Para Lutero, apelar al libre albedrío es un acto de soberbia; el cristiano solo puede hacer uso de su libertad siguiendo la verdad recogida en la Biblia, todo intento de alejarse de ella conduce al error y a la perdición. Inspirador de la Reforma protestante, propone que las únicas reglas morales verdaderas son las que marca Dios; solo la fe en Dios hace justos a los seres humanos. Introduce la importancia de la figura del individuo como tal; cada persona puede establecer una comunicación directa con Dios de acuerdo con una predisposición interna que la orienta a buscar la felicidad y la salvación. En principio, ninguna de las obras del individuo es buena porque responde a los deseos, y estos son corruptos, ya que participan de la propia naturaleza humana. Pero, si la fe y la confianza en Dios es justa y verdadera, las obras del individuo pueden llegar a ser buenas.
Lutero considera que cada individuo debe actuar de manera responsable en función de su oficio y cargo específico; no existen normas generales establecidas marcadas por las personas, sino que cada una tiene que responder según el caso y situación, siguiendo únicamente las reglas que Dios establece. Este concepto supone una base para el concepto que nos ocupa, la responsabilidad debe partir del ser individual, cada persona ha de ser responsable de sus actos de acuerdo con las circunstancias que vive en cada momento.
En el contrapunto de la concepción panteísta de la realidad, según la cual Dios es la única realidad de la que todo emana, encontramos las aportaciones de Maquiavelo (1469-1527). En El príncipe (1513), defiende que no hay ningún valor o norma que marque un sentido determinado en la vida del ser humano; las acciones deben juzgarse solo por sus consecuencias, y no por la acción en sí misma.
El ser humano ansía el poder, la gloria y la reputación, y para lograr esas metas se pregunta cómo puede influir en los demás; lo importante es el objetivo, y no el que las acciones estén más o menos ajustadas a la moral.
Con este autor surge el concepto de conducta moral enfocada al éxito, a la eficacia en el logro de los fines y, sobre todo, a la conservación del poder. El fin justifica los medios; las normas y las leyes son necesarias para dirigir a los súbditos por el camino que se considera adecuado por aquellos que ejercen el poder en el Estado.
La sociedad no es una creación natural, sino humana, es el resultado de la actividad de la persona, se construye gracias a las acciones de los más fuertes y astutos de la sociedad, que son capaces de alcanzar y mantener el poder a cualquier precio.
En la actualidad, vivimos bajo la influencia de estos parámetros; los hombres intentan lograr el triunfo personal y profesional, entendido siempre desde una posición de fuerza, de estatus social, de poder y de influencia sobre otros que en algún sentido —material, moral, social— ocupan un lugar inferior. El éxito va ligado a posiciones altas en estructuras empresariales e institucionales, desde las que puede manejarse a los otros. Los modelos sociales ocupan posiciones de poder, sobre todo material y económico, y así, puesto que es más importante socialmente el que más tiene, es necesario caminar en esta dirección. La clave del éxito es tener; no es tan importante preocuparse por el ser.
En 1651, Thomas Hobbes escribe el Leviatán para dar cuenta de la naturaleza humana y la organización social. Apela a la conservación del ser humano como lo primordial en su existencia. Las reglas que obligan a la persona son tanto sociales como naturales, el individuo obedece al soberano por las posibles sanciones que se pueden derivar de no hacerlo y porque considera que es la única manera de lograr sus propósitos, obtener la dominación y evitar la muerte.
Según Hobbes, la felicidad humana consiste en un continuo progreso del deseo de un objeto a otro. Los hombres son impulsados por un continuo deseo de poder que cesa solo con la muerte. Hobbes es considerado como uno de los padres del individualismo, movimiento que defiende que la sociedad es un conjunto de sujetos, con sus propias metas, proyectos y fines específicamente individuales.
Los valores, los principios éticos y los criterios de evaluación moral parten del individuo, que es quien tiene autonomía y dignidad. La labor de la sociedad es ayudar al individuo a proteger ciertos derechos.
El individualismo será una de las corrientes teóricas más influyentes en la filosofía moderna y contemporánea y en la fundamentación de la concepción liberal y empirista de la responsabilidad social corporativa. Sus más destacados representantes son: John Locke, David Hume, Adam Smith, Stuart Mill, Von Hayek o Rawls.
Por primera vez en la historia, Immanuel Kant (1724-1804) sitúa la moral en el ámbito del deber. Para este autor, si debo es porque puedo; el concepto de deber entraña la noción de buena voluntad, pero también respeto a la ley.
La bondad de una acción no debe juzgarse por la acción misma ni por sus consecuencias, sino por la actitud de la voluntad. Todos nuestros talentos están mediatizados por la voluntad; utilizarlos con una finalidad loable o no solo depende de lo que cada uno pretenda en un momento dado:
No es posible pensar nada dentro del mundo, ni después de todo tampoco fuera del mismo, que pueda ser tenido por bueno sin restricción alguna, salvo una buena voluntad […]. La buena voluntad no es tal por lo que produzca o logre, ni por su idoneidad para conseguir un fin propuesto, siendo su querer lo único que la hace buena de suyo […]. El auténtico destino de la razón tiene que consistir en generar una voluntad buena en sí misma y no como medio con respecto a uno u otro propósito. 33
Kant defiende la razón como una capacidad práctica que influye en la generación de una voluntad buena en sí misma, y no como un medio para alcanzar otros propósitos:
Una acción por deber tiene su valor moral, no en el propósito que debe ser alcanzado gracias a ella, sino en la máxima que decidió tal acción; por lo tanto, no depende de la realidad del objeto de la acción, sino simplemente del principio del querer según el cual ha sucedido tal acción. 34
Es necesario entonces que el ser humano respete una ley cuya representación en sí misma sea el motivo de la voluntad que anima a la persona a actuar de acuerdo con el bien moral. La voluntad es la misma razón práctica que el individuo requiere para actuar de acuerdo con las leyes: «Cada cosa de la naturaleza opera con arreglo a leyes. Solo un ser racional posee la capacidad de obrar según la representación de las leyes o con arreglo a principios del obrar, estos es, posee una voluntad». 35
El ser humano debe proceder siguiendo una ley que pueda querer que se convierta en ley universal, válida para todos los hombres. La dificultad estriba entonces en establecer esa ley, pues la persona tiende a atribuirse motivos nobles, pero encubiertos tiene otros móviles: «Cuando se trata del valor moral no importan las acciones que uno ve, sino aquellos principios íntimos de las mismas que no se ven». 36
De esta manera, Kant diferencia claramente entre aquellos actos que se llevan a cabo por el deber que entraña una ley en sí misma para la persona y aquellos que responden a la preocupación por las consecuencias perjudiciales que puedan acarrear. Tomamos este punto para poner luz en el sentido que ha de tener el concepto de responsabilidad al que pretendemos acercarnos. ¿Hemos de ser responsables porque eso es lo que le dicta la razón a la voluntad o hemos de serlo por las posibles consecuencias que puede tener el no responder así ante la sociedad? ¿Actuamos de manera responsable cuando dejamos de contaminar el medioambiente por miedo a una multa o más claramente lo somos si actuamos consecuentemente con el propio deber del ser humano? La buena voluntad no consiste en hacer lo que se debe, sino en querer hacer lo que se debe. La intención es el elemento esencial de la moralidad; se puede actuar conforme al deber sin actuar por deber:
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