Antonio Herrero Serrano - Por la vida con Séneca

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La vida humana es una travesía. Séneca se la imagina como un viaje de Italia a la ciudad de Siracusa, en Sicilia. En el recorrido habrá peligros, contratiempos, tormentas y también quietud e incomparables maravillas. Con esa metáfora de la navegación, el filósofo nos hace adentrarnos en los anhelos de la existencia humana: el dar sentido a la vida y al tiempo, la búsqueda de la felicidad y la gloria; pero también, en sus pruebas y enigmas: el combate de los vicios y de las virtudes, la brevedad de la existencia, la vejez, la muerte, la inmortalidad.En
Por la vida con Séneca, el filósofo cordobés parece tendernos la mano para invitarnos a recorrer, sencillamente, a su lado, la aventura de la vida. Cogidos de su mano y llevados de sus obras, de estilo vivo e inquieto, captaremos no solo el pulso y la intensidad con que él recorrió esa travesía, sino que tendremos una carta de marear útil también para la nuestra.

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Por lo pronto, la naturaleza regala la vida. Y lo hace con el gozo de que indaguemos sus porqués, a la par, admiremos su belleza. Y no se muestra celosa de que nuestra indagación le quite resultados o provecho: «La naturaleza nos ha dado un carácter curioso y, sabedora de su destreza y de su hermosura, nos ha engendrado como admiradores de tan magníficos espectáculos, pues echaría a perder el disfrute de sí misma si cosas tan grandes, tan radiantes, tan delicadamente trazadas, tan espléndidas y bellas no de una sola forma las hubiera mostrado en un desierto» ( Sobre el ocio , V, 3).

Un retrato amable de la naturaleza, que es también un canto a la vida para el que la estrena. La llamada a investigarla tendrá una primera etapa —πάθoς, la llama Platón— en el asombro o estupor, espanto incluso —τὸ θαυμάζειv—, y posteriormente en la reflexión filosófica —τὸ φιλoσoφεῖν— y en el quehacer científico. 3Filosofía y ciencias naturales tomadas en sentido amplio —la physica — no se distanciaban como hoy, sino que eran aliadas de trabajo y de resultados. El mismo Séneca, en sus Libros sobre las cuestiones naturales , cumplirá con esa vocación admiradora e investigadora, filosófica y científica, que le empalmará con la filosofía griega. Los pensadores de entonces, sobre todo Platón y Aristóteles, ávidos de saber, daban a su filosofía amplio cauce, para que llegara a cuanto se pudiera conocer: física —ciencias naturales, biología, astronomía...—, metafísica, ética, política... Un saber pluripotencial o, si se prefiere, humanista, que se mantendrá en Occidente hasta la caída del Imperio romano, menguará en la Edad Media y se recuperará en el Renacimiento. Por desgracia, se volverá a perder en la Edad Contemporánea con la tal vez excesiva y reductiva especialización.

El hombre es por naturaleza indagador, « cur ioso», ávido de hallar el cur , de dar con la causa de las cosas. «La naturaleza nos ha dado un ingenio curioso». Con esa afirmación que ya hemos destacado hace unas líneas, Séneca se sitúa en la misma línea de salida de la Metafísica de Aristóteles: «Todos los hombres, por su propia naturaleza, desean saber». En esa dimensión de querer saber —εἰδέvαι, scire— la razón de lo que existe, el hombre es ya scientificus : iniciador de la ciencia — scientia —, porque está ávido de saber.

Pero esa consideración tan positiva de la vida, que la naturaleza abre pluripotencialmente, queda entenebrecida por una constatación: el hombre tiene un margen de libertad para aceptar o no esa llamada esperanzada de la naturaleza y para obrar en consecuencia. Se espera la respuesta positiva, desde luego. Pero cuando es negativa, puede parecer que la conducta de los hombres se asemeja a la condición natural y que, por lo tanto, la naturaleza tiene buenos y malos partos. Está claro que ella es, por definición, engendradora — natura : la que va a hacer nacer o engendrar—. Pero es verdad que en la vida hay seres pendencieros; otros, ingratos; algunos son avaros; incluso se encuentran los impíos: «La naturaleza humana produce espíritus insidiosos; los produce también ingratos, avaros, impíos» ( Sobre la ira , lib. II, XXXI, 5). Un teclado variopinto. Así los produce y presenta la naturaleza humana — fert humana natura— . Con todo, esa diversificación en el mal cuenta ya con la colaboración del hombre, y, por ende, no se identifica con el proyecto de la naturaleza, que es tan generoso y que ella nos presenta con bondad. En todo caso, parece que la naturaleza tiene que soportar la otra acepción del verbo latino fert— esas manifestaciones negativas que tergiversan su designio.

Hablar de la natura como origen de la vida introduce forzosamente en la pregunta de si para Séneca son sinónimos Dios y la Naturaleza —escrita también con mayúscula—. Sabemos que Baruc Espinoza (1632-1677) tendió el puente entre ambos con su sentencia « Deus sive Natura », con la implicación panteísta que en su filosofía acarrea esa igualdad. En Séneca no se traza plenamente esa equivalencia. Más bien, aun con ciertos titubeos, 4las páginas del filósofo reconocen a Dios como hacedor de la naturaleza o del universo — formator universi— , por lo tanto causa de ella, y en consecuencia distinto de ella; como artífice y artesano de lo existente, cuya incorporalis ratio o inteligencia incorpórea permea todo. Por eso el mundo o la naturaleza están impregnados de una ratio o inteligencia divina.

Así, puedes creerme —escribe para consolar a su madre que llora su destierro en Córcega—, quedó determinado por quienquiera que haya sido el configurador del universo [ formator universi ], bien sea un dios omnipotente, bien una inteligencia incorpórea creadora de obras inmensas, bien un soplo esparcido por todo lo más grande y lo más pequeño con igual intensidad, bien el hado y la invariable sucesión de causas vinculadas unas con otras ( Consolación a su madre Helvia , VIII, 3).

Son muchas las expresiones de Séneca para manifestar que la autoría de la naturaleza es divina. Por eso, además de formator universi , que aparece en el citado fragmento, llama a Dios también formator rerum y artifex mundi ( Epístolas , lib. VII, 65, 19), omnium conditor et rector ( Sobre la providencia , V, 8).

Asunto diferente de la teología de Séneca es analizar la inmanencia o trascendencia de Dios en relación con la naturaleza. En ocasiones parecerá inclinarse a la inmanencia, pero otras veces (cf. por ejemplo, Epístolas , lib. VII, 65, 23-24) parece despegarse hacia la trascendencia. 5

Esta ratio ingentium operum —el Λόγoς— dirige el universo todo, y, por supuesto, no deja al ser humano al arbitrio ajeno ni para darle el ser y situarlo en el mundo, ni para el desarrollo de su vida. Una de las obras ingentes y maravillosas suyas, la más grandiosa, es el hombre. Dios contiene las esencias seminales —λόγoι σπερματικoί— de cuanto existe o va a existir, sobre todo las semillas del ser humano.

Origen pues de la vida humana es el Λόγoς. Y al permitir existir al hombre dando vida a esas rationes seminales de la divinidad, hace que el ser humano sea racional. Séneca, como se ve en el fragmento ahora citado, respeta la estructura metafísica y teológica del estoicismo, deudora en buena medida sobre todo de la filosofía de Heráclito, introductor del Λόγoς como ordenador del eterno fluir de lo que existe. Pero también el filósofo cordobés recoge la herencia platónica y especialmente la neoplatónica.

El hombre comienza su andadura por la vida, y lo primero que debe hacer es conocer su identidad. La repetida sentencia γvῶθι σαυτόv del pronaos del templo de Apolo en Delfos la presenta también Séneca como pórtico de la vida humana: « Nosce te : conócete» ( Consolación a Marcia , XI, 3). 6El filósofo quiere guiar a todo hombre para interrogarse con él, o incluso en sustitución de él: « Quid est homo?» pregunta que formula dos veces, y no como mero recurso retórico-literario, sino para subrayar su importancia vital. El filósofo cuaja la respuesta en una descripción poco alentadora, quizá por un excesivo realismo. El hombre es un alma arrojada y aherrojada en el cuerpo. Un ser endeble, frágil, necesitado de ayuda. Un ser caduco; más aún, inútil. Con sus palabras: «¿Qué es el hombre? Una vasija frágil ante cualquier golpe y cualquier sacudida. No hay necesidad de un violento temporal para destrozarte: en cuanto te des un golpe, te desharás. ¿Qué es el hombre? Un cuerpo endeble y frágil, desvalido, indefenso por su misma naturaleza, necesitado de ayuda ajena, abandonado a todas las insolencias de la suerte; […] fabricado con materiales flojos y deleznables, elegante en sus rasgos externos; […] precisa una vigilancia ansiosa y atenta, su aliento es precario e inestable […]; motivo constante de preocupación para sí mismo, defectuoso e inútil» ( Consolación a Marcia , XI, 3). 7Rasgos impresionistas, pero ocres y oscuros, que basculan hacia el pesimismo. Esta meditación tan humanística es de acentos platónicos. Aun así, el préstamo que Séneca toma de esa filosofía no quita fuerza a su estoicismo vital.

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