1 ...6 7 8 10 11 12 ...18 LA FELICIDAD
Camus no se pregunta, ni se inquieta aún por los otros: toda su aspiración se llena en la experiencia de sí mismo; dentro del mundo alcanza a su yo, y en la poética exaltación con que lo enfrenta, se reconoce “listo para la felicidad”.45
Por el momento, felicidad es el acuerdo entre el poeta y el mundo, pues ¿qué desacuerdo existiría que no fuese capaz de coronarse con la gracia de lo bello y la certidumbre de un perfume? Así, toda pregunta pierde su sentido, ante un mundo cuyas respuestas están del lado de los sentidos, prestas a entregarse, a dejarse acariciar, oler tocar, en fin.
No hay promesa alguna de inmortalidad en este país. Qué me importa revivir en mi alma, pero sin ojos para ver Vicenza, sin manos para tocar las uvas de Vicenza, sin piel para sentir la caricia de la noche en el camino de Monte Berico a Villa Valmarana.46
El hombre necesita de promesas, pero el mundo las vuelve infecundas. El temprano sensismo camusiano, su sensualidad cargada por momentos de inocente patetismo se acallan con la caricia del agua, el reflejo de la luz o la tibieza de la noche. Todo su cuerpo está listo para el goce y a tal punto el corazón ha sido absorbido por la totalidad de lo sensible, que Camus no duda al exclamar que “la vocación del hombre es ser egoísta”.47
Ser capaz de gozar de los bienes del mundo, olvidando la pobreza y la injusticia, es una primera llamada que pesa en el hombre Camus. Por hoy, el mundo se reduce al paisaje: mucho tiempo ha de pasar aún para que en su ‘paisaje’ tomen parte los hombres. Pero la disponibilidad inocente del joven autor, sus experiencias infantiles, su vocación misma de escritor, le llevarán lenta y seguramente al dolor, el sufrimiento y la alegría de los demás.
Mientras tanto, se hallan el mundo, la felicidad que produce su contacto, y la inocencia. El egoísmo es llamada necesaria: su envés son los otros, sus limitaciones y carencias, así como el envés del mundo amado es el exilio.
Alcanzarse a sí mismo en el fondo de la luz, y buscar el secreto del mundo para encontrarse en él; fundirse con la indiferencia de la realidad sensible que llena con su voz y su esperanza de artista, saber que “lo que cuenta es ser verdadero” es hoy su forma de sabiduría.
…y ¿cuándo soy más verdadero que cuando soy el mundo? Estoy repleto antes de haber deseado. Esperaba la eternidad y está aquí.48
Lo eterno es el presente; cada instante está la duración en nuestras manos y con ella, los dones de la verdad y de la lucidez. Ser lúcido es, por ahora, saber que todo está en este lado del mundo, que las promesas con que tienta el paisaje son mentira y que lo que realmente cuenta es la exaltación emocionada con que logre captar los únicos dones hechos a la medida del hombre.
PRIMERA SOMBRA: EL EXILIO
En la ciudad de Praga, viaje que Camus narra en el ensayo “La muerte en el alma”, experimenta por primera vez de manera vívida el desacuerdo entre el hombre y el mundo. Toda plenitud está hecha para la fisura; el paisaje amado será reemplazado por el del exilio, y el otro exilio, la muerte, se integrará pronto a la maravillada exaltación del presente.
Más tarde, evocará este paisaje gris y sin apertura, en El malentendido y La caída. A dicho grisáceo ámbito, aúna sentimientos como el aburrimiento, envés de la esperanza, la incomunicación, la extrañeza; la experiencia de una muerte ocurrida en el hotel en que se hospedaba, en cuarto contiguo al suyo y mientras leía el réclame de una pasta de afeitar, viene a henchir de desolación su aprendizaje de ciudades extrañas. Ya se delinea en el universo camusiano la dialéctica del exilio y el reino que definirá en buena medida su reacción frente a la existencia; en la infancia sintió la distancia entre él y su madre, a la que, sin embargo, tanto amaba: la imposible comunicación. Nada se puede hacer por los otros, cada uno es una isla difícilmente abordable.
Heme aquí sin adornos. Ciudad cuyas enseñas no sé leer, caracteres extraños en los que nada familiar se encuentra, sin amigos a quienes hablar, sin distracción, en suma. De esta habitación a la que llegan los ruidos de una ciudad extraña, nada puede atraerme para llevarme hacia la luz más delicada de un hogar o un lugar amado, lo sé bien. ¿Voy a llamar, a gritar? Rostros extraños aparecerán.49
Las antiguas costumbres, el trabajo de todos los días aparecen en el exilio como máscaras en las que nos protegimos para no percibir nuestra desolación; este exilio físico se integrará a la visión camusiana del mundo: la vida misma será exilio sin remedio, puesto que ningún reino existe capaz de colmar la aspiración humana hacia la felicidad. Herida la esperanza, renacerá todavía en la exaltada creación juvenil, frente a otro paisaje amado, bajo una luz distinta. Luego de la experiencia de la soledad vivida en Praga, Camus viaja hacia Italia, donde constatará que está listo para la dicha:
Una luz renacía. Hoy lo sé: estaba listo para la felicidad. Hablaré solamente de los seis días que viví en una colina cercana a Vicenza. Allí me hallo todavía, o más bien allí me encuentro algunas veces y a menudo todo se me devuelve en un perfume de romero.50
Esta capacidad de lanzarse desde el exilio a la familiaridad demuestra que no es en su dimensión trágica como se manifiesta en Camus el tema de la condición humana. El polo de su universo es la búsqueda de la dicha.51
En el vaivén entre el exilio y el reino, el peso de la balanza caerá, en la primera etapa de creación camusiana, del lado del reino, que es la posesión de la felicidad en la vida de la tierra.
Esta vida un poco animal de la juventud… Camus no desprecia esta juventud anónima; le da la absolución en virtud de una mística de la dicha sensible, la única en que cree. Ve en esta vida una especie de inocencia… que se acerca más bien a la inocencia de la naturaleza, que descubre cándidamente sus secretos íntimos.52 [Subrayado nuestro].
Dicha juventud a la que Camus describe en muchas de sus obras y cuya vida comparte plenamente, le enfrenta también a la vejez y a la derrota que significa la experiencia. Además de su abuela, otros seres anónimos y tristes rodearon su infancia. Su conciencia atenta no podía ignorarlos. Aunque derrotados por los años, no están aún listos para morir. Su inútil esperanza renovada resulta ridícula, y entristece al joven Camus, para quien la lucidez es la única posible dignidad del hombre. En “La ironía”, el primero de los ensayos de El revés y el derecho, exalta el contraste entre el vigor juvenil y la indignidad de la vejez y de la muerte; junto al amor de vivir, constata que la realidad de la vejez es demoledora e insultante, y que lo es aún más cuando se apoya en esperanzas que surgen en el ocaso de la vida. La vejez es otro exilio en el que el hombre aspira inútilmente a la inmortalidad.
Sola durante largas jornadas, iletrada, poco sensible, su vida entera se refería a Dios. Creía en él. Y la prueba es que tenía un rosario, un Cristo de plomo y, de estuco, un San José con el Niño en brazos.53
Para Camus, las únicas pruebas posibles de la fe –actitud que será conscientemente apartada de entre las posibilidades de su vida– son irrisorias. La verdad es que Dios se le presenta con el rostro del consuelo que intenta inútilmente compensar la soledad a la que la vejez está condenada. ‘Sin la energía y el vigor indispensables para vivir, acudamos a Dios’, parece decirle esta gente; Dios es, de este modo, tan mezquino como cualquier otro pretexto del hombre para hurtarse a la verdad de sí mismo: en lugar de constituir el trasfondo de la realidad y su sentido, Dios enmascara lo real, más que otras mentiras a las que el hombre acude, pues al ser asumido como total trascendencia, Dios se convierte en la evasión definitiva.
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