[2]Véase del colectivo Chuang, «Contagio social: guerra de clases microbiológica en China», en Lobo suelto!, 20 de marzo de 2020 tomado del sitio web Chuang del 6 de febrero de 2020.
[3]Ángel Luis Lara, «Causalidad de la pandemia, cualidad de la catástrofe», eldiario.es, 29 de marzo de 2020.
[4]Luis González Reyes, «Las lecciones que puede dar el corona virus a la especie humana», El Salto, 12 de marzo de 2020.
De lo abstracto y virtual a lo material y concreto: el Covid-19 y el freno de emergencia de la locomotora del progreso
Vivíamos bajo la lógica de lo abstracto, lo ficticio y lo virtual. No sabíamos diferenciar entre el valor de uso de un objeto, cualquiera sea, y su valor de cambio. Nuestras vidas las vivíamos a través de los medios de comunicación, que se encargaban de fabricar una experiencia convertida en mercancía de rápida y fácil digestión. El sentido común se había escindido de la materialidad de la vida para devenir una pura artificialidad teledirigida. La mayor de todas las abstracciones, el dinero, se convirtió en el modelador único de nuestras vidas deseantes, en el ejecutor de nuestros éxitos y de nuestras derrotas. El mundo se redujo a una agencia de turismo transformando las diferencias y particularidades en una masa amorfa de productos intercambiables y pasteurizados. Las palabras con las que habíamos aprendido a recitar casi de memoria el catecismo neoliberal de repente estallaron en mil pedazos y se convirtieron en cadáveres tumefactos, el lenguaje quedó maltrecho y todavía estamos buscando en el desván de los recuerdos las palabras que sabíamos usar antaño para dar cuenta de la realidad sin tener que dejarnos «decir» por los ideólogos del sistema. Nuestra «normalidad» ha sido sacudida por un virus. Difícilmente, al finalizar esta larga cuarentena global, podamos regresar a la vida «normal» que hoy está suspendida. La vertiginosidad del instante se transformó en un tiempo expandido, improductivo, inútil desde los cánones de la rentabilidad burguesa, mientras lo más concreto, lo indispensable para el vivir, volvió a ponerse delante nuestro y a mostrarnos que no todo es virtualidad y ficción. Que hay un otro invisible pero muy concreto que, emanando de las fuentes más arcaicas de la vida, nos coloca delante de nuestras carencias y desarma nuestras sugestiones de seres semidivinos capaces de conquistar hasta el último de los secretos de la naturaleza poniéndola a nuestro entero servicio. ¿Se ha roto la abstracción y regresa el cuerpo concreto como plantea Bifo Berardi? ¿Es el capitalismo lo real de la economía mostrando hoy toda su crudeza y maldad estructural como nunca antes a los ojos de una humanidad desconcertada pero inquieta? ¿Puede el redescubrimiento del valor de uso y de la materialidad de la vida desplazar la abstracción del semiocapitalismo o estaremos en los umbrales de un tecnototalitarismo de mercado? Preguntas inquietantes en el interior de un tiempo de ruptura.
El viejo Gastón Bachelard acuñó el concepto de obstáculo epistemológico para explicar la imposibilidad y la ceguera de la comunidad de científicos para romper con los paradigmas vigentes y aceptar la emergencia de novedades disruptivas. Tal era la fuerza del imaginario y de la trama simbólica, que literalmente se volvía imposible ver aquello que ponía en cuestión la cosmovisión dominante. En cada nueva pregunta que se formula, se guarda, como potencia disruptiva, la novedad que vendrá a quebrar lo establecido. Alexander Koyré se dedicó profusamente a explicar el giro copernicano que se dio en la concepción del mundo entre el Renacimiento y el inicio de la Modernidad, destacando que se trató del pasaje del «mundo cerrado al universo infinito», pasaje que modificó radicalmente nuestra visión de todo lo aceptado hasta ese momento. Así como la ciencia fue rompiendo con paradigmas que la ataban a certezas que ya no se correspondían con los nuevos métodos de investigación, las sociedades también son constituidas por verdades y certezas que organizan sus cosmovisiones y sus ideologías dominantes. Entre nosotros, y en las últimas cuatro décadas, ese paradigma que atravesó todas las fronteras para instalarse en el centro de toda significación posible, fue el neoliberalismo, verdadera usina donde se trabajó con las subjetividades como materia prima para alcanzar una completa reformulación del sentido común y adaptarlo a las exigencias del capitalismo financiarizado hasta extremos nunca antes experimentado en el viaje hacia la pura abstracción.
Hoy, en medio de un acontecimiento parteaguas, la lengua de la economía global de mercado se deshace como si fuera un trapo viejo. Todos sus recursos simbólicos y culturales, su capacidad de fabricar a destajo sentido común y subjetividades al uso del capitalismo «salvaje» –como se lo ha llamado incluso en un editorial del Washington Post–, hoy están en una crisis quizá terminal. Romper el «obstáculo epistemológico» de los sujetos sujetados por la matriz hegemónica es, sin duda, la enorme tarea del momento. Paradójicamente es un «bichito» invisible el que vino a desnudar el contenido ominoso de ese modelo de dominación que nos ha dejado desprotegidos ante el vendaval de la epidemia. Nada será sencillo y mucho menos desarmar un engranaje que viene funcionando a toda máquina. Quebrar el sentido común de época es una tarea ciclópea que, en este caso, tiene la inestimable ayuda de una realidad que nos devuelve a la fragilidad y la incerteza de nuestro vivir. Desaprender lo aprendido no resulta un ejercicio agradable. Nos movemos entre la angustia de la incertidumbre y la potencia de la novedad. Entre el desasosiego y el entusiasmo. Entre la persistencia de una virtualidad mentirosa y una materialidad que tenemos que reaprender a comprenderla mientras la experimentamos en nuestra atribulada cotidianidad. La invisibilidad de la amenaza se trastoca en mutación de prácticas y conductas que van modificando percepciones y sensibilidades. Se abre, para el día después, la pregunta por el alcance y la potencia transformadora que guardan estas novedades que hoy están atravesando nuestra experiencia de aislamiento social. Se avecinan cambios que involucrarán lo individual y lo colectivo, lo público y lo privado, lo material y lo inmaterial, lo económico y lo socio-cultural, lo democrático y lo normativo. Resulta difícil imaginar que el día después se convierta en un ejercicio de mera repetición global y acrítica de lo que nos condujo hacia la pandemia y la crudeza de lo que ésta puso al descubierto. Nada será igual.
La furia de la incertidumbre, los alcances de una experiencia inédita, la vivencia del miedo, el redescubrimiento de otro modo de la cercanía y de la temporalidad. La yuxtaposición de roles, su intercambio espontáneo, la cabalgata hogareña que saca a luz lo que se infravaloraba del trabajo generalmente realizado por las mujeres, son apenas algunas de las prácticas que están en plena ebullición. Pero también, como aquello que dejó en evidencia y al descubierto el huracán Katrina en Nueva Orleans, la cruda exposición de la maldad estructural de un sistema de la economía-mundo organizada alrededor de la desigualdad más radical, la concentración de la riqueza más exuberante de la historia humana y la exclusión de miles de millones de personas condenadas a la humillación, el hambre y la miseria. La continuidad de un sistema de la maldad se vuelve intolerable en el interior de un mundo en crisis. Las palabras bienestar y Estado, igualdad y derechos, lo común y solidaridad, para nombrar sólo algunas, comienzan a sonar de otro modo, saltándose la censura de cuatro décadas en las que el neoliberalismo las condenó al tacho de los desperdicios. Pero, como no podría ser de otro modo, la salida de la pandemia trae, también, sus peligros y sus oscuridades, que no podemos dejar de indagar y poner sobre la mesa de discusión. La sombra de una regresión autoritaria se manifiesta como posible alternativa que no debemos subestimar.
Читать дальше