Alex Gesse - Baños de bosque. 50 rutas para sentir la naturaleza

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Baños de bosque. 50 rutas para sentir la naturaleza: краткое содержание, описание и аннотация

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Los baños de bosque tal y como los conocemos tienen su origen en la palabra japonesa
shinrin-yoku, cuya traducción literal sería «tomar la atmósfera al bosque» o «baño de bosque». El Instituto de Baños de Bosque define esta práctica como una experiencia sensorial. Sus beneficios terapéuticos parecen estar probados científicamente, pero coincidiremos en que pasar un tiempo en contacto con la naturaleza, sentados en la orilla de un arroyo, viendo los pájaros pasar, cuanto menos, relaja. En esta guía proponemos 50 rutas por espacios naturales de gran belleza con el fin de disfrutar de la naturaleza y conseguir aprovecharse de los beneficios que esta aporta al hombre: está comprobado que el contacto con la naturaleza reduce el estrés y tiene ventajas para la salud. Tienes en tus manos la primera guía de viajes relacionada con los baños de bosque, elaborada desde la perspectiva del respeto por los espacios naturales. Alex Gesse y su equipo de colaboradores han seleccionado cincuenta rutas que buscan abarcar el máximo de la geografía española, que sean realmente atractivas para todos, que no estén demasiado concurridas y que permitan disfrutar de los beneficios que la naturaleza produce en el ser humano. Otra característica de los itinerarios seleccionados es que no son demasiado largos. La mayoría está por debajo de los dos kilómetros, ida y vuelta, pues lo que se busca es entrar en contacto con la naturaleza, encontrar la perfecta simbiosis entre esta y el ser humano. Eso exige pararse, relajarse, observar y poner en funcionamiento todos los sentidos. En un mundo en el que todo va demasiado rápido, los baños de bosque implican caminar despacio, sentir el sendero, tocar los árboles, el agua, oír el canto de los pájaros, el ulular del viento, la caída de las gotas del rocío… Muchas de las rutas son caminos habituales de senderistas… Lo que las diferencia es que lo importante no es llegar a un lugar, sino disfrutar de la experiencia de convivir con el bosque y sus habitantes, independientemente de la forma y tamaño.

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Los montes Ulía y Jaizkibel (al este), separados por la bahía de Pasaia, se formaron en la misma era y por el mismo proceso, por lo que comparten muchas de sus características. La cima del monte Ulía era la principal zona de recreo de los donostiarras durante la Belle Époque, entre 1902 y 1914, motivo por el que se construyeron diferentes equipamientos. Entre ellos encontramos el antiguo campo de tiro. Los donostiarras y los turistas pudientes lo utilizaban para organizar campeonatos de puntería. La campa que hay frente al edificio, hoy en día convertido en restaurante, era el campo de tiro desde donde en un principio se soltaban palomas y posteriormente se lanzaban platos para afinar la puntería de los participantes. Actualmente, esta zona se conoce con el nombre del Tiro pichón. Otro de los equipamientos de la época es el que se conoce por su estructura octogonal como Molino, que acogió la cafetería del Chalet de las Peñas a principios del siglo XX. En aquella época contaba con una terraza de madera que se utilizaba para colocar las mesas de los clientes y que tenía unida una pasarela que permitía el acceso al mirador de la roca del Águila, situada a pocos metros. Esta gran roca y alguna otra en la misma zona se utilizaban muchos años antes como atalayas para el avistamiento de ballenas. Cuando el atalayero veía los cetáceos, encendía un fuego para avisar a los pescadores que esperaban en el puerto para salir a faenar.

Descripción del itinerario Monte Ulía Gorka Altuna La ruta comienza en el - фото 7

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Monte Ulía.

© Gorka Altuna

La ruta comienza en el preciso momento en el que se pisa el aparcamiento de asfalto, ya que desde ese instante comenzaremos a transitar desde las estructuras construidas por el hombre, que difuminan la percepción de nuestros sentidos, hacia ambientes naturales con gran potencial para atraer nuestra atención y disuadirnos de nuestras preocupaciones.

El aparcamiento se encuentra en un pequeño claro que se abre en el interior de un bosque de frondosas y coníferas (fresnos, castaños, laureles, robles, magnolios, tulíperos, pinos...) de todo tipo y tamaño, que sirve, al igual que el Palacio de Congresos y Auditorio del Kursaal, para presenciar el concierto, en este caso, de una orquesta sinfónica compuesta por la gran variedad de aves que habita en dicho bosque urbano.

Al igual que estas aves, cuyo hogar se sitúa entre la ciudad, el mar y el bosque según sus intereses, nosotros iniciaremos nuestro itinerario desde el parking del paseo de Ulía y avanzaremos progresivamente hasta adentrarnos en todos estos ambientes. Ambientes ligados a hábitats naturales de especies como el roble o el melojo ( Quercus pyrenaica ), pero que comparten también espacio con otros más relacionados con los jardines de la ciudad, donde los tulíperos de Virginia o los liquidámbar recuerdan que el monte Ulía lleva décadas sirviendo como lugar de ocio de los donostiarras y visitantes. Comenzamos cruzando la barrera para coches del camino asfaltado que se dirige al Tiro pichón. Las hortensias (plantas ornamentales del género Hydrangea ) van a ser nuestras guías para reconocer esta parte del camino, ya que nos van a escoltar con sus flores azules hasta el mencionado edificio. A medida que paseamos entre el asfalto, podremos ir observando pistas de lo que nos va a ofrecer esta ruta. Las hortensias serán lo único repetitivo que nos vamos a encontrar, ya que a ambos lados del camino disfrutaremos de diferentes tipos de árboles (robles, hayas, laureles, fresnos...), espacios cambiantes que sirven de terreno de juego a los mencionados dueños del bosque, que con su canto cada vez más sonoro y más enriquecido, nos irán alejando de la realidad de la ciudad y de su multitud de estímulos artificiales. Cuando por fin lleguemos al Tiro pichón, habremos disfrutado de todo un muestrario de formas naturales, sonidos, contrastes de luz y humedad, tipos de corteza, líquenes y musgos, que decoran las rocas areniscas características de esta formación montañosa. Un aperitivo sensorial para abrir boca, como si fueran los mejores pintxos del casco antiguo donostiarra. Una vez llegamos al Tiro pichón, convertido en restaurante con una soberbia terraza, el mar Cantábrico adquiere protagonismo por su simbiosis con el frondoso bosque y la inalcanzable línea lejana que dibuja en el horizonte, el espacio de unión entre mar y el cielo. Es el momento adecuado para la reflexión, de dejarnos llevar por las sensaciones lejanas del horizonte y las cercanas del bosque, junto con los matices del azul del mar y el azul del cielo, que nos invitan a relativizar nuestras vivencias y a personalizar el momento. Desde este punto volveremos sobre nuestros pasos, pero avanzando en la transición desde el mundo natural al urbano. Ahora tomaremos el sendero de arena y barro que transcurre paralelo al camino de asfalto ya recorrido. Los abedules, las hayas, los castaños y demás árboles, junto con un firme que absorbe mejor nuestra pisada, hacen de este sendero una experiencia diferente a la vivida anteriormente y nos permite ver su cara B, pudiendo saborear detalles que habían pasado desapercibidos previamente. Este camino de tierra discurre durante 250 metros entre rocas areniscas de color amarillo, que se formaron hace cuarenta millones de años y sobre las cuales la lluvia, el salitre y el viento han ido dejando su huella en forma de oquedades y pequeños cuencos donde la lluvia se almacena temporalmente y permite el crecimiento de musgos, líquenes y microhábitats que las van moldeando y dibujando con multitud de colores. Al final de este sendero encontramos el mencionado Molino y un banco que invita a la contemplación de nuevo del mar, esta vez más cercano, y a apreciar el sonido de las olas que golpean contra las rocas y que, tal vez, se mezcle con las voces de aquellos atalayeros que avisaban de la presencia de ballenas. A partir de este punto, los maduros pinos de porte imponente y diámetros considerables cobran protagonismo, tanto en el suelo como en el cielo, ya que las acículas caídas cubren el sendero de tierra con un mullido colchón marrón, que sirve de protección a los níscalos y a otras setas cuando la humedad y el frescor del otoño se dejan sentir, y las verdes acículas perennes ocultan el cielo, tamizando la luz tan necesaria para los habitantes del sotobosque donde proliferan los helechos, una paleta de texturas y colores, que crean un ambiente mágico donde se encuentran cielo y tierra. Muy cerca, el sonido del mar, más intenso si cabe que en ocasiones anteriores, nos anima a acercarnos de forma prudente y nos recuerda que la combinación mar y tierra ha sido siempre fructuosa, como ha quedado plasmado en las recetas culinarias que tanto prestigio han dado a la cocina vasca por su potencia de sabores, texturas, matices y colores. Desde el punto más cercano al mar, giramos a la izquierda y subimos en dirección al camino asfaltado inicial por un sendero bastante transitado, que ha obligado a las raíces a sobrevivir fuera de la tierra, quedando indefensas ante las pisadas de los visitantes. Estas raíces que cruzan el sendero de un lado a otro cada pocos metros y que obligan a mantener la concentración del paseante para no sufrir un desafortunado tropiezo, no deben ser impedimento para disfrutar de la transición desde el pinar maduro hacia el bosque mixto de frondosas. Una evolución natural, permitida por la gestión humana y la pendiente a favor, nos conducirá hasta el parking en compañía, como no, del canto de los pájaros que han guiado nuestros sentidos durante todo el paseo.

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