¿Cuál es el remedio que nos propone San Juan? Quien tenga una fe viva en Cristo y su enseñanza, ése superará todas las dificultades. Lo repito: una vida de fe ardiente nos ayudará a superar todo eso.
Ahora bien, ¿qué significa esto a la hora de enfocar específicamente nuestro caso de personas casadas? Que tenemos que poner nuestra vida sexual a la luz de la fe. Me parece que debería recordarles lo que hemos venido hablando en el transcurso de los últimos meses5. Pero ahora lo haremos desde un nuevo punto de vista que, podríamos formular así: Es posible contemplar nuestra vida sexual desde tres ángulos diferentes:
Desde un punto de vista biológico,
desde un punto de vista antropológico y
desde un punto de vista teológico.
Creo que habría que recordar con frecuencia estas ideas y otras similares, para tener lineamientos claros.
¿Qué significa contemplar desde el punto de vista de la biología nuestra vida sexual, y en particular el acto sexual? Desde este punto de vista el acto sexual es un acto puramente animal; es simplemente un contacto de órganos motivado por una sensación de placer.
Desde el punto de vista antropológico, hay que recordar que nosotros, los seres humanos, no sólo participamos del mundo animal, sino que también tenemos vida intelectual y espiritual. Somos personas dotadas de espíritu. Por lo tanto el contacto entre ambos sexos es asimismo contacto entre dos personas dotadas de espíritu y no sólo un contacto entre dos órganos.
Pasemos, por último, al punto de vista teológico. Este nos dice que en el caso del acto sexual se trata de un contacto entre dos hijos de Dios o dos miembros de Cristo. Pero, ¿cómo lograré considerar al otro como un hijo de Dios o miembro de Cristo y amarlo íntimamente en calidad de tal? Eso sólo se consigue valiéndose de los ojos de la fe.
Fíjense, ahora hay que ser lo suficientemente inteligentes como para recordar aquellos diferentes tipos de mirada sobre los cuales ya hablamos. En primer lugar teníamos los ojos puramente sensibles o materiales; luego aquellos de intelecto, del entendimiento; y, por último, los de la fe. Vuelvo entonces a plantearles la misma pregunta: ¿Quién habrá de vencer de manera eminente el mundo en general, y también el mundo en nuestra vida conyugal? Aquel que en su calidad de hijo de Dios y miembro de Cristo tenga ojos de fe claramente desarrollados.
Pero además dijimos que la luz de la fe, o bien la fe, nos regala tres bienes: luz para la razón, fuerza para la voluntad y calidez y energía para nuestro corazón.
¿Qué significa luz para la razón? Es recién a la luz de la fe cuando sabemos correctamente cuál es nuestro ser y nuestro destino verdaderos. Si, planteémonos la pregunta: ¿qué somos? Somos hijos de Dios y miembros de Cristo ¿Y cuál es nuestro destino? En nosotros debe repetirse el destino de Jesús.
Asimismo destacamos dos pensamientos que tampoco debemos olvidar:
Si somos miembros de Cristo y si participamos del destino del Señor, hay que tener presente lo siguiente: en primer lugar, que el Señor está clavado en una cruz. Por lo tanto es evidente que hay que contar con dificultades en el matrimonio y en la vida. No hay que asombrarse de que sobrevengan tales dificultades; más bien habría que maravillarse si no tuviésemos ninguna cruz. Vale decir entonces que si se nos ha cargado con una cruz grande y pesada, ese don constituye una distinción especial, ya que de ese modo podremos asemejarnos de manera especial a Cristo, el Crucificado.
En segundo lugar, si somos miembros de Cristo no sólo debemos participar de la pasión de Cristo, sino también de su amor. En nuestra vida matrimonial, ¿quién habrá de ser de modo especial el objeto de ese amor? El cónyuge. Pues bien, ¿cómo amaré a mi cónyuge? En nuestro último encuentro mencionamos cuatro grados o formas de expresión del amor. Estos grados valen naturalmente para todo tipo de amor al prójimo, pero en especial para (el amor) hacia quien está más próximo de nosotros. ¿Quién es este? Nuestro cónyuge. De ahí que se hable de amor al “próximo" y no al “lejano”. A los que no están aquí se los puede querer sin impedimento alguno, porque no molestan. En cambio cuando se está continuamente uno dependiendo del otro, uno junto al otro, ésa es (la piedra de toque) para el amor al prójimo.
¿Cuáles son esos cuatro grados? Resumamos ahora todo lo que Jesús nos ha dicho sobre el tema.
Tengo que amar a mi prójimo como a mí mismo6. En mi calidad de esposo debo amar a mi esposa como si yo mismo estuviese en su lugar. Y la esposa debe amar al esposo como se ama a sí misma.
Detengámonos un poco en este punto y preguntémonos: ¿Cuánto me quiero a mí mismo? Porque en esa misma medida tengo que querer a mi prójimo. Fíjense que a menudo olvidamos la envergadura de las exigencias que nos plantea el cristianismo. Y así solemos repetir mecánicamente consignas como: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo" y luego pasamos a otra cosa, sin entender en su justa dimensión lo que significan esas palabras.
Repasemos el segundo grado: ¿Cómo habremos de amar al prójimo, vale decir, cómo amaré a mi esposa o cómo el esposo a la esposa? En él debo ver a un pedazo de Cristo7. Por lo tanto amaré a Cristo en el. Por favor, no pasen por alto que en nuestra condición de cristianos somos, en cierto sentido, “otros Cristos”. De ahí que debamos amar a Cristo en el prójimo. Mediten alguna vez sobre cuán elevado grado de amor al prójimo es este. ¿Y por qué es tan raro de encontrar este grado de amor al prójimo o de amor conyugal? Porque no tenemos espíritu de fe; porque por lo común en el otro vemos cualquier otra cosa pero no a Cristo.
Por último, el tercer grado: en el otro no sólo debo amar a Cristo, sino en Cristo amar a ese Cristo que está en el prójimo. Yo, como una parte de Cristo, tengo por lo tanto que amar la parte de Cristo que está en el otro. Y si me pregunto cómo amó Cristo al prójimo, recordemos entonces aquellas palabras de Jesús: Les doy un mandamiento nuevo8. Pues bien, ¿en qué grado nos amó Cristo? Él se sacrificó por entero, entregó hasta su última gota de sangre por nosotros. Aplicándolo a mi caso podemos decir lo siguiente: Cuando Cristo en mí ama al Cristo que está en el otro, entonces debe haber un celo singular por sacrificarse abnegadamente por el prójimo.
Les vuelvo a pedir (que mediten estas palabras): ¿Acaso no nos volvemos a hallar sobre una cumbre tan alta que nos infunde vértigo? Pero, por favor, no se digan: “Bueno, estas cosas son sólo para religiosos y sacerdotes". No; Jesús lo dijo para todos; son palabras que también valen para nosotros.
¿Y el cuarto grado del amor? Amar en comunidad9. Vale decir, no sólo que se amen el esposo y la esposa, amarnos junto con nuestros hijos.
Todos los miembros de la familia deben integrar un sólo círculo, un circuito de amor. Contemplándonos ahora a nosotros mismos, que entre todos y junto a los demás conformamos una sola familia, podemos decir igualmente que la corriente de amor debe fluir a través de nosotros con la plenitud de su caudal.
Ya hemos conversado sobre esto la última vez. Lo repito: la luz de la fe alumbra nuestra razón, para que en esa luz podamos comprender mejor, y de un modo incomparable, nuestro destino.
Volvamos a decirlo: Debe haber luz en nosotros. La luz de la fe nos da también luz para entender mejor la totalidad del acontecer mundial, tan caótico en la actualidad; más aún, para entender cuál es el sentido de ese acontecer. Recordemos de nuevo la situación del mundo en que vivimos, la confusión reinante en nuestros días a nivel mundial. Y pasen luego a considerar la historia de su propia familia... Se nos plantea así la pregunta: ¿Qué fin persigue Dios con este acontecer universal?
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