Gustavo Stiglitz - Incidencias clínicas de la carencia paterna

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Escriben: Eric Laurent I François Ansermet I Marcelo Barros I Gerardo Battista | Guillermo Belaga I Enric Berenguer I Mirta Berkoff I Gustavo Dessal | Romildo do Rêgo Barros I Fabián Fajnwaks I Marco Focchi I Darío Galante | Alejandra Loray I Marcela Ana Negro I Silvia Salman I Nieves Soria | Gustavo Stiglitz I Emilio Vaschetto I Marcus André Vieira I Fernando Vitale
La propuesta de este libro decantó como producto de nuestro trabajo de investigación acerca de las presentaciones clínicas de la época y su incidencia en la práctica. Tres interrogantes orientaron el trabajo de los analistas de las Escuelas de la AMP: • ¿La psicopatología en la época de la caída del Nombre-del-Pa­dre amplía el binario clásico neurosis-psicosis? ¿Al binario clásico debemos sumarle la carencia paterna y el compensatory make be­lieve del Nombre-del-Padre, siendo un partenaire invariante, en ambos tipos de funcionamientos, el deseo materno ilimitado? • El S1 degradado empuja al sujeto contemporáneo a prescindir de las «soluciones típicas» ante los desarreglos del goce. ¿Qué clínica deriva de estas «soluciones no-típicas»? • Nos encontramos con una transferencia no sostenida en el Sujeto supuesto Saber puesto que, en las nuevas presentaciones, el suje­to tiene cierta transferencia negativa con relación a los S1, ¿cuál es la posición conveniente para un analista? Las hipótesis de trabajo que encontrarán en el libro ponen de relieve una orientación que Jacques-Alain Miller propuso en Desa­rraigados: «Podemos avanzar en nuestra elaboración, para buscar herramientas que permitan entender estos casos, cuando dejamos el terreno conocido en el que la neurosis se confronta con la psi­cosis. Neurosis y psicosis están en paz desde hace mucho tiempo, cada una en su territorio respectivo, y si dejamos ese terreno co­nocido donde están separadas las neurosis y las psicosis, necesita­mos matemas, referencias, instrumentos». Escriben: Eric Laurent, François Ansermet, Marcelo Barros, Gerardo Battista, Guillermo Belaga, Enric Berenguer, Mirta Berkoff, Gustavo Dessal, Romildo do Rêgo Barros, Fabián Fajnwaks, Marco Focchi, Darío Galante, Alejandra Loray, Marcela Ana Negro, Silvia Salman, Nieves Soria, Gustavo Stiglitz, Emilio Vaschetto, Marcus André Vieira, Fernando Vitale

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El estadio del espejo es la puerta justa para entrar a la dimensión del narcisismo, pero no la agota. Es ahí donde hallamos lo que hoy se llama “nueva” clínica. Que no es otra que la clínica que pone en primer plano la cuestión de lo que se es en el deseo del Otro, y no ya la cuestión de la falta. Y de eso se trata, de los avatares del narcisismo cuando no hay nada que le diga no. La mejor caracterización que podemos hacer del narcisismo es operativa: es lo que se opone a la transferencia. Y por ello abarca todo el espectro de aquellos padecimientos que difícilmente llevan a la constitución del sujeto como tal. Diana Rabinovich los llamó “pacientes en posición de objeto”, y los posfreudianos –Kohut, Kernberg, et alii– “pacientes con patología nuclear narcisista”. Hay muchos modos de nombrar estas dos dimensiones de la clínica, se nota que ahí hay algo real, una condición incircuncisa. También hay algo real en la distinción que los psiquiatras clásicos percibieron muy bien entre el onirismo como invasión imaginaria y el parasitismo del significante como fenómeno de cadena rota. Es verdad que todos deliramos. Ya lo dijo Freud con todas las letras en “El malestar en la cultura”. Pero hay una diferencia fundamental entre Delirien y Wahn. En español no existe esa distinción, y no importa que exista en alemán. Lo que importa es que existe en la clínica.

Hay una violencia inherente al corte que todo binarismo implica. La tolerancia recomienda los matices y también la rebelión contra esa fatalidad. ¿Pero se trata de la prescindencia del binarismo, o de su buen uso? ¿Hay un buen uso del binario que sea? ¿Hay un buen uso del diagnóstico, de la identificación del tipo clínico o del tipo de síntoma? ¿O acaso cada vez que reconocemos una psicosis estamos incurriendo en una “condena” del sujeto? ¿Formular un diagnóstico nos equipara con la sous-préfecture? ¿O ello depende del uso, de para qué un psicoanalista reconoce un tipo clínico? Con razón Winnicott le dijo a Hanna Segal que si ella no hacía la diferencia entre la psicosis y la neurosis, entonces sus pacientes psicóticos –los de ella– estaban en problemas. Gisela Pankow también lo advirtió. Es un debate que existe desde los orígenes del psicoanálisis. Y es tan antiguo como el Edipo. Porque el Edipo no es otra cosa que la tensión entre el sujeto y el Otro, en tanto el Otro es el peso de la herencia, del estado de las cosas.

¿El “todos deliramos” está unido a la idea de que la psicopatología analítica es de la vida cotidiana, o por el contrario satisface el imperativo moderno del “todos iguales”? Porque en el segundo caso estamos en la ética del mercado y no en la del psicoanálisis. Bien dice Carl Schmitt que la sociedad liberal se halla dominada por el pathos de la violencia. Conforme a su narcisismo, el sujeto de la modernidad ve micro-agresiones por todas partes, y una de ellas es el autoritarismo del concepto, que vulnera su singularidad. ¿Estamos seguros de no haber hecho de ella un fetiche ideológico? Decir que el sinthome es un “concepto singular” no es más que un giro retórico. Que cada sujeto invente su sinthome no impide la estabilización conceptual de la noción. Hay ahí una noción general con la que podemos pensar muchos otros casos además del de Joyce. Si Freud postuló que el psicoanalista no está impedido de hacer formulaciones generales es porque sabía que la fobia al concepto conduce a la esterilidad del pensamiento.

Por supuesto, podemos afirmar que no se pretende prescindir de conceptos, lo que es imposible, sino de no sacralizarlos. Por eso la subjetividad capitalista asume el partido de un nominalismo radical. Muy a la altura de la subjetividad de su época, un psicoanalista dijo una vez que la salud (otra vez el binario) era ser nominalista. Eso que Lacan, justamente, no era. Porque ser nominalista es pensar que hay autores que pueden ser superados, que sus ideas tienen fecha de vencimiento. Por eso muchos piensan que la orientación a lo real en psicoanálisis supone pensar que todo es deleznable, bagatela, defensa contra lo real (una noción, la de defensa, cuya complejidad no debe saltearse). Ese reconocimiento de la caducidad de las herramientas conceptuales está a tono con el espíritu del capitalismo para el cual el mundo no es inestable, sino que debe serlo. Asimismo, no sólo los maestros y sus ideas pueden ser destituidos, sino que deben serlo. La esencia del capitalismo es la de un poder que opera por destitución de la autoridad. ¿No es eso la “salud” –maldita fatalidad del lenguaje– el liberarnos de una vez por todas de la tutela del Otro y la obligada reverencia? Así será, pero hay que decir que las herejías obligatorias no prometen nada bueno. Si Lacan consiguió acceder a la herejía, tengo para mí que lo logró por estar convencido de que hay autores que no pueden ser superados. Es ahí, en ese punto, donde recién empieza la lucha por ganar el nombre.

¿Cambió de parecer al final de su enseñanza, cuando empezó a decir que el Edipo era una ensoñación freudiana, o más bien fue a partir de ahí que él consolidó su propia elaboración del Edipo con Freud? Goethe dice que cada uno debe hacer algo con su herencia simbólica. ¿Tenerla en cuenta implica una reverencia ovejuna, o acaso gratitud? Para Melanie Klein la gratitud bien puede ser contestataria. Y la envidia aduladora. De esta última está henchido el sujeto moderno, que tiene un instinto infalible para detectar la grandeza, y cuando la encuentra la rechaza con entusiasmo. Quiere lo nuevo. Pero como dijo Borges, el desprecio por la tradición lo expone a descubrir cosas que ya fueron descubiertas.

Hay un punto en que el binarismo, como el destino, nos encuentra. Y desbarata la ilusión narcisista de construir la torre de la lengua perfecta, libre de diferencias, de las servidumbres del sexo y la muerte a las que nos somete la castración. La fatalidad del binarismo se hace presente incluso al final de la enseñanza de Lacan en un punto central: cuando afirma que hay que ser hereje de la buena manera. Y eso significa que hay una mala manera de serlo. ¿Qué quiere decir eso? Exactamente eso. Contra la máxima del “nuevo orden simbólico” que dice que todo es igual, nada es mejor, hay una ética del psicoanálisis que establece la posibilidad de que alguien, cualquiera, sea culpable respecto del deseo que lo habita. No da todo lo mismo. No hay ningún aplanamiento, porque el aplanamiento es un espejismo narcisista que la enfermedad de lo simbólico genera. Por el contrario, es lo real lo que nos confronta con el relieve. Y como en el amor, lo relevante empieza con un nombre.

La época está dominada por los ideales de la evolución y el progreso. Que estemos a su altura no nos obliga a conformarnos a ella. Martin Buber opone a esos dos imperativos la noción de renovación. Ella supone un acontecimiento radical, no paulatino, pero impensable sin una tradición. Porque la renovación es la renovación de algo. Y es nuestro deber dejarnos encontrar por ella. Tal vez la psicosis da testimonio, como ninguna otra posición, de la posibilidad de renovación. Por eso Freud dijo que una conducta “sana” debía compartir con la psicosis –justamente con ella– algo de ese esfuerzo. Seguramente no de la misma manera. Si no, Lacan no hubiese dicho que “la psicosis es una lástima para el psicótico”. Por cierto, de la neurosis podemos decir lo mismo.

Bibliografía

Borges, J. L., El aprendizaje del escritor, Sudamericana, Buenos Aires, 2014.

Buber, M., Ocho discursos sobre el judaísmo, Trotta, Madrid, 2018.

Freud, S., Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1973.

Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthoma, Paidós, Buenos Aires, 2006.

Miller, J.-A., El ultimísimo Lacan, Paidós, Buenos Aires, 2013.

Rabinovich, D., Una clínica de la pulsión: las impulsiones, Manantial, Buenos Aires, 1989.

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