Para Aristóteles, existen dos clases de virtud, la dianoética, que se desarrolla mediante el aprendizaje, la experiencia y el tiempo, y la ética, que se adquiere por la costumbre.
La persona tiene la potencialidad de desarrollarlas, de tal manera que el ser humano bueno se hace bondadoso siéndolo y el justo practicando la justicia; asimismo, podríamos hoy decir también que la persona se hace responsable actuando con responsabilidad. «La virtud del hombre es el modo de ser por el cual el hombre se hace bueno y por el cual realiza bien su función propia». 23
Para la persona, es necesario buscar, por encima de todo, un bien perfecto, y este solamente será definido por sí mismo: «Llamamos perfecto a lo que siempre se elige por sí mismo y nunca por otra cosa». 24Queremos la felicidad por sí misma, por eso es perfecta y suficiente y agradable al ser humano, pero satisfacerla no es igual para todas las personas.
Cada individuo busca la satisfacción de los placeres que cree que van a hacerlo feliz, pero, puesto que esos placeres no son por naturaleza para todas las personas iguales, son objeto de disputa. Algunos individuos llegan a creer que los placeres solo vienen del exterior, son los bienes materiales los que proveen de felicidad, pero, cuando tienen eso que ansían, descubren que no es suficiente, porque, tal como expresa Aristóteles, «la felicidad es una actividad del alma»; 25supone, por tanto, mucho más que lo puramente material. El camino de la felicidad se logra cultivando las virtudes; Aristóteles explica cuáles, a su modo de entender, son las más importantes. Entre las que más se aproximan y aportan al entendimiento del concepto de responsabilidad (aunque Aristóteles no emplea nunca este concepto) encontramos las virtudes éticas.
• Liberalidad: el liberal es alabado por la manera de dar y recibir riquezas; no se trata de la cantidad que se da o recibe, sino del modo de ser del que da o recibe. Llevado a nuestro terreno, vemos aquí el antecedente del análisis de la responsabilidad basada en la elección de los actos oportunos para lograr una finalidad buena en sí misma, y no con el fin de obtener un beneficio mayor, por ejemplo, económico, de poder o de estatus.
• Magnificencia: el término medio entre la ostentación y la mezquindad; se trata de saber gastar (o invertir , en nuestra terminología empresarial) en lo que se debe y cuando es oportuno.
• Magnanimidad: acometer obras dignas de honor y aprecio. Invertir de modo responsable implica saber cómo y dónde hacerlo, de manera que la rentabilidad social sea incluso más alta que la puramente económica.
• Ambición: puede parecer un concepto ambiguo, porque puede ser bien o mal interpretada en relación con la distancia que haya al justo medio entre dos extremos, el que desea en exceso el honor y la gloria (el éxito) y el que no lo desea nada. En nuestros días el concepto de éxito está mediatizado, sobre todo por la posesión de poder y riquezas materiales. Ser prudente en este sentido implica valorar las implicaciones que tiene la gloria así entendida y si con ello puedo beneficiar a alguien más que a mí mismo.
• Mansedumbre: no dejarse arrastrar por las pasiones y por la cólera (encontrar el autocontrol en la acciones que se acometen). La responsabilidad implica consciencia y libertad para elegir qué actos llevar a cabo estimando las consecuencias de estos, lo que es incompatible con el hecho de no poseer autocontrol en todo tipo de situaciones.
• Amabilidad: es importante encontrar el justo medio entre la complacencia —alabar todo para agradar— y la pura oposición sin tener en consideración las molestias que puedan causarse.
• Sinceridad: reconocer lo que se tiene tanto en hechos como en palabras. Ser responsable requiere ser honesto con uno mismo y con los demás; en términos actuales, empatizar para poder llegar a ser asertivo, defender las propias ideas y pensamientos sin intimidar, imponer o manipular a otros.
• Justicia: es injusto el trasgresor de la ley, el que no es equitativo; esta es «la única de las virtudes que parece referirse al bien ajeno, porque afecta a los otros […]. Los hombres buscan, o devolver mal por mal (y, si no pueden, les parece una esclavitud), o bien por bien, y, si no, no hay intercambio, y es el intercambio por lo que se mantienen unidos». 26Es posible considerar esta afirmación una aportación a la comprensión de la conducta humana en general y en particular en relación con la empresa (cada grupo de interés afectado por la actividad empresarial intentará devolver a esta aquello que recibe, un servicio favorable genera gratitud, un servicio desfavorable promueve el descontento y la respuesta ingrata). En palabras de Aristóteles:
Las cosas que son justas no por naturaleza, sino por convenio humano, no son las mismas en todas partes […]. Siendo las acciones justas e injustas, se realiza un acto justo o injusto cuando esas acciones se hacen voluntariamente; pero cuando se hacen involuntariamente no se actúa ni justa ni injustamente excepto por accidente, pues entonces se hace algo que resulta accidentalmente justo o injusto. 27
Lo voluntario, para este filósofo griego, es aquello que un individuo realiza estando en su poder hacerlo y sabiendo a quién, con qué y para qué lo hace. Lo que se ignora o no depende de uno, o se hace por la fuerza, o es involuntario.
Cuando los individuos cometen daños de forma imprevisible o equivocaciones, obran injustamente, pero no por ello son injustos, solo lo serán si han actuado con intención, con maldad. Del mismo modo se puede obrar de manera responsable o irresponsable sin llegar a serlo, pues, como veremos más tarde, no es lo mismo ser responsable que tener responsabilidad sobre algo.
En el examen de las virtudes intelectuales destaca la prudencia, que consiste en deliberar rectamente; su fin es lo que se debe hacer o no, y se diferencia del entendimiento en que este solo es capaz de juzgar: «No es posible ser bueno en sentido estricto sin prudencia, ni prudente sin virtud moral». 28En su análisis sobre el placer, Aristóteles defiende que no se trata de procesos que conducen a algo, sino de actividades y fines en sí mismos que tienen lugar cuando ejercemos una facultad que puede conducir al perfeccionamiento de la naturaleza, y no cuando llegamos a ser algo. Por tanto, los placeres no son buenos o malos:
La vida del hombre bueno no será más agradable si sus actividades no lo son […]. La actividad más preferible para cada hombre será la que está de acuerdo con su propio modo de ser y para el hombre bueno será la actividad de acuerdo con la virtud. 29
Este es el camino de la felicidad, que es el mismo fin de la conducta humana. Para encontrar este camino es necesaria la educación y la costumbre, y esto debe transmitirse con base en unas leyes, «porque la mayor parte de los hombres obedecen más a la necesidad que a la razón, y a los castigos más que a la bondad». 30
La influencia de Aristóteles es crucial en la historia de la ética, aunque existen otras corrientes que también tienen gran repercusión en la manera de explicar la conducta humana. Así, encontramos a los escépticos, que defienden que el ser humano solo puede guiarse por lo que sus propios sentidos le dejan percibir de la realidad y, por tanto, no pueden garantizar la certeza de nada, pues la percepción sensorial no es del todo fiable; los defensores del hedonismo (escuela cirenaica), que sostienen que la felicidad es igual a la satisfacción de los sentidos y la ausencia de dolor; los epicúreos, que defienden que el bien humano es igual a placer, o los estoicos, más preocupados por la adecuación al orden del mundo y la aceptación, que entienden al ser humano como un ser dotado de razón que está capacitado para elegir su conducta, lo que le libra de sucumbir a sus pasiones e instintos placenteros. Para los estoicos, solo el sabio puede llegar a vivir de acuerdo con las leyes de la naturaleza, es decir, libre; el resto de los humanos son esclavos de falsas ideas y viven solo para el placer.
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