María Inés Falconi - Caídos del Mapa

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Los protagonistas de este libro, el primero, de una saga de 11 titulos son cuatro adolescentes compañeros de séptimo grado. Un día, aburridos en la clase de Geografía, deciden escaparse y esconderse en el sótano de la escuela. Todo parece diversión hasta que los descubre la buchona del grado, que amenaza con contar su travesura si no la aceptan en el grupo. ¿Aceptarán los chicos o se arriesgarán a las consecuencias? Aventura, convivencia en el ambito escolar, amistad, amor, familia son el eje principal de estos relatos.

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Los tres suspiraron aliviados y corrieron a esperarlo al ascensor.

—¿Se puede saber por qué les dijiste a todos? –lo atajó Graciela, furiosa.

—¿A qué todos? –Fede no entendía nada.

—A todo el grado, dejá de hacerte el idiota –le dijo Paula.

—¿Están locos? ¿Qué le dije a todo el grado qué?

—Que vengan a mi casa –le aclaró Fabián.

—¡¡Uy!! Qué plomos están. Está bien, che, disculpen. Se me hizo tarde, no es para ponerse así tampoco, ¿no? –dijo Fede mientras abría la puerta del departamento–. ¿Y esto qué es? –gritó cuando vio a sus compañeros.

—Eso es lo que queremos que "vos" nos expliques –le dijo Graciela.

—¿Yo?

—Sí, vos, que les dijiste que vengan –le reprochó Paula.

—¿Qué te pasa, nena? Yo no le dije nada a nadie –se defendió Fede.

—¿Estás seguro? –le preguntó Fabián.

—No sé –dijo Fede–. Por ahí soy sonámbulo y hablo dormido.

—¿Entonces quién les avisó? –Fabián estaba asombrado y, además rogaba que su mamá no llegara justo en ese momento.

—Averigüemos –Federico paró la música y ante la sorpresa de todos gritó–: ¿Se puede saber quién organizó esta fiesta?

—¡Fabián! –dijeron todos a coro.

—No, yo no fui –se defendió Fabián.

—¡Qué no! A mí me avisó Miriam. Me dijo que vos tenías el teléfono roto y que no podías llamar a todos.

Así que había sido un plan de Miriam. Federico quería irse hasta la casa y reventarla a piñas. Lo convencieron de que era inútil. Evidentemente, en medio del baile, no podían planear la rateada de mañana. La única esperanza era que los vinieran a buscar a todos antes que a ellos tres. Imposible. Miriam había dicho que la fiesta era hasta las diez. Fabián estaba listo. Su mamá iba a volver a las ocho. No había forma de que no se encontrara con la fiesta sorpresa y era difícil que le creyera esta pavada.

Decidieron que lo de mañana iba a ser sin planificar y que cada uno llevaría lo que le pareciera necesario. Y que, en vista de las circunstancias, lo mejor era ponerse a bailar ellos también.

A Paula la vinieron a buscar a las siete en punto, y a Graciela a las siete y media. Federico también se tuvo que ir y Fabián se quedó bailando hasta que se fue el último.

Esa noche, en sus casas, los cuatro estuvieron dando vueltas hasta tarde. Iban poniendo en la mochila todo lo que creían que podía ser útil en un sótano. Después sacaban la mitad, lo volvían a poner. Se durmieron tardísimo, pensando si no se habían olvidado nada; y, con miedo de que alguien pudiera sospechar, pero armando y desarmando una y mil veces ese sueño, ahora posible, que era descubrir un lugar secreto para los cuatro, lejos del mapa de la Foca.

A la mañana siguiente todos se despertaron antes de que los llamaran. Todos menos Federico que, por supuesto, se quedó dormido y llegó tarde al colegio.

Capítulo 3

El jueves era un día plomo en la escuela. Tres horas de Lengua, una de Música y una de Geografía con “la Foca”. De las cuatro maestras que tenían los séptimos, esta era la más odiada. Pertenecía a la clase de maestras “podridas”: todo el tiempo pedía mapas prolijitos, dibujos pintaditos, daba pilas de tarea, tomaba lecciones o pruebas todas las clases, era aburrida, no dejaba hablar, no dejaba correr en los recreos, gritaba y palmeaba todo el tiempo como una… foca. Además era vieja y fea, con unos anteojos que se le resbalaban por la nariz ganchuda, hasta que casi parecía sostenerlos con esos horribles dientes salientes que tenía.

Desde el comienzo del año, los chicos buscaban la forma de desaparecer de su clase, pero sabían que era imposible. Hasta que a Federico se le ocurrió el plan de esconderse en el sótano con sus mejores amigos: Fabián, Graciela y Paula.

Al comienzo, todos se negaron. La idea parecía muy riesgosa. Federico, de a poco, fue elaborando un plan y terminó convenciéndolos. ¿Qué problema había en decirle que sí? Total… nunca conseguirían la llave. Pero Fede tenía todo muy bien pensado y lo iba a lograr.

El sótano era un misterio para todos los chicos de la escuela. Estaba cerrado con llave y no se abría jamás. Muy de vez en cuando, Ramón, el portero, bajaba con algún mueble en desuso o alguna caja llena de cosas, y lo volvía a cerrar. A veces, también, alguien decía que había escuchado ruidos en el sótano y entonces empezaban a circular historias sobre fantasmas y espíritus, pero después de un tiempo, todo el mundo se olvidaba.

Ratearse al sótano era bueno para salvarse de la hora de la Foca, pero era mucho mejor para pasar un rato en un lugar desconocido, donde nadie los pudiera encontrar, bajo tierra, los cuatro juntos.

Hoy era el día. Jueves, durante la última hora. Fabián había tardado mucho en conseguir la llave. Con la excusa de pedirle herramientas a Ramón o de ayudarlo a arreglar algo, Fabián tenía que conseguir el llavero, probar cuando nadie lo viera las millones de llaves que Ramón llevaba colgando en la cintura hasta encontrar la del sótano, y sacarla. En realidad, esto no era difícil para Fabián porque Ramón, con frecuencia, le daba el llavero para que busque algo en el cuartito de limpieza o en algún armario. Pero se había demorado porque tenía mucho miedo de que lo descubrieran.

Hoy tenían la llave. Era muy poco probable que la Foca se diera cuenta de su ausencia. Por lo general, los jueves a la última hora no tomaba lección y dibujaba en el pizarrón mapas interminables que todos copiaban. Jamás se daba vuelta, salvo para pegarle un grito a alguien que estaba hablando. Pero como ellos no iban a estar, no tenía por qué gritarles.

Miriam llegó esa mañana contentísima, esperando la bronca de los chicos por lo que les había hecho el día anterior para poder reírse en sus propias narices. Pero los cuatro estaban tan preocupados con la rateada, que ninguno le dio bolilla. Y para colmo, el resto del grado no hacía más que hablar de lo bien que lo habían pasado en la casa de Fabián. Miriam se mordía los codos de bronca. Últimamente nada le estaba saliendo bien. Ella sabía que nadie la soportaba en el grado, pero eso no era lo que le preocupaba. Pensaba que nadie la tragaba por envidia, porque todas las maestras la trataban bien, porque su papá era el Presidente de la Cooperadora desde hacía mucho… Pero lo que sí le daba bronca, era molestar a sus compañeros y que ellos no se enojaran. Esto la ponía furiosa. Claro que pasaba muy pocas veces, porque las bromas de Miriam eran pesadas, desagradables y antipáticas y más de una vez se había tenido que pelear a las piñas con algunos de sus compañeros. Total… ella tenía más fuerza que muchos de ellos.

Esto de ayer había sido una obra maestra de maldad y parecía no importarle a nadie. Algo estaba sucediendo. Había que vigilar.

Durante la hora de Lengua, Paula y Graciela no pudieron dejar de cuchichear. Graciela había traído galletitas y un peine. Nadie entendía para qué podía servirles un peine en el sótano, pero ella afirmaba que a lo mejor se despeinaban y que si salían despeinados alguien podía sospechar.

—De mí van a sospechar si me ven peinado –le dijo Federico que usaba el cómodo sistema de peinarse con la mano.

—Vos, si no querés, no te peines, pero yo no pienso salir del sótano hecha una bruja –y con eso, Graciela dio por terminado el tema.

Paula había estado pensando todo el día en qué podía necesitar en el sótano. Pensó en una escoba por si estaba muy sucio, pero le pareció muy sospechoso venir con la escoba a la escuela. Se decidió por un repasador por si tenía que sentarse en el suelo para no ensuciarse el delantal. Después pensó en las cosas que llevaba su mamá cuando salían de vacaciones, y metió todo lo que pudo en la mochila: curitas, alcohol, pomada para los golpes, gotas para la nariz, aguja e hilo y un par de botones.

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