CAMUS, UN JOVEN DE ARGEL
La riqueza sensual camusiana no es cualidad exclusiva de su personalidad ardiente y abierta. La indiferencia, la inocencia, el gozo de vivir son otros tantos nexos que definen a Camus como un norteafricano nacido en un país abierto al sol y al mar, ebrio de los valores de su pueblo. En la bruma europea, en sus largos y grises inviernos, el sol sigue siendo presencia constante en el corazón de Camus. “En el centro de mi obra hay un sol invencible”, dirá años más tarde a Gabriel d’Aubarède.80 La juventud de Argel, que Camus definirá en sus obras principales, es la de un pueblo niño, cuyo carácter fundamental es una “vocación magnífica para las felicidades fáciles”.81 Abundancia, profusión, pasión, exigencia, generosidad, palabras que, del lado del cuerpo, definen esta juventud sin preguntas, que exprime como un fruto su tiempo y su belleza, bienes efímeros cuya irremisible pérdida deja sin consuelo. En Argel “un obrero de treinta años ha jugado ya todas sus cartas. La vida no se construye, se quema”.82
Creo que virtud es palabra sin significado en Argelia. Estos hombres no carecen de principios. Tienen su moral, y muy particular: no se “falta” a la madre; se hace respetar a la esposa en las calles; se considera a la mujer encinta; no se ataca entre dos a un adversario, porque “sería feo”. Quien no observe estos mandamientos elementales “no es un hombre” y el asunto queda arreglado.83
Los valores de este pueblo son los valores de la vida: quien no respeta sus reglas es juzgado a través de juicios estéticos, no morales: “sería feo”… La virtud como ascética, como práctica y hábito es desconocida por este pueblo joven que mantiene, sin embargo, el ascetismo de la desposesión y del afán de vivir sin subterfugios. La juventud y sus alegrías agotan el sentido de la vida, y la muerte, desposeída de todo aspecto sagrado, presenta su rostro de horror irremediable.
Diversiones simples constituyen sus alegrías: los domingos libres y siniestros –tan cercanos al lento domingo que nos entregará El extranjero– se abren como una boca o como una herida a un mañana sin porvenir. “Pueblo sin religión, sin ídolos, y sin consuelos, donde cada uno muere solo, después de haber vivido en masa”.84
Camus se identifica con sus hermanos… Para él, como para aquellos, la bondad es la bondad del mundo, la de las cosas, supremos y únicos bienes, de los que el ser humano ha de gozar plenamente, sin fisuras, a los que la conciencia de la muerte añade aún mayor intensidad. El mundo es eterno, entendido solamente como lo que dura más que nosotros. Ser uno con este mundo, no introducir en él fracturas como las de la culpa, el pecado, la nada, es el ideal inocente de estos héroes ignotos y rebeldes.
HE AQUÍ BASTANTES CERTEZAS PARA UNA VIDA HUMANA
El sentimiento del absurdo, piedra angular del pensamiento de Albert Camus, perfila su contorno en estas páginas, sin encontrar aún formulación precisa:
Camus no es consciente aún de que todas las certezas de las cuales hace gala en sus primeros contactos lúcidos con la realidad tienen un rostro oculto de incertidumbre, pero en cada una de ellas descubre motivos de renuncia y obstinación. El desacuerdo entre la esperanza que pugna por surgir y se manifiesta en todo lo que en este mundo dura más que nosotros, y la carencia de respuesta posible de parte de una naturaleza y un mundo indiferentes inician para Camus la ya citada vivencia del absurdo.
“Todo lo que exalta la vida acrecienta al mismo tiempo su absurdidad.”85 En la plenitud sensible que exalta sobre toda ponderación y en la felicidad de existencias definidas por la inocencia y por la unidad entre la tierra y el mar, Camus encuentra que “una sola cosa es más trágica que el sufrimiento, y es la vida de un hombre feliz”.86
La lucha contra el sufrimiento humano definirá la parte principal de la obra camusiana –pensamos en La peste, El hombre rebelde, La caída–, pero el sufrimiento acaba con la muerte y, en tal sentido, esta puede tomar el rostro de la esperanza… Mas la vida feliz es la tragedia del encuentro de la aspiración a la eternidad con la conciencia de que todo acaba. Si algo suspira por continuar es, precisamente, la felicidad: “El hombre que puso todos sus bienes en esta tierra permanece sin defensa contra la muerte”.87
En esta visión, tan alejada de una fácil retórica, se vislumbra ya el núcleo de la tragedia del joven Camus: el autor se va separando de sí mismo, el acuerdo de sí con la naturaleza y consigo mismo se topa con la muerte y toda defensa se vuelve imposible.
Ya que la felicidad está limitada por la finitud, hay que obrar, para que la desesperación sea fecunda. En esta “religión de la lucha sin mañana”88 se halla el quehacer artístico como el que produce las más constantes alegrías. En Italia, tierra de creación, se evidencia el poder del arte en toda su fuerza y su irrisoria eternidad: es una verdad hecha por el hombre, a su medida, y por esto Camus le concede el poder de expresar la insatisfacción y la desesperada esperanza humana. El hombre busca la felicidad y crea para re-presentar, interpretar al mundo y a sí mismo, y hacer felices a los demás, mas en el fondo de la felicidad se halla el absurdo, reverso de toda plenitud.
El hombre que se delinea en los ensayos que estudiamos, destinado al goce efímero del instante, de existencia fugaz, asumida en su incesante desaparición, es la antítesis del hombre cristiano; en su existir inocente, conceptos como el del pecado dibujan su extrañeza bajo un cielo sin signos.
La generación de Camus no es “inmoral”, sino “amoral”; va derecha al fin, impaciente frente a las precauciones oratorias; desconfía de toda “literatura”, de toda ideología. Quiere un contacto directo con la realidad sensible. […]
Su religión de la dicha es impermeable a todo sentimiento de pecado, es arreligiosa.89
En el paisaje toscano, se inicia en Camus la necesidad de resistirse al destino humano; entonces, intuye la posibilidad de rebelión, otro principio de su inquisición sobre el hombre y la vida; esbozado en un rechazo que a nada renuncia, se concreta en el ‘decir no’.
Decía no con todas mis fuerzas. Las lápidas me enseñaron que era inútil… Pero aún hoy, no veo lo que la inutilidad quita a mi rebeldía, y siento lo que le agrega.90
La muerte está allí, pero se niega a mirarla con resignación. Si la presencia de Dios es inútil y vana es porque ayuda a vivir resignado. La belleza brinda la nada: el único acuerdo posible del hombre con la vida ha de asumir en el afán de durar, su destino mortal. Dios vendría a romper este acuerdo con su cuña de esperanza.
Cada motivo descubierto por Camus en este nivel de su inquisición, el gozo, la felicidad, la inocencia, la naturaleza, el arte concebidos como certezas tangibles y válidas, engendran la rebeldía, pues están destinados a acabar con la muerte. Cierto que una rebelión que nada puede contra el acabamiento es inútil, pero Camus la concibe como indispensable, ya que añade a la vida la densidad de manifestar la voluntad irremisible de permanecer, contra la certeza del fin. Su rebeldía está marcada por el voluntarismo.
La felicidad posible y necesaria no se eleva en estos ensayos al plano de la culminación de una vida de esfuerzo hacia el bien, pues este se halla, entero, del lado de la tierra; no es aspiración del hombre, sino resultado de su fusión rebelde con el mundo; constatación de cada momento, coincide con la dicha en la inocencia del goce; plenitud física, inseparable de la conciencia de la muerte. La conciencia de la finitud priva al hombre de la alegría en la posesión del mundo, pero, a su vez, es derrotada por nuestra rebelde lucidez. ¿Quién ha dicho, preguntará Camus, que la felicidad exija el optimismo?
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