José Ricardo Chaves - Faustófeles

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Faustófeles toma como base la tradición de todos los Faustos enamorados de Margaritas que han vendido sucesivamente el alma a lo largo de la historia de la literatura.Novela de iniciación en todos los sentidos de la palabra, Faustófeles transcurre entre los telones de la teatralidad onírica y la cotidianidad de un joven de buena familia en San José de Costa Rica, patria del autor. Situada en los años setenta, época de sectas marxistas e iniciaciones sociológicas, la novela desnuda, asimismo, no sin ironía, los lazos ya presentidos y evidentes entre la esoteria y la política.

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José Ricardo Chaves

Faustófeles

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y confiamos plenamente en su honestidad y solidaridad.

Faustófeles - изображение 1

Colección Sulayom

San José, Costa Rica

Primera edición: 2009

© Uruk Editores, S.A.

© José Ricardo Chaves

San José, Costa Rica.

Teléfono: (506) 2283-6541

Correo electrónico: info@urukeditores.com

Internet: www.urukeditores.com

ISBN: 978-9930-526-99-6

Prohibida la reproducción total o parcial por medios mecánicos, electrónicos, digitales o cualquier otro, sin la autorización escrita del editor. Todos los derechos reservados. Hecho el depósito de ley.

Dirección editorial: Óscar Castillo Rojas

Ilustración de portada basada en dibujo de H.P. Blavatsky.

Impresión: Publicaciones El Atabal, S.A., San José, Costa Rica.

La voz

(el espíritu de la negación)

Escribo mirándote escribir. Ahí estás, quinceañero sentado en esa amplia silla de madera preciosa. A decir verdad, te queda demasiado grande: si tu espalda se apoya en el respaldo, tus pies no tocan el suelo; si tus pies tocan el suelo, entonces tu espalda no tiene respaldo. ¡Banales paradojas del escriba! Frente a vos se encuentra la mesita también de madera sobre la que descansan dos cuadernos: uno largo y empastado en el que están las actas en limpio de las reuniones, y otro de borrador, más barato, en el que apuntás las ideas principales de gnósticas discusiones, quién las dice, el orden en que son dichas, resumís una exposición de media hora (que puede ser sobre karma, reencarnación, constitución septenaria del hombre o cualesquiera de los múltiples temas teosóficos) en un artículo de diez renglones, ponés a circular una hoja en blanco para que los asistentes anoten sus nombres, Soror Vestigia Nulla Retrorsum, Frater Nom Omnis Moriar..., en fin, vas realizando el trabajo cotidiano de un secretario de actas. Después, ordenarás todo ese material, redactarás un documento nítido que satisfará a los mayores, quienes te felicitarán por haber captado tan bien el sentido de muchas palabras dichas en unas pocas palabras escritas:

Reunión número tal de la Logia Nirvana realizada el día tal del mes tal del año tal en la ciudad de San José, Costa Tal, a la hora tal.

Asistentes: tal, tal, tal...

Artículo 1’: el Hermano Presidente Tal abre la sesión con la Invocación a los Maestros M. y K.H. de la Tal Fraternidad Blanca.

Artículo 2’: el Hermano Secretario de Escritura lee el acta de la sesión anterior, la que es aprobada.

Artículo 3’: ...

Artículo ...

Art...

A...

Sí, mi observado Fausto, artículo tras artículo, discurso tras discurso, vas conformando el acta semanal que se añadirá a la anterior para engrosar ese libro donde anotás los decires de tu logia. Así te veo, así te recuerdo, escribiendo tu Cuaderno de Vida, como en la escuela primaria, sobre la mesa de madera, formando parte aquí y ahora de ese grupo de quince o veinte personas sentadas en círculo esotérico, en el amplio, blanco y viejo salón de una casa morisca, entre los óleos de Madame Blavatsky y el Coronel Olcott, de Annie Besant y C.W. Leadbeater, los cuatro fantásticos teosóficos pintados por Povedano y que auspician con sus siluetas el cónclave mágico, todos bajo la luz de esa araña de mil ojos, ¡Golden Dawn!, alba de oro, entre aromas de incienso hindú, y vos ahí, oyendo, a veces interviniendo en la conversación, casi siempre con preguntas, casi nunca con respuestas, escribiendo, letra tras letra, mientras que yo aquí, letra tras letra, escribo mirándote escribir.

Virgen de medianoche, Buda de la mañana

(y montañas azules)

(y huevos con palmito)

Fausto abrió sus ojos en la penumbra del cuarto. Ya pasaban de las ocho, la mañana estaba luminosa, pero las gruesas cortinas impedían el paso de la luz. Apenas un débil rayo lograba colarse, suficiente para iluminar el flanco de un florero de porcelana que la tía Marina había colocado en la mesa-altar de la recámara.

Del patio llegaba el golpeteo constante de un pájaro carpintero sobre la madera seca de un árbol de aguacate. El árbol murió pero su armazón continuaba, apetecida por las aves como descanso en sus vuelos, y en especial por ese carpintero que, puntual, todas las últimas mañanas se colocaba en posición de terco tamborilero.

Fausto volvió a cerrar sus ojos. Escuchó con atención el redoble plumífero. De más acá llegaban las notas de un viejo bolero de Daniel Santos, Virgen de medianoche...; procedían de la radio de la cocina: tía Marina seguramente estaría escogiendo los frijoles para el almuerzo, separando piedritas, maíces perdidos, fragmentos de ramitas, frijoles malos, arrugados, de los buenos, todo esto mientras escuchaba su programa matutino de “El baúl de los recuerdos”.

Virgen de medianoche

virgen eso eres tú

para adorarte toda

rasga tu manto azul.

Señora del pecado

luna de mi canción

mírame arrodillado

junto a tu corazón.

Fausto salió de la cama. Corrió las cortinas y la luz mañanera inundó la habitación. Se asomó por la amplia ventana, en el segundo piso, y, sí, ahí continuaba, como si nada, ese tal por cual taladro emplumado. Tras la cerca se extendían el verde brillante de los cafetos, todavía sin flor; los árboles de poró con sus flores rojas y anaranjadas, cipreses y mangos, robustos árboles para dar sombra al café, y allá, mucho más allá, la cordillera azul, montañas cercanas, casi portátiles de tan al alcance de la mano, con doméstico volcán humeante, sin nubes esa mañana, azul verdoso geológico que luego se perdía en el celeste del firmamento. Fausto respiró satisfecho, sintién­dose unido con su tierra y su paisaje.

Después se acercó a la mesa del Buda, la misma del florero iluminado, y tras hacer una reverencia ante la estatuilla de madera de Gautama, prendió una pajilla de incienso. Se sentó en postura de flor de loto sobre una pequeña alfombra, volvió a inclinarse ante el Buda. Virgen de medianoche... Buda de la mañana. Con el ojo de la mente siguió el flujo de su respiración, uno dos, uno dos, uno dos... va y viene, va y viene, como las olas en la playa, el mar pacífico de Puntarenas, la espuma atlántica de Limón, uno dos, uno dos...

Se bañó. Agua y luz.

Bajó a desayunar.

—Buenos días, Faustico. ¿Cómo pasó la noche?

—Muy bien, tía.

—¿Va a desayunar ya o más tardito?

—De una vez, tía. Hoy amanecí con hambre.

—Pues ya le sirvo, Fausto. Vaya viendo el periódico mientras tanto. Está en el sofá.

—Sí, claro.

—Estudió hasta muy tarde, ¿verdad? Anoche como a las doce me levanté a tomar un vaso de agua, tenía mucha sed, deben ser los riñones, voy a tener que tomar un poco de té de malva, y vi que había luz en su cuarto.

—Sí, tía, es que el lunes tengo examen de matemáticas y mejor me voy preparando de una vez. Pensé que como hoy es día feriado me podía levantar más tarde...

—Ay, dichoso vos que podés dormir... Qué daría yo por dormir cuatro horas seguidas por lo menos... Ay, m’hijito, qué cosa tan terrible es el insomnio.

—Tía, usted se queja tanto de que no duerme y sin embargo, cuando me he levantado en la madrugada para orinar o tomar agua y paso por su cuarto, siempre la he visto bien dormida y a veces hasta roncando. Como duerme con la puerta abierta...

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