algún problemilla creyendo que podrás capearlo sin más, en un abrir y cerrar de ojos te encuentras con que tienes dos. Y así sucesivamente.

»Tú llevas ya una temporada aquí, ¿verdad, John? Tú viste este lugar antes de que se cerrara. Estas pequeñas leoneras arrasan entre los niños. Ahora las tenemos en todos nuestros establecimientos. Cualquiera pensaría que no son más que un servicio extra, ¿a que sí? Algo que viene bien que esté, sin más. Pero te aseguro, John, que a los niños les encantan estos sitios, y los niños… bueno, los niños son muy, muy importantes para esta empresa.

Para entonces ya teníamos las puertas abiertas y apuntaladas, y me hizo echarle una mano para llevar al interior del parque de bolas una mesa plegable de la zona de exposición.

—Estamos donde estamos gracias a los niños, John. Cerca del cuarenta por ciento de nuestros clientes tienen hijos pequeños, y la mayoría de ellos menciona el hecho de que los niños se lo pasan bien en nuestras tiendas como uno de los dos o tres motivos fundamentales por los que acuden a ellas. Por encima de la calidad del producto. Incluso del precio. Vienen en coche. Comen aquí. Es como una excursión familiar.

»Eso por un lado. Además resulta que la gente que está comprando para sus hijos se preocupa mucho más por aspectos como la seguridad y la calidad. De media, gastan más por artículo que los solteros y parejas sin hijos, porque quieren tener la certeza de que han comprado lo mejor para ellos. Y nuestros márgenes en los productos caros son bastante mayores que en los de gama baja. Incluso en las parejas con ingresos bajos, John, el porcentaje de sus ingresos dedicado a mobiliario y artículos para el hogar se dispara con un embarazo.

El señor Gainsburg estaba observando las bolas que le rodeaban, brillantes bajo las luces del techo que llevaban meses sin encenderse, y el destrozado armazón de la casita de juegos.

»Así que ¿en qué es lo primero que nos fijamos cuando una tienda empieza a ir mal? En los servicios, como el de guardería. Vale, hecho. Pero, en estos últimos tiempos, en este centro los resultados no se ajustan para nada a lo esperado. En todas las tiendas se ha notado una disminución en las ventas, por supuesto, pero en esta… no sé si te habrás dado cuenta, no es solo que los ingresos hayan mermado, sino que la afluencia de público se ha reducido hasta unos niveles que no cuadran para nada. Por lo general es sorprendente lo bien que aguantan las cifras de visitantes durante los períodos de crisis. La gente compra menos, pero sigue viniendo. Y a veces, John, incluso vemos incrementarse esas cifras.

»Pero aquí… la afluencia de público en general ha bajado; pero, en proporción, las cifras referidas a parejas con hijos han bajado todavía más. Y las de las parejas con hijos que repiten están por los suelos. Algo que no era habitual en este centro.

»Y bien, ¿cómo es que ya no vuelven a venir con tanta frecuencia como antes? ¿Qué tiene de diferente este establecimiento? ¿Qué ha cambiado? —Esbozó una leve sonrisa, miró ostentosamente en derredor y luego me volvió a mirar a mí—. ¿Sí? Los padres continúan pudiendo dejar a sus hijos en el servicio de guardería, pero los niños ya no les piden volver de nuevo como acostumbraban a hacer. Falta algo. Ergo, por lo tanto, tenemos que recuperarlo.

Colocó el maletín sobre la mesa y me dirigió una sonrisa irónica.

—Ya sabes cómo funcionan las cosas. Les dices una y otra vez que hay que solucionar los problemas cuando se presentan, pero ¿tú te crees que hacen caso? Claro, como no es a ellos a quienes les toca arreglarlos… Así que terminas no con un problema sino con dos. El doble de embrollos para arreglar.

Negó con la cabeza con tristeza. Recorrió el recinto con la mirada, hasta el último rincón, con los ojos entrecerrados. Respiró hondo un par de veces.

—A ver, John, escucha, gracias por toda tu ayuda. Voy a tener que quedarme aquí unos minutillos. ¿Por qué no te vas a ver la tele o te tomas un café o algo? Ya iré yo a buscarte dentro de un rato.

Le dije que estaría en la sala de personal. Me giré y le oí abrir el maletín. Cuando me alejaba escudriñé a través de la pared de cristal y traté de ver qué estaba colocando sobre la mesa. Una vela, un frasco, un libro siniestro. Una campanilla.1

Las cifras de visitantes han vuelto a subir y estamos capeando la recesión sorprendentemente bien. Hemos retirado algunos de los productos de la gama alta y vuelto a los orígenes presentando una colección de pino sin tratar. En estos últimos tiempos, la tienda incluso ha contratado más personal del que ha despedido.

Los críos vuelven a estar contentos. Su obsesión con el parque de bolas se niega a morir. En el exterior hay una pequeña flecha, a poco más de noventa centímetros del suelo, la altura máxima que se puede tener para entrar. He visto niños que tras correr escaleras arriba camino del parque se han encontrado con que durante los meses transcurridos desde su última visita han crecido, que son demasiado altos para entrar a jugar. Los he visto rabiar porque nunca se les va a permitir acceder de nuevo, porque para ellos ya se ha acabado, para siempre. Se ve que en ese momento darían cualquier cosa, lo que fuese, por volver atrás. Y los otros niños que los contemplan, los que son solo un pelín más bajos, harían lo que fuese por dejar de crecer y quedarse como están.

En su manera de jugar hay algo me hace pensar que la intervención del señor Gainsburg podría no haber tenido exactamente el efecto que todo el mundo esperaba. Al ver sus ansias por reunirse con sus amigos en el parque de bolas, a veces me pregunto si no fue algo deliberado.

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