Sus palabras están saturadas de un espíritu milagroso, que confía en la posibilidad de que los pocos venzan a los muchos. La leyenda llega a su punto culminante cuando relata los tres milagros hechos por la Divina Providencia en la batalla por la cueva de la Covadonga, que consiguieron la aplastante derrota del ejército musulmán. La indudable ayuda divina a los cristianos eleva y fortalece la imagen de esta comunidad. La mencionada intervención divina o de sus ángeles en la batalla, a la vista de todos, será en adelante un significativo y permanente factor en las crónicas del período de la Reconquista; y el cronista quiere extirpar cualquier duda del espíritu de sus lectores, por si no están convencidos de que la intervención divina es un hecho: «No juzguéis este milagro inane o fabuloso, sino recordad que en el mar Rojo sumergió a los egipcios que perseguían a Israel, ése, con la inmensa mole del monte, oprimió a estos árabes que perseguían a la Iglesia del Señor[36].
La comparación con el pueblo de Israel refuerza la autoimagen cristiana colectiva y, tal como ya lo hemos señalado, el origen de la comparación se halla en el hecho de que el cristianismo se ve a sí mismo como «el nuevo Israel» y en la transferencia de los tres elementos que determinan el destino del pueblo de Israel: el pecado, el castigo y la redención. El autor identifica el cristianismo español con la tercera de esas etapas y la lucha de Pelayo entraña el comienzo de la emancipación: «se pueblan las patrias, se restauran las iglesias».
La versión que se consolidó en varias crónicas —cuando describen a los reyes cristianos que personifican la autoimagen positiva— está compuesta por sublimes virtudes personales, por una lucha inflexible contra los musulmanes y los rebeldes de todo tipo, por el fortalecimiento de la Iglesia y el reino, así como de su ampliación.
La lucha contra el Islam está subrayada como la prueba más importante. Alfonso I el Católico es descrito como el hombre que doblegó muchas veces la arrogancia de los árabes y salvó ciudades de la opresión. Tal como corresponde a la grandeza de este rey, se produjo a su muerte un milagro: los ángeles entonaron salmos en su honor. Alfonso II el Casto se destacó, según la versión de Sebastián, por sus excepcionales virtudes personales: glorioso, casto, piadoso, inmaculado por su sublime actividad en favor de la Iglesia y que conquistó muchas victorias en sus luchas contra los ismaelitas. No sorprende, por lo tanto, que a su muerte subiera al Reino de los Cielos.
Si Pelayo es héroe exclusivo en las dos versiones de la Crónica de Alfonso III, este rey ocupa el lugar central en la Crónica de Albelda. Según el autor, es el más bravo de los reyes cristianos: dio muerte a sus enemigos con la «espada vengativa» y llegó hasta los confines de la dominación musulmana mucho más lejos que cualquier otro rey antes que él[37][38]. El cronista describe minuciosamente y con placer las súplicas de ‘Abd Allāh por un acuerdo de paz y amistad con Alfonso III, así como las negativas del rey cristiano. Este pasaje muestra la existencia de cierta modificación en la relación de fuerzas que se produce en los días de Alfonso III; el cristiano, bajo su conducción, se convirtió en un factor agresivo, mientras que el Emirato de Córdoba, abrumado por la rebeliones de bereberes, muladíes y de otros grupos árabes insurrectos, no lograba defenderse con eficacia. Una expresión del estado de ánimo predominante puede hallarse en el canto de alabanza a Alfonso III, incluido en la Crónica de Albelda: Clarus in Astures fortis in Vascones, uciscens Arabes et proteges cives[39].
La Crónica de Albelda concluye el capítulo sobre Alfonso III con una profecía y una plegaria: «La divina clemencia expela a los antedichos (los ismaelitas) de nuestras provincias tras los muros de los mares y conceda perpetuamente el reino poseído por ellos a los fieles de Cristo. Amén.» Este cronista es menos optimista que su contemporáneo, el autor de la Crónica Profética, que vaticinaba el desmoronamiento del Islam en España en sus propios días.
8. El fin de una época
Las dos crónicas —tanto la de Sampiro como la titulada «Pseudo-Isidórica»— ponen punto final al «período formativo». Las dos fueron escritas muy cerca una de la otra, a finales del siglo X o a comienzos del siglo XI, pero se nota una significativa diferencia entre ambas, tanto por su estructura como por el contenido y las imágenes.
Sampiro se educó como clérigo en los claustros del importante monasterio de Sahagún, en el reino de León. Probablemente vivía allí cuando se produjo la invasión de al-Manṣūr y fue testigo ocular en la espantosa masacre perpetrada en su lugar de residencia. Quizá se contó aún entre los refugiados que abandonaron esas comarcas. Poco después de llegar a la corte real de León, fue nombrado asesor y responsable del palacio real de Bermudo II, Alfonso V y Fernando I. Llegó al punto culminante de su carrera cuando lo nombraron obispo de la ciudad de Astorga, cargo que desempeñó hasta 1041[40].
Si Sampiro tuvo la suerte de vivir toda su vida bajo un gobierno cristiano, el monje mozárabe que escribió la Crónica Pseudo-Isidórica vivió en Toledo bajo un gobierno musulmán, en el primer cuarto del siglo XI.
La Crónica de Sampiro, escrita unos años después de la muerte de Alfonso III, influyó grandemente en la transformación de ese rey en el ideal y prototipo del héroe cristiano-hispano, tal como lo fuera Pelayo en las crónicas del siglo IX.
La grandeza de Alfonso III se expresa principalmente en tres planos, que pasaron a ser los cartabones aceptados para la valoración del héroe cristiano-español en la Edad Media: sus virtudes personales, su guerra contra el Islam y su devoción cristiana.
Los calificativos que Sampiro le confiere a ese rey son siempre en grado superlativo: varón guerrero, prudentísimo, gloriosísimo, el más cristiano de todos los reyes. El más importante de todos ellos es el de serenísimo, reservado para los emperadores de Roma. A los otros reyes, aunque sea positivamente, Sampiro no los trata con superlativos.
Las referencias a la devoción cristiana de Alfonso III y a su lucha contra el Islam están estrechamente entrelazadas: la crónica describe a un mismo tiempo la construcción de las fortificaciones fronterizas y de iglesias, el repoblamiento de las ciudades arrebatadas de las manos musulmanas y el nombramiento de obispos para éstas. Alfonso III era considerado como el «defensor de la Iglesia» frente al enemigo musulmán que se proponía «destruir la Iglesia del Señor». Éste había logrado desbaratar la arrogancia del enemigo y acrecentado el regocijo de la Iglesia[41]. Una delimitación similar entre los lo todo-blanco y lo todo-negro puede verse también con respecto a los rebeldes cristianos que se sublevaban contra el rey. La crueldades de Alfonso III —por ejemplo, cuando le arrancó los ojos a su hermano— son reprimidas al acusarse a uno de ellos, Bermudo, de haberse unido al ejército árabe para oponerse al legítimo rey. La poderosa imagen de Alfonso III creada por Sampiro recibe un esfuerzo adicional en el hecho de que el cronista transcribe textualmente las cartas del papa Juan VIII solicitando la ayuda y el consejo del rey español para su guerra contra los musulmanes que atacaban el sur de Italia.
La lucha contra el Islam con la ayuda del Cielo es el componente más importante para la modelación de la autoimagen cristiana, también en lo que respecta a la descripción de los sucesores de Alfonso III. Los fenómenos —por ejemplo un eclipse solar— son concebidos por el cronista como prodigios especiales del Señor para beneficio de los cristianos que combaten el Islam y ayudan a fortalecer la autoimagen propia: «Entonces ostentó Dios un signo magno en el cielo y se convirtió el sol en tinieblas en el universo mundo por una hora»[42].
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