Winnicott, D.W., El gesto espontáneo, Paidós, Buenos Aires, 1990.
¿Cómo incide la decadencia del padre en las nuevas presentaciones clínicas?
Entstellung Emilio Vaschetto
Desde hace un tiempo nos hemos dedicado a investigar aquellos casos –cada vez más frecuentes– que acuden a nuestros consultorios y cuya impresión es que no quieren nada. Sujetos que van de aquí para allá y su posición es una nada. Su destino parece ser el extravío y, del mismo modo, erran de tratamiento en tratamiento, de psiquiatra en psicólogo, de psicólogo en psiquiatra, de lo público a lo privado. Son los que salen con su balsa, sencillamente… a naufragar.
Si el psicoanálisis ha demostrado ser un discurso efectivo en la cultura es porque ha sabido captar en las “venas de la subjetividad marginal, un deseo”. (1) Un deseo que hoy no está particularmente atravesado por la tragedia sino por el hallazgo, el encuentro, el cruce con ciertas invenciones sintomáticas. Nuestro interés estará depositado, entonces, en aquellos sujetos que no ingresan en el discurso-de-uso-corriente, en el piloto automático de la profesión, sino en los que tienen la virtud de interrogar fuertemente nuestra práctica.
No está garantizado el porvenir del inconsciente porque tampoco es seguro la persistencia del sujeto que se efectúa en su decir. Asistimos hoy en día a una revocatoria cada vez más acentuada del sujeto del inconsciente. Lo que hace que debamos replantearnos la pertinencia de nuestro discurso, si es que logramos estar a la altura de leer el malestar en la cultura actual.
Norma mala
Nos preguntamos una y otra vez de qué se tratan las patologías actuales. En algún momento las psicosis actuales (2), pero también las neurosis o las formas transicionales o difusas. ¿Qué estatuto poseen las formas actuales de sufrimiento? Aún en la medicina no se desconoce el tiempo en el que las manifestaciones del enfermar, la forma a la que arriba el hombre enfermo, está teñida de formas difusas de la sintomatología. “El terapeuta se enfrenta entonces con una demanda a la que ya no corresponde una unidad semántica clara y distinta, un requerimiento que sobrepasa el estricto marco universitario de reparación y para la cual el tratamiento se revela a menudo impotente”. (3)
La brújula, el gnomon, el eje organizador de las categorías y los tipos clínicos está evidentemente puesto en cuestión. Es una de las maneras de hablar de la ″evaporación del padre” (si tomamos el decir de Lacan en Milán). Pero también podríamos enunciar que si la norma (nor-male, dice Lacan jugando, en “L’etourdit”, homofónicamente entre norma macho y norma mala) está subvertida, si el patrón está esmerilado, resulta una tarea infértil pensar en términos de enfermedad, de trastornos o de psicopatología. Con mayor razón hablemos, según la frase acuñada en el escrito “Variantes de la cura tipo”, de “subjetividades marginales”.
Vivimos un tiempo de transformaciones antropológicas en donde, evidentemente, las coordenadas del Otro y sus condiciones de humanidad han ido variando. Verbigracia, la dimensión de sujeto del inconsciente se ha transformado. Si es que consideramos que el inconsciente no posee un estatuto óntico sino ético, la noción de sujeto que es correlativa de este también ha mutado. Podemos incluso ir más allá y decir que, en muchos casos, lo que observamos (escuchamos) son manifestaciones palmarias del rechazo del inconsciente con una consecuente revocatoria del sujeto del significante. ¿Esto hace inviable el psicoanálisis? ¿Esto anula la posibilidad de la experiencia analítica?
Decir revocatoria del sujeto del inconsciente, rechazo del inconsciente no es decir rechazo del psicoanálisis.
La respuesta podemos encontrarla en Lacan mismo, cuando define que “el psicoanalista forma parte del concepto de inconsciente”, instaurando las condiciones de operatividad del psicoanálisis. ¿Y si hay rechazo? Pues también incluimos al analista formando parte del rechazo del concepto. (4)
En este sentido, el sujeto moderno no es el de la tragedia, no es el del Edipo ni tampoco el sujeto enfermo; es más bien el portador de una pregunta –según dice Regnault (5)–, o más aún, es aquél que se encuentra en estado de sufrimiento respecto a las normas. (6)
No es algo absolutamente novedoso. Ya Lacan en el Seminario 3, al hablar de las identificaciones conformistas en la psicosis, hace extensivo este mecanismo aludiendo a la forma precaria y limitada en la que se sostiene “el mundillo de los hombrecitos solitarios de la multitud moderna”. (7) Pues bien, se trata de eso, de un interrogante no clínico sino más bien “posclínico”, en el sentido de entender qué sostiene a alguien en el mundo. Es una interpelación, dado la altura de la enseñanza de Lacan (años 55-56), que proviene del futuro. ¿Qué sostiene a un sujeto sin Otro?
Prescindir del inconsciente…
En el Seminario 23, El sinthome, Jacques Lacan acentúa la posición enunciada más arriba, evocando que si la hipótesis del inconsciente se sostiene es porque en algún lado se supone el Nombre-del-Padre, pero eso es Dios (8); en consecuencia, el porvenir del inconsciente depende de cuánto se pueda prescindir de él –a condición de utilizarlo aclarará. Pero, ¿qué noción de inconsciente dispone? Ya el periodo inmediato anterior a este seminario, en “RSI” (1974-75) había manifestado la idea de un inconsciente real (9) y, en “Televisión”, evocado cierta extrañeza del término freudiano.
El inconsciente real es otra forma de decir el inconsciente freudiano, es un vacío semántico del término, para otra cosa. No obstante, nos resulta difícil pasar por alto el último gran texto freudiano, el ″Moisés y la religión monoteísta”, en el cual el padre del psicoanálisis se ocupa obstinadamente en eludir el término inconsciente en todo el desarrollo. (10) En su lugar aparece el significante Entstellung (desfiguración, dislocación, desplazamiento hacia otra parte). Es evidente que el concepto que dio origen al psicoanálisis como discurso ya resultaba para Freud un término incómodo, insostenible. Por otra parte, sabemos muy bien que en el último tramo de la enseñanza Lacan este hizo del inconsciente (Unbewusst) una equivocación de la consciencia, el Un-bévue. Podríamos añadir aquí también el concepto de parlêtre, del cual Jacques-Alain Miller ha tomado el relevo en su enseñanza, abriendo para nosotros todo un campo de estudio.
El inconsciente entonces, no puede ser supuesto sin la función paterna, sea ésta la operatoria de una metáfora y su efecto de significación (fálica), sea bajo los efectos de la forclusión del significante Nombre-del-Padre y sus manifestaciones clínicas (sujeto “mártir del inconsciente”).
Ahora bien, luego de este rodeo y habiendo tapizado de advertencias nuestro escrito, veamos qué puede aportarnos la enseñanza de Lacan para la lectura de las “subjetividades marginales”.
El “ser nombrado para” es una formulación que Lacan esboza en el Seminario 21 “Les non dupes errent” (1973-74) y que ha sido fruto de numerosas elaboraciones. (11)
Para M. H. Brousse, este nombrar para es atribuido a la madre como la fórmula del superyó moderno. Un superyó, que está más en sintonía con un modo inflexible de gozar que con un deseo singular, homogéneo a su vez con ciertos imperativos de la época. El resultado de esto será un orden más rígido que el del Nombre-del-Padre, frente al cual la psicosis mostrará un comportamiento “súper-social”. De esta formulación nos interesa el hecho que venimos destacando desde publicaciones anteriores (Los descarriados… 2010) y es que no es reductible únicamente a la estructura psicótica. En ese conocido pasaje, Lacan va a articular el Nombre-del-Padre al amor, la madre a la voz en la que habla y que acuña el Nombre-del-Padre como “no del padre” (fundamento de la negación). Cuando ella se basta para designar su proyecto, su trazado, su camino se la ve despuntar en un nuevo orden que Lacan llama de hierro. Ese orden de hierro es lo que viene a sustituir el orden simbólico del Padre, bajo un nombrar para que significa el signo de una “degeneración catastrófica”. Un deseo congelado en un proyecto, dice Nieves Soria, un nuevo tipo de ser hablante, un no incauto.
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