1 ...8 9 10 12 13 14 ...18 42. Cfr. N, Essais, pássim.
43. Le monde soupire vers moi dans un rythme long et m’apporte l’indifférence et la tranquillité de ce qui ne meurt pas. EE, Essais, p. 24.
44. …un désaccord se fait entre lui et les choses. Dans ce cœur moins solide, la musique du monde entre plus aisément. Ibid., p. 34.
45. … j’étais prêt pour le bonheur. Ibid., p. 37.
46. … aucune promesse d’inmortalité dans ce pays. Que me faisait de revivre en mon ame, et sans yeux pour voir Vicence, sans mains pour toucher les raisins de Vicence, sans peau pour sentir la caresse de la nuit sur la route du Monte Berico a la villa Valmarana ? Ibid., p. 39.
47. … la vocation de l’homme qui est d’être égoïste,…, Ibid., p. 39.
48. Et quand donc suis-je plus vrai que lorsque je suis le monde? Je suis comblé avant d’avoir désiré. L’éternité est lá et moi je l’espérais., Ibid., p. 49.
49. Me voici sans parure. Ville dont je ne sais pas lire les enseignes, caractères étranges où rien de familier ne s’accroche, sans amis à qui parler, sans divertissement, en fin. De cette chambre où arrivent les bruits d’une ville étrangère, je sais bien que rien ne peut me tirer pour m’amener vers la lumière plus délicate d’un foyer ou d’un lieu aimé. Vais-je appeler, crier ? Ce sont des visages étrangers qui paraîtront. Ibid., pp. 33-34.
50. Une lumière naissait. Je le sais maintenant: j’étais prêt pour le bonheur. Je parlerai seulement des six jours que je vécus sur une colline près de Vicence. J’y suis encore, ou plutôt, je m’y retrouve parfois et souvent tout m’est rendu dans un parfum de romarin. Ibid., p. 37.
51. Moeller, op. cit., p. 47.
52. Ibid., p. 49.
53. Seule de longues journées, illettrée, peu sensible, sa vie entière se ramenait à Dieu. Elle croyait en lui. Et la preuve est qu’elle avait un chapelet, un Christ de plomb et, en stuc, un saint Joseph portant l’Enfant. EE, Essais, p. 15.
54. Le grand courage, c’est encore de tenir les yeux ouverts sur la lumière comme sur la mort. Ibid., p. 49.
55. Dieu ne lui servait de rien, qu’à l’ôter aux hommes et à la rendre seule., Ibid., p. 17.
56. Au reste, comment dire le lien qui mène de cet amour dévorant de la vie à ce désespoir secret. Si j’écoute l’ironie, tapie au fond des choses, elle se découvre lentement. Clignant son œil petit et clair : “Vivez comme si”…, dit-elle. Malgré bien des recherches, c’est lá toute ma science., Ibid., p. 49.
CAPÍTULO II BODAS, LA DICHOSA POSESIÓN DEL HOMBRE
En este exaltado epitalamio en el que Camus canta el rito de la vida y de la muerte, cara a la luz que le ofrece el mundo, se reúnen cuatro ensayos: “Bodas en Tipasa”, “El viento en Djémila”, “El verano en Argel”, y “El desierto”, sobre otros tantos lugares distintos a los que Camus acudió en plena juventud.
Bodas nos entrega de manera predominantemente lírica la experiencia del enfrentamiento de Camus con la naturaleza y las ciudades de los hombres, y sigue brindándonos su inicial visión del mundo que, alimentada en la infancia ‘entre la miseria y la luz’, produce el fruto de estas bodas efímeras.
En ellas, dos impresiones fundamentan la posición de Camus ante la realidad:
– El hombre es inocente. Identificado con la naturaleza, el ser humano sabe que en ella radica toda su fortuna, pues constituye la única posible justificación de su existir:
Amo esta vida con abandono y quiero hablar de ella libremente, pues me da el orgullo de mi condición humana. Sin embargo, se me ha dicho a menudo que no hay de qué enorgullecerse. Sí hay de qué: este sol, este mar, mi corazón exultante de juventud, mi cuerpo con sabor a sal y esta inmensa decoración donde la ternura y la gloria coinciden entre el amarillo y el azul.57
Quien contempla ha de hacerlo sin prejuicios, evitando el riesgo de la abstracción. Lejos de la rutina, abierto a lo que el mundo puede darle, ha de dejarse penetrar a través del cuerpo –su principal instrumento de conocimiento, voluptuoso y sensitivo– por la verdad presente y sin promesas.
Todo lo que trasciende la naturaleza, todo lo que espera algo fuera de ella, la traiciona.
Bodas denuncia la ilusión culpable del recurso a lo divino y funda en el consentimiento clarividente a un destino mortal, nuestra única posibilidad y nuestro primer deber.58
Ni mitos ni lecciones, solo la presencia del cuerpo en el mundo y la constatación de su deseo de duración y su destino de muerte darán la dignidad suficiente y, por lo tanto, toda la verdad que Camus exige por ahora, al enamorado ardor del ser humano.
En la plenitud con que en Tipasa se entrega el mundo, Camus encuentra todo lo que el hombre puede desear, que es el derecho a amar sin medida; este derecho ha de ejercerse y colmarse en la plenitud sensible, “pues estrechar un cuerpo de mujer es también retener contra sí esta extraña alegría que desciende del cielo hacia el mar”.59
Buscar algo más allá de los límites de la sensación; atribuir al hombre un destino que traspasa la dicha terrestre significa negar el valor absoluto del mundo y privar a la existencia de los únicos bienes reales, por tangibles, temporales y acordes con la naturaleza del hombre, que se agotan en el perecer y encuentran su dignidad en el lúcido asumir de esta condición. “Una de las constantes de Camus es su horror a toda ideología, a todo mito”.60
Este horror se percibe ya en los primeros escritos camusianos y culminará en El hombre rebelde, obra en la cual el autor lleva al extremo su apasionada negación del valor de las ideologías que encierran al hombre entre sus límites, tan engañosos cuanto precarios.
La inocencia por la que Camus clama, y la única fidelidad a la que buscará adherirse se hallan en la línea de exaltación del presente: “para un hombre tomar conciencia de su presente es no esperar nada más”.61
El presente es la embriaguez de los sentidos satisfechos, el afán de contemplación colmado con la belleza del mar, los olores, el color espléndido y fugaz que rodean al hombre. Ser fiel al presente es “rehusar todos los ‘más tarde’ del mundo”. 62
Aparte de estas verdades que se pueden tocar, todo lo que propone el hombre a sus semejantes es un esfuerzo que busca descargar al ser humano del peso de su propia vida. Tal fidelidad a la tierra, de claro cuño nietzscheano es, a la vez, manifestación del triunfo del presente sobre las pretensiones de la historia, del dominio del hoy sobre el futuro, cuya realidad se agota en promesas falaces, sobre las que el ser humano nada puede construir; el instante no encierra ofertas ni mañana; es cierto que existe la muerte, pero los sarcófagos exhumados en los que brotan salvias y alhelíes son el símbolo del triunfo de la naturaleza sobre cada ser racional; la verdad es la manifestación de un mundo que renace sin cesar, de las ruinas que retornan a la naturaleza ante nuestra contemplación, devoción o piedad, que nada añaden a la belleza del mundo. La conciencia de pertenecer a este universo, de ser dueño absoluto de lo efímero es el orgullo permitido a cada uno, pues la capacidad de apropiarse de la propia existencia, de asumirse como un ser libre destinado a la responsabilidad de la elección está lejos de plantearse en este infancia dichosa. La libertad es una sola cosa con la inteligencia y esta está repleta en el cumplimiento de la pasión de experimentar y contemplar. Ver es ver el mundo y asistir a la muerte como consecuencia natural de la vida, ante cuya realidad solo cabe la aceptación lúcida y valiente de una condición que acabará por permitir la realización humana, al identificar al hombre con la naturaleza, devolviéndole al seno de “las cosas que caen”.63
La contemplación de las ruinas romanas de Tipasa, casi fundidas ya con la naturaleza, que testimonian como a su pesar, la presencia antigua del hombre anónimo y mortal produce en el corazón de Camus “una extraña alegría que nace de la conciencia tranquila”64, es decir, de la intuición de su propia inocencia; la conciencia se ve a sí misma como indiferente, no distinta del mundo que la engendra: hombre y mundo se funden en el abrazo nupcial que culminará solo con la muerte.
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