Derzu Kazak - El hijo del viento blanco

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La urdimbre y la trama de esta nueva novela de Derzu Kazak se afirma en una conjetura difícil de consentir: ¿Qué sucedería si un país sudamericano tuviese un Presidente absolutamente honesto?
Tal como se presenta actualmente el mundo de la política, donde la corrupción impera en casi todos los estamentos del Estado, la honestidad es un traspié genético que debe eliminarse. Nada es lo que parece en el ámbito estatal, y menos en el macroeconómico, engendrando confabulaciones y planes perfectos que el destino se encarga de mandar a baraja, urgiendo otros planes tan efímeros y cambiantes como la condición humana.
Un devenir de acción y de intriga a nivel planetario, con la presencia de mafias, corporaciones supranacionales ávidas de oro negro y «negocios redondos», sicarios y comandos de élite, mantiene al lector sin resquicios para intuir el desenlace.

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Vestir de traje al Dr. Arenales era misión imposible. La corbata, que él llamaba cordón-tráqueo-umbilical, únicamente la usó el día de su casamiento, ¡y porque se la regaló su madre! Su mejor amigo le hizo el nudo y, antes de terminar la fiesta de esponsales ya la había regalado a otro candidato al casorio que pensaba lo mismo de los trajes y las corbatas.

– ¿Crees que los representantes de la guerrilla merecen estar en tu gabinete como uno más de la sociedad?

La pregunta, hecha de sopetón, ni siquiera sorprendió al Presidente.

– El Rafa Fischer ha sido un verdadero amigo desde mucho antes de unirse a la banda de guerrilleros, un pionero en la formación del partido político que me llevó al poder. Como norma presidencial, desde que he asumido en mando de Andinia, todos pueden sentarse en esta mesa, aun los representantes del Sindicato del Crimen, si así lo solicitan.

– No hay nada mejor que dialogar y lograr un buen entendimiento para solucionar los conflictos. Reflexionó Altamirano.

– Espero que resulte. Respondió su Asesor…

– A veces tratamos algunos temas espinosos que no convienen que se transmitan entre ciertos niveles de gente, bien porque no son de su incumbencia, bien porque pueden difundirse antes de ser lo suficientemente operativos…

– Y entonces… -interrumpió el Presidente con el mismo tono recriminatorio de su Consejero- vienen las sorpresas cuando se enteran, y detrás de las sorpresas los petardos y los tiroteos. En mi gobierno trataremos los asuntos a puertas abiertas, para que todos puedan escuchar y valorar, siempre que mantengan la misma apertura para los demás.

– No toleraré que nadie impida que un hombre pueda decir lo que sienta; aunque me pida la renuncia, siempre que dé las razones valederas.

– Será interesante… Respondió el Dr. Arenales; sobre todo cuando tratemos los problemas más candentes, como la economía, la educ...

– ¡Hola… hola…! Compadre…

– La llegada del Rafa, lanzándose al cuello de Carlos Altamirano y dándole un sonoro beso en las mejillas sorprendió incluso al Presidente.

– Compadre… has llegado alto, tan alto, ¡que me parecía que tu mirada pasaría por sobre nuestras cabezas sin vernos! Pero cuando me invitaste a esta reunión de gabinete con voz y voto, le dije a… Perdón… No les he presentado al curita que quiere hacer de la guerrilla el reino celestial. Le presento al padre Job…

– Un joven barbudo y moreno, con los ojos negros más profundos que podían encontrarse en la Tierra, de pelo desmadejado y más largo que lo adecuado en la jerarquía eclesiástica, tendió su mano al presidente y la apretó con una fuerza inusual a su tamaño, como queriendo indicar algo desde el principio.

– ¿Ud. es cura… cura…?

– En realidad soy solamente sacerdote y algo díscolo, si tenemos en cuenta nuestra tarea de guiar almas por los senderos de la verdad.

– Al curita no le des mucha cabida, previno el Rafa, porque es lenguaraz el hombre y, aunque tiene la ventaja de que la mitad de lo que dice no se entiende y la otra mitad no le importa a nadie, cuando agarra el hilo no lo suelta si no lo cortas con algo contundente.

– En el campamento le tenemos medido su tiempo con un reloj de arena; pero aunque parezca mentira, ¡desde que el cura llegó, se humedeció por dentro y anda más despacio…!

– No vas a cambiar nunca, Rafael Fischer, dijo Altamirano dándole unas palmadas en la espalda. Siéntate allí con tu curita y vamos a ver si podemos terminar con las bombas y los tiroteos dentro de Andinia.

– Compadre, ¡no vaya a creer que los tiramos sin motivos! Sería más bonito el planteo si nos dijeses que vas a quitar los motivos que nos mantienen de guerrilleros, aunque dudo que puedas manejar esos motivos.

– ¿Y cuáles son…? Si se pueden saber.

– Esencialmente estamos convencidos que el mundo produce alimentos y beneficios de sobra para satisfacer a todos los hombres de una manera… sobria. Pero como a la mayoría de los que conozco le falta su parte, tratamos de despertar las conciencias de los que se quedaron con el pastel y con la torta, mediante unos despertadores que a veces suenan demasiado fuerte… ¡Pero te aseguro compadre, que son muy duros de oídos!

– ¿Aún quieres hacer lo que ni siquiera intentó hacer Jesús? ¿Eliminar la miseria de la Tierra?

– Al menos intentaré esa misión...

– ¿Crees que a una madre que le matan a su hijo, ya sea guerrillero o soldado, le parecerá mejor comer dos veces al día a cambio de la vida de su retoño?

– Quizás no. Eso lo sabe mejor el curita…

– He leído en los signos de los tiempos que era la hora de la lucha… Me llamó mi conciencia y me fui. Respondió el sacerdote.

– ¿Cree Ud. que la violencia soluciona los problemas de los hombres…? Preguntó el Dr. Arenales.

– La violencia los genera. Solo sé eso. Aún no encontré la forma de solucionarlos. Tuve que optar y me puse del lado de los más débiles; como dijo Jesús.

– Cambiando la mirada hacia el Asesor preguntó indeciso: Ud. es el…

– Si. Soy un poco el otro padre de Carlos y ahora su servidor.

Capítulo 13

Intihuasi – Andinia

Un fuerte taconeo anunció la llegada del General más antiguo del ejército, que tenía provisionalmente asignada la función de Comandante en Jefe. Llegaba juntamente con el Presidente de la Unión Industrial y, unos instantes después, arribaron los Ministros. Incluso el Canciller del anterior gobierno, que seguía en funciones transitorias por falta de otro con esa experiencia de zorro ladino.

Las presentaciones de rigor entre los que no se conocían se hicieron con francas sonrisas o con francos recelos, sobre todo cuando reconocieron al “Comandante Rafa” de la guerrilla y a su cura tercermundista. El uno y el otro tenían precio internacional por sus cabezas.

– ¡Sr. Presidente! Profirió el General poniéndose rígidamente marcial, ¡creo que estoy en un lugar equivocado con esta gentuza! Su tieso índice señalaba por turno a los dos representantes de la guerrilla. ¡Permítame retirarme!

– Por favor… General…

– Si queremos la paz interior, la mejor manera de obtenerla es saber por qué nos peleamos y tratar de encontrar la forma de evitarlo. Lo necesito a Ud. más que a nadie. Quédese.

– El General miró de refilón a sus adversarios del campo de batalla, que mantenían una sorda sonrisa de triunfadores, sintiéndose cómodos junto a su antiguo amigo Altamirano. Con una leve venia al Presidente tomó asiento más calmado. Sería tenido en cuenta.

– Humm… -pensó el Dr. Arenales- si así empieza a conducir la máquina, puede que llegue muy lejos… ¡Si el santa Bárbara no explota! Ha juntado la dinamita con los fulminantes. Es un loco de remate… o quizás… no.

– Bien… -expresó el presidente- yo conozco a cada uno de ustedes; de algunos soy amigo y de otros espero serlo; pero al presente, a partir de este instante, quisiera que todos nos olvidemos qué labor cumplimos en la función pública y hablemos como hombres que buscan sacar a la luz del día a nuestra querida Andinia. Yo, para todos ustedes soy Carlos, y los escucharé muy atentamente.

– Sr. Presid… Carlos… -dijo el Ministro de Educación- si realmente queremos que Andinia surja a la luz, estoy convencido que lo primero es sanear la educación, elevando su calidad. Para eso hace falta una gran parte del presupuesto nacional, que lo consumen las Fuerzas Armadas peleándose con esos mugrientos guerrilleros que desangran el país. Espetó elevando la voz gradualmente, hasta que terminó hablado a los gritos y de pie.

– Tiene Ud. toda la razón… Respondió el Presidente con una calma que dejo atónitos a todos, incluso a su Asesor. Pero como los guerrilleros tendrán sus razones para serlo, es natural que las escuchemos. También ellos son ciudadanos y hermanos nuestros, aunque no tengan oportunidad de bañarse tan seguido como nosotros.

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