Dos son las cosas que hay que discernir aquí: Por una parte, el sentido del acontecer mundial desde el punto de vista de Dios y, por otra, el sentido del acontecer mundial desde nuestro, desde mi punto de vista.
Hablábamos del punto de vista de Dios, vale decir: ¿Qué quiere Dios, a qué apunta con todo este caos del tiempo actual? Y visto desde mi propio ángulo: ¿Qué habré de responder yo a la confusión de la vida de hoy?
Desde el punto de vista de Dios el sentido del acontecer mundial es la repatriación victoriosa de los hijos del Padre en Cristo y a través de María Santísima hacia el Padre. Lo repito para que lo recordemos bien: repatriación victoriosa en Cristo y a través de María Santísima hacia el Padre.
¿Qué es lo que quiere hacer entonces el Padre con sus hijos? Repatriarlos a su propio corazón.
La repatriación es victoriosa. Bueno... ¿por qué? ¿Dónde están los enemigos que buscan obstaculizar los designios del Padre? ¿Quién pretende apoderarse del corazón de un hijo del Padre? Este es, en primer lugar, el demonio. Sí; él quiere apoderarse de nosotros. ¿Qué fin persigue el Padre al repatriarnos a su corazón? Ante todo, vencer al diablo. El demonio extiende su brazo amenazante, y lo hace también hacia nosotros.
Repito la pregunta: ¿Quién pretende enseñorearse de nosotros? Pues bien, es el mundo; y también esa gran cantidad de personas que quieren hacernos posesión suya. Pero por último somos nosotros mismos quienes queremos retenernos a nosotros mismos. Por eso el hecho de que el Padre realmente nos repatríe a su corazón constituye una gran victoria que él obtiene en nosotros y a través de nosotros.
Y si pensamos ahora en las dificultades extraordinarias del tiempo de hoy o de nuestra vida familiar, volvemos a esa misma gran intuición católica: las dificultades extraordinarias significan aceleración de la repatriación.
Meditemos muy bien lo que esto significa. A menudo solemos hacer comentarios como: "¡Qué buena vida se da Fulano o Mengano! ¡Miren cómo le va a él y como me va a mí!". Dicho de manera popular: "Unos nacen con estrella y otros nacen estrellados"... "Yo siempre tengo mala suerte, una y otra vez fracaso en tales y cuales cosas”… Pero ahora podemos tener una visión muy distinta de tal situación. En efecto, cuanto más grande sea la cruz, tanto mayor la celeridad con la que Dios estará repatriándome a su corazón de Padre.
Tomemos, por ejemplo, el caso de la esposa enferma. Yo noto que ella físicamente todavía está bastante bien, pero que a veces la cabeza “no le funciona” como debiera. ¿Se dan cuenta de lo que esto significa? ¿Qué habré de pensar entonces a la luz de la fe? ¡Aceleración de mi repatriación al Padre! Naturalmente es difícil asumirlo en la práctica; pero es muy importante entender que ésa es la interpretación que hay que hacer a la luz de la fe.
O bien imagínense que un día vienen los rusos10 y se nos recluye a todos en un campo de concentración. O quizás sólo a una parte (de nosotros), y los demás se libran del confinamiento. Si nosotros formamos parte de los destinados al campo de concentración, ¿acaso habremos de decir?: “¡Qué bien les va a los demás! ¡Los campesinos más tontos son los que cosechan las papas más grandes! ¡Otra vez volvieron a sacarse el premio! ¿Y yo? ¿Y yo? ¿Por qué me pasa esto?”.
Fíjense que mi reflexión sobre la realidad hecha desde un punto de vista puramente humano es también una reflexión correcta. Pero si lograse pensar desde un ángulo sobrenatural, entonces diría lo siguiente: "Me tocó una parte mejor que la de aquellos que se libraron del campo de concentración; porque, ¿qué es lo que quiere Dios con esta prisión mía? ¡Acelerar mi repatriación!
Teóricamente podemos vislumbrar ya un poco que esta actitud es la acertada ¿no les parece? Ahora bien, ¡qué difícil es llevarla a la práctica! Sin embargo ser cristiano estriba justamente en ese llevar las cosas a la práctica. Por eso es que hay tan pocos cristianos de verdad.
Para formular con mayor detalle esta propuesta de contemplar la situación que vivimos desde la perspectiva de Dios, podríamos decir lo siguiente: A través de todo el acontecer mundial, a través de la alegría, el dolor y la cruz, a través del éxito o del fracaso que Él me envíe, el Padre cielo tiene siempre un solo objetivo: Acelerar de manera eminente mi regreso a Él, en Cristo y a través de María Santísima.
Mediten cada una de estas palabras. En primer lugar regreso al corazón del Padre. Nosotros, que estamos juntos desde hace años, gracias a Dios hemos ido descubriendo que Dios es Padre. Pero existen millones de cristianos que no tienen ninguna idea de ello. Ven en Dios sólo una abstracta o bien el Dios al que adoran es un dictad porque sienten miedo ante ese Dios corren a refugiarse en Cristo. ¿Qué significa (en este contexto) "refugiarse en Cristo"? Pues bien, ellos tampoco comprenden que el Padre de cielo haya maltratado tanto a su Divino Hijo. Vale decir que entre Jesús y yo —así se lo imaginan—existe una cierta simpatía mutua y una antipatía común en relación con el Padre del cielo. Porque "a nosotros dos se nos maltrata allá arriba".
Tomen muy en serio este diagnostico de la situación porque en la vida cotidiana realmente se da a menudo caso.
¡Cuántos cristianos cultivan el contacto con Cristo, pero ninguno con el Padre del cielo! De ahí la gran importante de la misión de volver a mostrarle y trazarle al mundo de hoy la imagen de Dios como Padre.
Meditemos la historia de aquel humilde muchacho pastor. Se le había enseñado a meditar. Había aprendido la lección y comenzó a meditar el padrenuestro. Luego de cierto tiempo, el que le había ensenado le preguntó cuánto había avanzado en la meditación de dicha oración. La respuesta fue: “Todavía estoy en la primera palabra".
¿Se dan cuenta de lo que esto significa? Fíjense que aquel muchacho había sabido extraer todos los contenidos de esa palabra. El Dios infinito es mi padre. El es nuestro padre…Pero insisto en que hay que pedir en la oración la gracia de comprender que Dios es padre, que no es ningún dictador ni policía. Esta es una tarea esencial.
Y nosotros que estamos juntos desde hace ya tanto tiempo, ¡cuánto nos hemos esforzado a lo largo de estos años por profundizar más y más el concepto de que "Dios es padre”!
Nos llamamos "niños del Padre". Pues bien, ¿qué significa esto? ¿De qué manera puedo ser niño?
Creo que en este punto deberíamos volver a contemplar la vida cotidiana; descubriremos entonces que existen tres grados o clases de ser niño. Puedo ser un niño adulto, puedo ser un niño recién nacido y, por último, un niño no nacido.
¿Qué significa un niño no nacido? Pensamos en una madre y lo comprenderemos enseguida. Es el niño que está en el seno materno. Fíjense que el niño en el seno materno participa por entero de la vida de su madre. Vale decir, toda la corriente de vida de la madre pasa a través de la vida de niño no nacido.
Ahora bien, ¿qué clase de niños tenemos que ser frente a Dios Padre? Creo que podríamos decir lo siguiente: Frente a Dios no debemos ser nunca niños adultos. Si queremos ser, ciertamente, hombres adultos hacia afuera, en nuestro trato con los demás hombres. Pero cuanto más sea yo interiormente pequeño y niño ante Dios, tanto mayor la fuerza con la que, como hombre o mujer, estaré plantado y afirmado en la vida exterior.
Sigamos un poco más adelante. ¿Qué significa ser un niño no nacido? Significa vivir en profundísima dependencia de Dios Padre. ¿En qué medida puedo ser yo, en mi relación con el Padre, como un hijo suyo no nacido? Lo podemos aplicar con una imagen sencilla: en la medida en que todo mi yo viva en el corazón paternal de Dios.
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