1 ...6 7 8 10 11 12 ...16 Publicaciones populares, crítica, investigación y memorias
Otro síntoma del desarrollo alcanzado por el teatro nacional en el período son las numerosas colecciones de revistas de teatro, de circulación masiva, que dan cuenta de la existencia de un vasto lectorado interesado en la producción dramática nacional e internacional. Nora Mazziotti (1990) provee una lista de estas publicaciones muy económicas que se vendían en quioscos y librerías con frecuencia semanal, quincenal o (en muy pocos casos) mensual: El Teatro Criollo (1909), El Teatro Nacional (1910), Dramas y Comedias (1911), Nuestro Teatro (1913), Mundial Teatro (1914), La Novela Cómica Porteña (1918), El Teatro Nacional (segunda época, 1918), La Novela Teatral (1918), Bambalinas (1918), La Escena (1918), El Teatro Argentino (1919), Teatro Popular (1919), El Teatro Universal (1920), Teatro Rosarino (1920), El Teatro (1921), Teatro Selecto (1921), Arriba el Telón (1921), La Farsa (1921), El Entreacto (1922), La Escena Nacional (1922), Teatralia (1922), Talía (1922, en Buenos Aires y en Bahía Blanca), Bastidores (1922), Dramas y Comedias (1922), Comedia (1922), Teatro (1923), Telón arriba (1925), El Telón (1926), El Apuntador (1930). A mediados de la década del 30, tras la aparición de algunas nuevas revistas (menos de una decena), en Buenos Aires y en las provincias, esta modalidad de publicación desaparece. Los casos sobresalientes son Bambalinas y La Escena.
Bambalinas publica 762 números y 12 suplementos entre marzo de 1918 y marzo de 1934, al principio con frecuencia quincenal, muy pronto semanal. En cuanto a las tiradas, refiere ediciones de 5.000 y 10.000 ejemplares, y casos en que llegó a 40.000. La Escena circula desde julio de 1918 a octubre de 1933, alcanza 797 números semanales y 125 suplementos. Otros casos notables son El Teatro Nacional, con más de 170 números; Teatro Popular, con 133, y El Teatro, casi un centenar.
¿Quiénes compraban estas publicaciones, cuyo valor rondaba los 20 centavos en Buenos Aires? Suele hallárselas en bibliotecas particulares de espectadores de teatro, así como en bibliotecas de compañías de aficionados y profesionales. En el caso de Bambalinas, las obras aparecen rodeadas de un conjunto de textos sobre distintos temas de la temporada teatral, que permiten diseñar un lectorado muy amplio al que van dirigidos: dramaturgos, actores, empresarios, directores, críticos y, especialmente, espectadores inquietos que participan activamente en la publicación a través de cartas, respuestas a encuestas y concursos. Nora Mazziotti destaca que en total estas pequeñas revistas reúnen un corpus de alrededor de tres mil obras, en su mayoría argentinas (los títulos extranjeros son poco frecuentes) y vinculadas a estrenos recientes. Son un indicador del grado de prolificidad que adquieren los autores nacionales en el período “industrial”.
Junto al desarrollo de la actividad escénica, aumenta la producción de pensamiento crítico. Hubo además publicaciones especializadas más vinculadas a la crítica y la reflexión sobre la actividad teatral, entre ellas Carátula, Comedia y Anuario Teatral Argentino; esta última marca, según José Marial, “en nuestro medio una superación, no sólo por la gran cantidad de elementos de juicio que aporta para una visión del año teatral, sino también por los artículos de seria investigación que incluye en su amplio material literario” (29).
Otra evidencia de la relevancia que adquiere el teatro de Buenos Aires en el período es la creciente publicación de libros sobre historia, crítica, pedagogía teatral y memoria. Destaquemos, en orden cronológico, algunos de los títulos más importantes: Historia del teatro en Buenos Aires (1910) de Mariano G. Bosch; Teatro nacional rioplatense, contribución a su análisis y a su historia (1910) de Vicente Rossi; Teatro argentino (1917) de Juan Pablo Echagüe (conocido por su nombre artístico Jean Paul); La literatura argentina (cuatro tomos, 1917-1922) de Ricardo Rojas, con abundantes referencias al teatro; el artículo “Orígenes del teatro rioplatense” (1918) de Roberto F. Giusti (publicado en la revista Nosotros); Un teatro en formación (1919) de Juan Pablo Echagüe; Teatro nacional (1920) de Alfredo Bianchi; Del teatro al libro; ensayos críticos sobre teatro argentino y extranjero, arte y literatura (1920) de Luis Rodríguez Acassuso; Nuestra incultura y Sobre el teatro nacional y otros artículos y fragmentos (ambos de 1921) de Juan Agustín García; Una época del teatro argentino (1914-1918) (1924) de Juan Pablo Echagüe (reeditado en 1926); Desde la platea (críticas negativas) (1924) y Nuevas críticas negativas (1926) de Nicolás Coronado; El arte del comediante (tres tomos, 1926) de Enrique García Velloso; el artículo “Veinticinco años de teatro nacional; breve reseña histórica” (1927) de Alfredo Bianchi (publicado en la revista Nosotros); Le Théâtre Argentin (1927) de Juan Pablo Echagüe (en francés, publicado en París por Excelsior, con traducción de Georges Pillement y prólogo de Lugné-Poë); Historia de los orígenes del teatro nacional argentino y la época de Pablo Podestá (1929) de Mariano G. Bosch; Florencio Sánchez y el teatro argentino (1929) de Arturo Vázquez Cey; El nuevo teatro argentino. Hipótesis (1930) del director italiano Anton Giulio Bragaglia (traducción de María Rosa Oliver). El período que estudiamos realiza un aporte sustancial a las bases de la historiografía teatral nacional. Una mención muy especial merece María Velasco y Arias, quien en 1913 presenta en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires la primera tesis para aspirar al doctorado: “Dramaturgia argentina”. Allí estudia tempranamente la producción de los autores contemporáneos: Florencio Sánchez, José de Maturana, Julio Sánchez Gardel, Martín Coronado, Roberto J. Payró, entre otros, así como “los españoles que han escrito para el teatro local”: Justo López de Gomara, Xavier Santero y Camilo Vidal. En cuanto al género de la “memoria teatral”, la década se cierra con la publicación de Medio siglo de farándula (1930) de José J. Podestá.
Diversidad de poéticas dramáticas
A mayor demanda de obras nacionales, mayor prolificidad de los autores locales, en su amplia mayoría “rioplatenses”, argentinos y uruguayos, aunque también hay chilenos, españoles, italianos, franceses radicados en Buenos Aires. Según Mazziotti (1990), las revistas teatrales entre 1909 y 1935 publican un corpus de alrededor de tres mil textos dramáticos, en su gran mayoría nacionales. Pero no todo lo estrenado aparece en esas ediciones: en escasas ocasiones unos pocos textos llegan al formato libro, y quedan muchos inéditos. Un ejemplo representativo al respecto es el de Alberto Vacarezza, que estrena alrededor de 110 obras y sólo edita en las revistas unas 70. Ciertamente, la producción de obras teatrales fue caudalosa entre 1910 y 1930, sólo superada en cantidad en la actualidad (véanse los dos últimos capítulos).
Sería imposible nombrar aquí a todos los dramaturgos que escriben en el período “industrial”; sólo mencionaremos a los más relevantes. Por un lado, siguen escribiendo y estrenando autores que habían iniciado su producción en el siglo xix: Martín Coronado, David Peña, Emilio Onrubia, Nemesio Trejo, Nicolás Granada, Ezequiel Soria, Enrique García Velloso, Alfredo Duhau, Agustín Fontanella.
Por otro, consolidan su obra muchos otros que comenzaron a estrenar en la “época de oro”: Gregorio de Laferrère, Roberto J. Payró, Alberto Ghiraldo, Alberto Vacarezza, Pedro E. Pico, Carlos Mauricio Pacheco, Julio Sánchez Gardel, Federico Mertens, Roberto Cayol, Alberto Novión, Vicente Martínez Cuitiño, José León Pagano, Carlos R. de Paoli, José de Maturana, Luis Bayón Herrera, Arturo Giménez Pastor, César Iglesias Paz, entre muchos.
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