María Elena Mamarian - Rompamos el silencio

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El primer propósito de este libro es animar a levantar la voz y poner así una luz en la oscuridad de las relaciones violentas en la familia. En definitiva, a recuperar la dignidad perdida, la dignidad con que Dios quiso dotarnos en su perfecta creación. Un segundo propósito es mostrar un camino alternativo y más saludable para las relaciones familiares, sobre todo en lo que hace a la relación conyugal, objetivo central del libro. Este libro intenta anunciar que podemos y debemos pretender relaciones familiares más equitativas y dignas, que nos es posible abrir el camino a un nuevo modelo de relación que nos haga más felices y saludables. ¡Hay otro modo de ser hombres y mujeres! ¡Hay otra forma de vivir en familia! En este mismo sentido, esta nueva edición revisada y ampliada de Rompamos el silencio aspira humildemente a desafiar a la iglesia de Jesucristo, como familia de Dios, a conocer un poco más sobre la problemática de la violencia familiar y a comprometerse a vivir y enseñar a vivir las verdades divinas en cuanto a las relaciones familiares. La familia de Dios, sin ser perfecta ni estar exenta de conflictos, es el modelo de vida que Dios propone a sus hijos. Una comunidad espiritual saludable, libre de violencia, es uno de los espacios privilegiados en los que el Padre quiere que la familia humana encuentre alivio, consuelo, ánimo, tanto como la sana enseñanza que nos capacite para una mejor vida matrimonial y familiar en general.

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1 El maltrato emocional no es tan grave como la violencia física. Muchas mujeres preferirían ser golpeadas físicamente para dar a conocer en forma visible su situación de maltrato intrafamiliar. La violencia emocional es más difícil de detectar y probar, tanto para la víctima como para el entorno. El abuso emocional continuado tiene consecuencias nefastas sobre la salud física y emocional de la víctima tanto o más graves que las provocadas por el maltrato físico.

2 La conducta violenta es algo innato, que pertenece a la «esencia» del ser humano. Este mito permite legitimar la violencia, concibiéndola como algo ineludible o inevitable. Pero, más allá de que ciertas características de la personalidad hagan más difícil el control de los impulsos en algunas personas, hay consenso en aceptar que la violencia es una conducta aprendida a partir de modelos familiares y sociales que la admiten como un recurso válido para resolver conflictos interpersonales o, peor aún, como el derecho que algunos miembros de la familia (hombres o adultos) ejercen sobre otros (mujeres o niños). Pensar correctamente en este aspecto es promover la esperanza cierta de un cambio. Si la violencia es una conducta aprendida, entonces puede ser reemplazada a través del aprendizaje de un nuevo modelo de respuestas no violentas. Para que esto sea posible, también deberá revisarse el sistema de creencias, sobre todo las referidas a aquellas que sostienen la superioridad de los varones sobre las mujeres (machismo), o de los adultos sobre los niños y niñas (adultocentrismo), además de otros tipos de supremacía de algunos seres humanos sobre otros.Los estudios en diversos entornos han documentado muchas normas y creencias sociales que apoyan la violencia contra la mujer, como las siguientes:el hombre tiene derecho a imponer su dominio sobre una mujer y es considerado socialmente superior;el hombre tiene derecho a castigar físicamente a una mujer por su comportamiento “incorrecto”; la violencia física es una manera aceptable de resolver el conflicto en una relación;las relaciones sexuales son un derecho del hombre en el matrimonio;la mujer debe tolerar la violencia para mantener unida a su familia;hay veces en las que una mujer merece ser golpeada;la actividad sexual –incluida la violación- es un indicador de masculinidad;las niñas son responsables de controlar los deseos sexuales de un hombre.16

A estos mitos que circulan entre la población en general, podemos agregar algunos mitos propios de los círculos religiosos, como por ejemplo:

1 La violencia familiar ocurre solamente en ho-gares en los que las personas no conocen a Cristo. ¡Cuánto desearíamos que los hogares cristianos fueran una excepción! Sin embargo, debemos decir con tristeza que no es así. Este mito en nuestros ámbitos cristianos produce la invisibilidad del tema, es decir, induce a creer erróneamente que el problema no existe. Los servicios especializados en violencia familiar, los hospitales y otros medios donde se presta atención a la salud, física y psíquica, encuentran esta problemática en todo tipo de personas, incluyendo en personas religiosas de distintas confesiones. El abuso en la familia no reconoce fronteras económicas, sociales, étnicas, ni tampoco religiosas.Es cierto que los cristianos y las cristianas disponemos de recursos extraordinarios que muchas veces ignoramos o nos rehusamos a utilizar: cambios en la forma de pensar sobre el uso del poder a partir del mensaje explícito e implícito de Jesús al respecto, el valor de varones y mujeres por igual, la protección hacia los más débiles, por ejemplo, y que incidirían en nuestras prácticas cotidianas. Entonces, resulta doblemente triste que en nuestros ámbitos se practique el mal trato en la familia y también en nuestras comunidades de fe.La violencia doméstica es una triste realidad en Brasil y una encuesta reveló una información aún más alarmante: el 40% de las mujeres que dicen ser víctimas de abuso físico y verbal por parte de sus maridos son evangélicas.El descubrimiento es el resultado de una encuesta de la Universidad Presbiteriana Mackenzie sobre informes recogidos por organizaciones no gubernamentales (ONG) que trabajan para apoyar a las víctimas de violencia.“No esperábamos encontrar, en nuestro campo de investigación, casi el 40% de mujeres declarando ser evangélica”, dice un extracto del informe publicado.La sorpresa no es mayor que la preocupación que existe sobre el contexto de la agresión: muchas de las víctimas dicen que se sintieron coaccionadas por sus líderes religiosos a no denunciar a sus maridos.17Lastimosamente, esta realidad no corresponde sólo al país referido. Ya hemos mencionado qué pasa en nuestro contexto latinoamericano y también es una práctica habitual en comunidades cristianas de todo el mundo.

2 Es de cristianos soportar toda clase de malos tratos. Este mito nace de una equivocada interpretación teológica que hace del sufrimiento una virtud. Además suele combinarse con la creencia de que la mujer debe ser sumisa a su marido bajo cualquier circunstancia y condición. En las mujeres religiosas, estas creencias favorecen el sometimiento al maltrato en el hogar; en los hombres, ayuda a minimizar su comportamiento violento; y en los pastores y líderes, induce a consejos que tienden a que el abuso se justifique y se perpetúe.Algunos aspectos de la teología tradicional tienden a condicionar a la mujer a una vida de sufrimiento, sacrificio y servidumbre. Ello ha dado lugar a que el sufrimiento se considere bendición de Dios para edificación personal y expiación de los pecados de los demás…El incremento de movimientos fundamentalistas acentúa de muchas maneras la violencia que soportan las mujeres. A muchas de ellas les resulta difícil admitir que sufren violencia doméstica en su hogar porque tales movimientos les hacen sentir que hacer público el maltrato físico equivale a negar la presencia de Dios en sus vidas… Se hace hincapié en que hay que perdonar al marido porque se lo ve violento únicamente bajo influencia de un espíritu de violencia. Entonces, tratan de ocultar el problema porque es un mal testimonio y temen al pastor o a las críticas de los demás.Su teología crea sentimientos de vergüenza e inhibición mientras sufren. Se trata de una espiritualidad sufrida, fundada en una teología de resignación… Entre los sentimientos de culpa, la tentación demoníaca y el sacrificio, la violencia doméstica encuentra una complicidad sufrida en las mujeres que temen la condena de la congregación o la sociedad”.18

3 Si hay arrepentimiento del agresor, la víctima de maltrato debe perdonar y olvidar. Justamente debido al carácter cíclico de la violencia familiar, muchas veces ocurrirá que la persona violenta se arrepienta, quizás hasta sinceramente. Sin embargo, esto no equivale a la posibilidad de un cambio real de la conducta violenta. Las buenas intenciones no bastan: es necesario, además del reconocimiento y del arrepentimiento, el trabajo deliberado, prolongado y a fondo sobre cada uno de los miembros de la pareja, a cargo de alguien que sepa del tema.

Aunque sabemos que es posible que los perpetradores cambien y sean transformados por el poder redentor de Dios, desafortunadamente el abusador usa el “arrepentimiento” falso o hasta el “convertirse” en cristiano, como forma de ganar terreno y hacer que el abuso continúe. Si aparenta tener una súbita fe en Jesús y/o un inesperado “real” arrepentimiento, por seguridad de la víctima ninguna de estas decisiones deben tomarse a la ligera. Para comprobar si el arrepentimiento o conversión es genuina, esta actitud debe ser evaluada y puesta a prueba por un período largo de tiempo, consultando regularmente con la víctima, ya que ella es quien está en mejor posición de evidenciar si ha habido un cambio o no. 19

Justamente no se trata de un problema de perdón, sino de no olvidar y, más aún, de recordar lo repetitivo de las pautas de la conducta violenta. Sólo así será posible encarar un verdadero trabajo de restauración profundo y duradero.

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