¿Pues bien, de qué les hablaré esta tarde? Por ejemplo, si echamos una mirada retrospectiva...
(Alguien de entre los oyentes le pide al P. Kentenich que relate vivencias de Dachau).
¿De Dachau? Bueno, si quieren les contaré sobre el tema. Pero quizás más adelante, cuando hayan leído un poco más en los diarios, ¿les parece bien?1 Sólo tienen que decir lo que quieran saber.
Esta tarde quisiera proseguir tratando un poco más el tema que nos ocupa desde hace tanto tiempo. ¿Saben? Es importantísimo aprender a vernos cada vez más a la luz de la fe. Y ver también a nuestro prójimo.
Fíjense que es precisamente San Juan quien en cierta oportunidad nos dio una lección de fe; y hoy quiere volver a dárnosla. Él nos propone una idea directriz que reviste una importancia extraordinaria para nosotros. Esa idea directriz es la siguiente: Quien ha nacido de Dios, vence al mundo. Luego añade: “Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe”2. Creo que esta debería ser la idea directriz sobre la cual conversar hoy.
Pues bien, quien ha nacido de Dios, vence el mundo ¿Qué se entiende aquí por “mundo”? En primer lugar, el mundo que envía tantos estímulos a nuestro interior. Esos estímulos pretenden apartarnos de Dios. Nos referimos al mundo que esta fuera de nosotros, al mundo que está debajo de nosotros y al mundo que está en nosotros. El mundo fuera de nosotros... El mundo debajo de nosotros es el mundo del demonio. Y el mundo que está en nosotros es lo que llamamos la mala concupiscencia.
Les repito entonces: (quien ha nacido de Dios) vencerá al mundo. Pero, ¿qué se entiende precisamente hoy por mundo? En primer lugar, eso mismo3; en segundo lugar, el desarraigo que hoy constatamos por todas partes; y por último, las cosas incomprensibles de la vida de hoy.
Por ejemplo, (frente a) lo que leemos en los diarios, a todas esas crueldades, nos preguntamos espontáneamente: ¿Cómo es posible que Dios permita tales hechos? Y con igual espontaneidad pensamos también en las cosas incomprensibles que han acontecido en nuestra propia vida.
Por eso, ¿quién habrá de vencer al mundo, vale decir, todas las dificultades que acabamos de mencionar de manera sucinta? Y al repasar las dificultades que enfrentamos en nuestra calidad de esposos, fíjense que naturalmente pensamos en el primer punto: He aquí el mundo que nos envía tantos estímulos, que busca continuamente sublevar nuestra sensualidad, vale decir, nuestra rebelde vida instintiva.
De ahí la pregunta: ¿Qué hacer para superar todas esas dificultades, es, para allanar nuestras dificultades concretas a nivel conyugal?
San Juan nos ofrece dos respuestas, que acabamos de escuchar.
La primera: Quien ha nacido de Dios... Bueno, pero, ¿quién ha nacido de Dios? Lo sabemos desde hace mucho tiempo. Por el bautismo nacemos de Dios. Vale decir que por medio del Santo bautismo nos convertimos en hijos de Dios y miembros de Cristo. Por lo tanto, si somos hijos de Dios y miembros de Cristo, con el transcurso del tiempo seremos capaces de vencer el mundo, y concretamente a este mundo de hoy.
Pero San Juan avanza un poco mas y nos dice: “Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe”4. Fíjense pues que yo, como hijo de Dios y miembro de Cristo, debo desarrollar los ojos de la fe, y hacerlo de manera clara. Sobre estos ojos San Juan nos dice dos cosas que responden a dos interrogantes precisos: ¿Qué frutos da la fe en nuestra vida cristiana? y ¿cuál es el fundamento de dicha fe?
Pasemos a examinar la primera pregunta, ¿qué frutos da la fe? Aquí nos estamos refiriendo a la fe en Cristo y su enseñanza.
Tres son los frutos que menciona San Juan y que podemos y debemos cosechar: En primer lugar, la fe es luz para nuestra razón; en segundo lugar, la fe es fuerza para la voluntad; y por último, la fe nos transmite energía para nuestra afectividad.
Así pues, en primer lugar la fe nos proporciona luz para el entendimiento. Bueno, creo que aquí debería adelantarles algo que quizás ya conocemos, pero que deberíamos grabarnos una y otra vez: La fe es en sí misma luz, y por eso puede irradiar luz.
Contemplándonos ahora desde el punto de vista de luz de la fe y de los ojos de la fe, podemos decir que tenemos tres posibilidades diferentes de percibir esa luz o bien de desarrollar los ojos adecuados para captarla: ojos de mosca, de ángel y de Dios5. Ya en otras oportunidades nos hemos referido a menudo al tema.
¿A qué ojos alude San Juan cuando habla de la fe?
Bueno, cuando hablamos de ojos de mosca, ¿a qué tipo de ojos aludimos? A los ojos en cuanto sentidos corporales los órganos materiales. Compartimos con los animales esa condición de seres dotados de órganos para ver. Pero entonces yo podría haber dicho simplemente “ojos de animal”. ¿Por qué tomar la imagen de los ojos de la mosca? Por la siguiente razón: las moscas tienen unos ojos relativamente grandes, pero sólo ven lo que pueden palpar en su cercanía inmediata. ¿Qué queremos decir con esto? Que nuestros ojos puramente naturales sólo pueden percibir los objetos exteriores, lo que se puede palpar; pero no ven lo que hay detrás de las cosas.
Para ello disponemos de un segundo ojo, los ojos de ángel, vale decir, los del entendimiento. Fíjense que con el entendimiento podemos ver a través de las cosas y captar su esencia.
Pero asimismo poseemos un tercer ojo, los ojos de la fe o bien de Dios. Esto quiere decir que mediante la fe, que se nos inculcó e infundió en el santo bautismo, adoptamos “la manera de pensar” de pensar de Dios.
Apliquemos ahora estos pensamientos a nuestra mutua relación conyugal. Meditemos entonces un momento... ¿Qué imagen tenemos uno del otro en nuestra calidad de esposos?
Si observamos esa imagen con ojos de animal, con ojos de mosca, sólo veremos la belleza o la fuerza exteriores del otro. Y quizás esto haya sido lo que en un principio nos atrajo fuertemente el uno hacia el otro.
Ahora bien, si ahondamos un poco más y pasamos a contemplar las cualidades espirituales del otro, vale decir, de mi esposa o esposo, ¿con qué órganos las captaré? No con los ojos (corporales), sino con los ojos de ángel con mi entendimiento. Y así observaré, por ejemplo, que mi mujer manifiesta permanentemente su bondad… ¿Con qué percibiré esas cualidades? Con los ojos de la razón.
¿Y qué me revelan los ojos de la fe? Fíjense que ellos todo lo traspasan, y hacen así transparente al otro. ¿Qué descubro con los ojos de la fe? Que mi cónyuge participa de la naturaleza divina, que en mi cónyuge mora el Dios Trino. ¿Qué me permiten avizorar los ojos sobrenaturales? La elevación de estado que todos hemos experimentado6.
Al comparar estos diferentes órganos de percepción, advertimos cuán importante es que nuestros ojos de fe estén muy bien desarrollados ¿no les parece? Porque, claro, si contemplamos a nuestro cónyuge con ojos puramente naturales, la visión que ellos nos ofrezcan de él o ella tendrá encanto mientras se esté en los años jóvenes, pero con el correr del tiempo dicho encanto se desvanecerá. Sí; porque la belleza y la figura hermosa tarde o temprano se deshacen. Vale decir que la fuerza del hombre acaba un día por disiparse. Por eso si nosotros nos contemplamos sólo con ojos materiales, la alta estima que nos dispensemos no durará mucho.
Algo similar acontece con los ojos del entendimiento. Suele ocurrir muchas veces que cuando se ha avanzado años la agudeza del entendimiento se debilita. Pero si nuestros ojos de fe están bien provistos y acondicionados con las fuerzas necesarias, entonces al contemplar al cónyuge, la mirada irá siempre más allá de lo terrenal y contemplarán la vida divina, al Dios Trino que mora en él o ella.
Con estas reflexiones he anticipado, de algún modo, la respuesta. ¿Qué decía la afirmación planteada? Que la fe es una luz clara. Así es... ¿Y sobre que realidades arroja luz la fe? En primer lugar, sobre el hombre mismo y su destino; y en segundo lugar, sobre el acontecer mundial en su conjunto.
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