En carta del 30 de octubre de 1953 a su amigo René Char, Albert Camus exclamaba que renunciar a la infancia es imposible.31
En 1954 evoca en el prólogo puesto a El revés y el derecho, los valores aprendidos entre la miseria y el sol en los felices días de Argel. Lo vivido en su infancia y juventud, literariamente manifiesto en El revés y el derecho es determinante e irreversible:
Cada artista guarda, en el fondo, una fuente única que alimenta durante su vida lo que es y lo que dice. Cuando la fuente se seca, se ve poco a poco la obra endurecerse y agrietarse.[…]
En lo que a mí respecta, sé que mi fuente está en El revés y el derecho, en este mundo de pobreza y de luz en que viví largo tiempo y cuyo recuerdo me preserva todavía de dos peligros opuestos que amenazan a todo artista, el resentimiento y la satisfacción.32
El agua de esta fuente se verterá en el quehacer camusiano como causa primera y última, origen y fin de dicha ardua tarea de definición y reencuentro. ¿Cuáles son los motivos y vivencias gracias a los cuales la obra de Camus mantendrá su frescura?
AMOR Y PRIVACIÓN
Todos los dones de que está llena su infancia se explayan ante el telón de fondo de la privación: el muchachito Camus vivió en un barrio popular y alegre, Belcourt, “colorido, ebrio de sí mismo”.33 En su vida se mezclan, de manera feliz, la carencia material con la riqueza de los dones de la naturaleza y un temperamento privilegiado que aprendió tempranamente a amarlos; la libertad del despojamiento, con las limitaciones de una pobreza llevada casi al límite; la belleza del paisaje abierto e inabarcable de las playas repletas de luz, con la presencia proteica y exigente de una abuela orgullosa. En su casa había solo una pequeña ventana; para tomar el fresco al caer de la tarde, “bajábamos sillas a la acera delante de casa y gustábamos la tarde”.34
Las estrellas en el cielo de verano, el aire tibio y acariciante de la noche, la calle, el ruido de los niños corriendo de puerta en puerta, todo cobra su valor de milagro: … “En lo más bajo de la escala social, el cielo recupera todo su sentido: una gracia inapreciable”.35
Así estimará Camus toda su vida el mundo mediterráneo: una gracia sin precio posible, un don en el que todo se equilibra y encuentra su sentido; a tal luz, aun la injusticia es justicia o, al menos, esperanza.
Dominando el recuerdo de todo lo vivido, se halla el ‘estar’ discreto de su madre: “era enferma, pensaba difícilmente”.36 Analfabeta, casi muda, su presencia es apenas una sombra sujeta al dominio de la abuela imponente. A ella entrega el dinero que gana como sirvienta, para la educación de los dos hijos. Toda su ternura hacia los niños se expresa en un débil rechazo cuando la abuela pega demasiado fuerte. El pequeño Albert no puede evitar sentir hacia su madre una impotente combinación de amor y de piedad: “Tiene piedad de su madre, ¿eso es amarla?”.37 Estos sentimientos ratificados y exacerbados en el recuerdo, llevan a Camus a su aspiración fundamental:
… pondré en el centro de esta obra el admirable silencio de una madre y el esfuerzo de un hombre por encontrar una justicia o un amor que equilibren ese silencio.38
Justicia o amor… Palabras que encierran todo un programa ético y que para Camus suponen la única forma de justificar su vida: la humildad de su madre, su existencia pródiga en privaciones fundamentan el naciente y cálido humanismo camusiano; la fuente de su visión moral de la existencia es la constatación de la injusticia: el sacrificio materno produce en el pequeño Camus la intuición del desacuerdo entre el hombre y su vivir, entre la bondad, la buena voluntad humana y la indiferencia de una vida en la que ninguna providencia está presente.
Además, el silencio de la madre –especie de unión animal con el mundo– le enseña “la indiferencia de lo que no muere”. Madre y mundo se funden, este es la prolongación del existir materno. El amor urgente y profundo de Camus por su madre se manifiesta muchas veces idéntico al que siente por la pródiga y silenciosa naturaleza que le rodea. Y la simplicidad de la humilde mujer es la imagen de la temprana transparencia sin preguntas en la que el mundo se le presenta. Universo que era toda la riqueza en sus privaciones y que jamás se le presentó como hostil, madre que nunca lo acarició –no sabría hacerlo, dirá el joven Camus– pero cuya presencia cuidadosa y persistente, en su simplificación casi abstracta, es constante en el pensamiento de Camus; ¿cuán extraño es que estas dos realidades cobraran, allá en el fondo de su capacidad de valorar, un rostro idéntico?
Así, cada vez que me ha parecido experimentar el sentido profundo del mundo, su simplicidad me ha consternado. Mi madre, esta tarde y su extraña indiferencia.39
La realidad inmediata le provee de certezas que no precisan, por el momento, ser probadas. “Él es su hijo, ella es su madre. Ella puede decirle, ‘sabes’”40. Esta simplicidad de las dos presencias más determinantes en la vida del niño Camus influirá, sin duda, en su concepción total de la existencia, teñida de la nostalgia de lo simple, de lo indiferente, de aquello que no precisa indagación sino adhesión apasionada. El mundo y sus verdades, la presencia del otro en la que irá ahondando a lo largo de su quehacer responden, en último término, a estas premisas: la verdad se agota del lado de la tierra, ¿para qué buscar trascendencia si todo está ya aquí?... Sin que jamás se expresen manifiestamente la interioridad de su madre ni los sentimientos que experimentan el niño y el adolescente ante el humilde existir de aquella, hay un saber intuitivo, radicado en las vivencias infantiles, que fundamenta tanto el camino futuro del arte, como las preocupaciones del moralista.
Me dijeron un día: “es tan difícil vivir”. Recuerdo aún el tono. Otra vez, alguien murmuró: “El peor error es hacer sufrir”.41
Frases dichas al azar por gente sencilla, cuya sabiduría radica en el trabajo diario semi–inutilizado por la realidad cotidiana. Camus aprende en ellas lo que será el principio de su quehacer: respetar a los otros, confiar en el hombre, evitar por todos los medios su sufrimiento y paliar la injusticia de su muerte.
El trabajo es principio del que obtendrá sus más constantes alegrías porque tempranamente le compromete con los otros; de la pobreza vivida en su infancia aprende la desposesión. Sabe que el pan diario, cierta comodidad y disponibilidad son necesarios para permitir fluir los mejores dones de la existencia, pero sus valores estarán siempre del lado del espíritu y a dilucidarlos prodigará su mayor afán.
SI TRATO DE ALCANZARME ES EN EL FONDO DE ESTA LUZ
En este primer enfrentamiento consigo mismo, que son en esencia los ensayos de El revés y el derecho, Camus logra precisar lo que será constancia en el transcurso de sus preocupaciones artísticas e intelectuales: todo su reino se agota en este mundo.42
Ninguna promesa de inmortalidad es necesaria para llenar la exaltada esperanza camusiana, tan ligada a los dones de la tierra. Entre el despojamiento impuesto por la miseria y el incomparable lujo de la luz, aprendió, junto al afán de justicia, el consuelo de la pródiga naturaleza, más allá de la cual todo esperar es irrisorio.
El mundo suspira hacia mí con prolongado ritmo y me trae la indiferencia y la tranquilidad de aquello que no muere.43
La ‘eternidad’ del mundo, de cuya duración el poeta tiene la ilusión de participar, inutiliza cualquier aspiración que le lance fuera de sus muros. Y si en algún momento el desacuerdo se instala entre él y las cosas, en este corazón menos sólido penetra más fácilmente la música del mundo”.44
La percepción temprana de la nada en el fondo de su ser de hombre se llena con la presencia del mar, con la belleza e ‘indiferencia’ de este mundo repleto en su presente. A la noche sucederá el día y esta es la única forma de esperanza fundada. Lo demás, la ilusión que lo proyecta fuera de esta fecunda realidad, medida del posible desacuerdo entre el yo y las cosas, apenas distrae momentáneamente la maravillada atención que hacia el mundo dirige el joven ensayista.
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