20Véanse también Deonna y Teroni (2012: 8) quienes distinguen entre disposiciones de una pista y disposiciones multi-pista como los casos de amor y de odio. Una persona que ama a alguien no tiene la disposición a una sola emoción sino a todo un cúmulo de emociones dirigidas a un objeto particular.
21Véase Hansberg (1996: 94, 97, y especialmente 130). Mencionar rasgos de la personalidad “nos permite caracterizar el tipo de creencias, percepciones, emociones y deseos que tiende a tener una persona en determinadas circunstancias y nos permite entender cómo es posible que llegará a ver una situación dada como humillante, admirable, benéfica o peligrosa y a sentir una emoción en vez de otra” (Hansberg, 2001: 17)
22Véase Hansberg (2008, 2015).
23“Actitudes favorables” son estados conativos como deseos, inclinaciones, urgencias, quereres y quizá también emociones. Véase Davidson (1963), reproducido en Davidson (1980: 3-4).
24Un problema muy interesante que no abordaré aquí, son las emociones que los humanos tienen frente a personajes ficticios cuando leen novelas o ven una película. Por ejemplo, al ver una película de terror, una persona puede estar aterrorizada y no tener ninguna motivación a hacer algo (Tappolet, 2010: 338-339).
25Muchos piensan actualmente que las emociones son necesarias para el buen funcionamiento de la racionalidad práctica porque influyen en la atención. Emociones positivas amplían el foco de atención y las negativas lo reducen.
26Ejemplos de cómo las emociones pueden influir tanto positivamente como negativamente sobre las actitudes o la conducta de los que tienen la emoción son, entre otros: la re-descripción de la emoción para hacerla tolerable para el sujeto (Elster, 2004: 158-159); episodios de debilidad de la voluntad o acrasia (Davidson, 1969); casos de acrasia inversa (Döring, 2010: 296; Hansberg, 2015b: 342-346).
27Estos casos son de la clase más común de acrasia o debilidad de la voluntad, en éstos la intensidad de las emociones impiden que el agente actúe según su propio juicio. Véase Davidson (1969).
28El ejemplo originalmente es de Bennet (1974).
29Strawson habla sobre actitudes y sentimientos, pero sus ejemplos incluyen lo que entendemos por emoción.
30Así, por ejemplo, cuando una persona admira, o le tiene miedo a otra, seguimos atribuyéndole admiración o miedo sin que se presenten todos los rasgos de los episodios emocionales. No podemos decir que siente miedo todo el tiempo o que tiene disturbios fisiológicos, sino que la atribución de una emoción o de conjuntos de emociones, o rasgos emocionales, se hacen en función de las cosas que hace o deja de hacer durante todo el tiempo en que podemos atribuirle esas emociones.
31Aunque yo creo que puede haber otras formas de intimidad en las que no existe igualdad interpersonal. Más adelante me ocuparé de relaciones íntimas que son asimétricas, como las que pueden existir entre los miembros de una familia, digamos madre e hijo.
32Existen relaciones cercanas que no son íntimas. Por ejemplo, trabajar con alguien al que se ve todos los días, pero sin desarrollar amistad.
33Véase Baier (1986: 236). Ella afirma que se trata de un predicado triádico: A confía en B para C .
34Es posible hablar de una confianza primitiva o básica como la que tiene el niño pequeño hacia sus padres y que se vuelve consciente en la medida en que se ve defraudada, esto es, en la medida en que empieza a haber motivos para desconfiar.
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Neurociencia y emoción.
Aproximaciones al diálogo con la Sociología
Adriana García Andrade1 y Olga Sabido2
De unos años a la fecha es usual encontrar en distintos medios afirmaciones como “el amor está en el cerebro, no en el corazón”,3 dichos enunciados se atribuyen a una línea de investigación cada vez más visible: la neurociencia. Desde una perspectiva sociológica podemos decir, si seguimos a Giddens y su categoría de la doble hermenéutica, que esos conocimientos se están infiltrando en la manera en que los seres humanos damos sentido a nuestras vidas, a nuestros cuerpos y a nuestras emociones. Por más de una razón resulta relevante hacer un mapeo preliminar de este tipo de saberes. Pero se vuelve urgente si el propio tema de investigación (el amor corporeizado, García Andrade y Sabido, 2016b; Sabido y García Andrade, 2015) se cruza con los intereses de la llamada neurociencia. ¿Qué es la neurociencia? ¿En qué está sustentada su “verdad científica”? ¿Qué aporta al estudio de las emociones, del amor, el cuerpo y la sensibilidad? ¿Cuáles son sus límites? Por supuesto, aún no tenemos todas las respuestas, pero iniciemos el viaje para tener algunos criterios objetivos que nos permitan apreciar en su justa medida lo que la neurociencia puede aportar a nuestro tema, y qué podemos aportar a estos estudios.
En este trabajo presentaremos una primera aproximación a la neurociencia, cuáles son algunas de las condiciones sociales y científicas que hicieron que esta rama de la ciencia se volviera tan visible. Presentamos dos posiciones en la neurociencia con respecto a las emociones (emociones básicas y secundarias vs. emociones complejas) que permiten apreciar en dónde es posible tender puentes para la construcción de esfuerzos interdisciplinarios de investigación. Una de las propuestas que aquí se presentan es que es posible dialogar con los neurocientíficos que tienen una comprensión del cerebro como una entidad sistémica y no dividida en partes con funcionalidades específicas; científicos que no separan emoción de razón, que disuelven las causalidades simples, y que incluyen a la cultura y la sociedad como instancias importantes en la constitución del propio cerebro/cuerpo. Presentamos aquí al neurólogo Antonio Damasio como uno de los autores, entre otros, que permite estos intercambios de manera fluida. Esto es posible atisbarlo por la recepción de sus trabajos en las ciencias sociales. En este caso analizaremos su recepción en los trabajos de los sociólogos James Jasper (2012), Philip Vanini (2012) y Löic Wacquant (2014).4 Concluimos con algunas consideraciones con respecto a la manera de cómo podemos leer y colaborar con la investigación neurocientífica que pueda ayudar en nuestros objetivos de investigación.
En primer lugar, la neurociencia no es una disciplina como las que conocemos tradicionalmente. Como afirman Rose y Abi-Rached, la creación de la neurociencia no suponía la eliminación de las distintas disciplinas que la componen, sino la de “crear un espacio común en el que pudieran interactuar” (Rose y Abi-Rached, 2013: 42). Así, el objetivo era —por lo menos para Francis O. Schmitt, uno de sus promotores— organizar tres áreas intelectuales para avanzar en el conocimiento del cerebro: una que investigara el nivel molecular, otra las características de la red neuronal y otra la relativa al comportamiento. Por ello, en la neurociencia se pueden agrupar disciplinas tan disímiles como química, biofísica, neurobiología, psicología, psiquiatría o matemáticas.
Además, una de las características que define a la neurociencia como “espacio de convergencia” entre diversas disciplinas, es el alto grado de especialización. El espectro cubre desde la neurología del comportamiento de pacientes con daño cerebral, neurofisiología anatómica, neurociencia computacional hasta neurofisiología visual en gatos, entre muchas otras (Iacoboni, 2008).
Algunos autores afirman que la neurociencia aparece en 1962, cuando se crea el Neuroscience Research Program en el MIT5 (Blanco, 2015: 130), en el que Francis O. Schmitt tiene un papel fundamental. A decir de Blanco, Schmitt ya había realizado una empresa semejante con la biología y tenía claro que para entender la operación del cerebro “era necesario contar con especialistas procedentes del mayor número de campos posible relacionados con esa temática” (Blanco, 2015: 129). Para este autor, no sólo es importante la iniciativa del científico, sino también la institución que le da cabida al proyecto. El MIT en los años 60 tuvo “un papel protagonista en la emergencia de las ciencias cognitivas y en el desarrollo de la gramática generativa” (Blanco, 2015: 131).
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