A fin de cuentas, Villamil no pudo probar sus cargos. Aun sus propios parientes, amigos y colegas tomaron la partida de su esposa (y seguirían siendo amigos de ella por toda la vida, según documentos posteriores). Los largos autos del caso más bien sugieren que él inició el divorcio para vengarse de ella por haberle puesto una demanda criminal. El hecho de que entablara el pleito inmediatamente después de ser liberado del arresto domiciliario y de que en su primer escrito no diera los nombres de los supuestos amantes de la esposa es bastante sospechoso. Las condiciones que propuso para reunirse con la esposa también demuestran que su preocupación primordial era salvar su honor y reputación, porque (además de exigir su obediencia total) ofreció desistir en su demanda si los Rodríguez, los Uluapa y el conde de Contramina prometieran no hablar más del asunto y si las autoridades hicieran saber “en la orden de la Plaza” que “no ha estado, ni está infamado su honor por nada de lo que se ha vociferado”. Beye Cisneros tenía otra teoría: que Villamil había inventado sus cargos “para cubrir con el velo de los celos” las golpizas que le daba. De hecho, la preponderancia de evidencia apunta a la inocencia de la Güera e indica que ella era una esposa sufrida y maltratada y, en cambio, él —como lo describen algunos testigos— era un hombre “intrépido”, “vano”, y “violento” que se había hecho “odioso respecto de las gentes sensatas” de México.
Después de cuatro meses Villamil aparentemente desistió en su demanda (como muchas veces sucedía en los casos de divorcio) porque se terminaron los escritos del expediente de divorcio. Algunas anotaciones en los archivos militares revelan que el 23 de diciembre de 1802 la Güera, todavía sujeta al depósito, solicitó que le permitieran salir para hacer ejercicio, como lo ordenaba su médico. Argumentó que el depósito no debía ser una “prisión” y que no había nada “ilícito” en concurrir a los parajes públicos —más bien “las recreaciones honestas se consideran necesarísimas para la vida del hombre”—. El 12 de enero de 1803 se le concedió el permiso de salir, siempre en compañía de sus tíos u otros parientes. Pero no se levantó el depósito ya que la causa criminal contra Villamil seguía abierta. De todos modos, para junio de 1803 ella había abandonado la casa del tío y posiblemente fue a vivir con sus padres, donde la encontró Humboldt cosiendo en un rincón. El último apunte del expediente criminal, el 24 de marzo de 1804, sencillamente anota que la demanda contra Villamil por intento de asesinato todavía no se había resuelto.23
La Güera siguió haciendo su vida sociable durante esta época. Según le contó años más tarde a Fanny Calderón, se hizo buena amiga del gran científico prusiano durante su estancia en la Ciudad de México (entre el 12 de abril de 1803 y el 9 de enero de 1804). Y si bien puede haber exagerado algunos detalles de la relación, es probable que (tal como dijo) lo haya llevado a visitar una plantación de nopales en las afueras de la capital y que se vieron en otras ocasiones. Esa amistad no llamaría la atención en esa época: los mexicanos eran famosos por su hospitalidad con los extranjeros y —contrario al estereotipo sobre la reclusión de las mujeres— los hombres y las mujeres interactuaban frecuentemente. De hecho, aun el celoso Villamil testificó que mandaba a su esposa al teatro en compañía de su primo, el doctor don Ignacio Rivera (aunque después lo acusó de usar esas salidas para encubrir sus relaciones ilícitas).24 De todas formas, las visitas de la Güera con Humboldt probablemente incluían a sus padres o sus hermanas o los compañeros de viaje de Humboldt: Carlos Montúfar y Aimé Bonpland.
En algún momento María Ignacia se reunió con el marido, quien le había confesado al licenciado Andrés de Alcántara, otro de los apoderados de su esposa, que “no puede estar separado de mi menor perpetuamente”. Para entonces Villamil había heredado el mayorazgo de su padre, y tal cambio en su fortuna puede haber contribuido a la paz doméstica: la última hija de la pareja, Paz —posiblemente nombrada por una nueva fase en el matrimonio— nació el 12 de junio de 1805. Pero el capitán no la llegó a conocer porque había fallecido el 26 de enero, a los treinta y nueve años. La muerte lo había sorprendido en Querétaro, donde posiblemente estaba apostado con su regimiento o visitaba a los parientes de su madre. En su testamento nombró a doña María Ignacia Rodríguez como tutora y curadora de sus hijos y pidió “Que cuantos papeles, cartas y otros documentos se hallasen relativos al asunto del divorcio con la enunciada mi esposa, se quemen inmediatamente para que ni memoria quede de ellos”. Como concluye el historiador Fernando Muñoz Altea, si hubieran sido verdad las acusaciones de Villamil en ese pleito, él “no le hubiese otorgado la custodia de sus hijos, ni tampoco habría determinado la destrucción de esos papeles”.25
Así terminó el matrimonio desdichado. Y, puesto que nunca se llegaron a divorciar, María Ignacia se quedó viuda y se identificaba en varios documentos posteriores como “la viuda del mayorazgo Villamil”.
su viudez y segundo matrimonio, 1805-1807
Sola a los veintiséis años con cinco hijos, la Güera regresó a la Ciudad de México donde vivían sus padres y hermanas. Aunque varios autores del siglo xx la retrataron como una viuda alegre, su vida en realidad no puede haber sido fácil. Para empezar, su hija Guadalupe sufría de algún tipo de enfermedad crónica. Cuando esta por fin murió en julio de 1816, su tía Josefa lamentó la “constitución enfermiza que ha tenido la inocente por espacio de once años”26, lo que quiere decir que se había enfermado en 1805, justamente en la época en que Villamil murió y la pequeña Paz vino al mundo. Es posible que la niña de cuatro años haya contraído tuberculosis, la temida enfermedad que se podía prolongar por mucho tiempo y que afectaba a personas de todas las clases sociales a principios del siglo xix.
La situación económica de la Güera también era precaria, porque no gozaba de bienes propios. Las protecciones que el derecho colonial le daba a las viudas (garantizarles la mitad de los bienes adquiridos durante el matrimonio y el retorno de la dote) no le servían de nada porque en vez de gananciales Villamil había dejado deudas, las propiedades del mayorazgo no se podían vender por estar vinculadas, y la dote ya se había agotado. Además, tuvo que esquivar a los acreedores de Villamil. La magnitud de sus deudas se puede ver en la explicación que dio en 1808 para no pagar una obligación de 2.000 pesos: “que el citado difunto no dejó bienes libres algunos por cuyo motivo no se pagaron más de 30.000 pesos que quedaron de dependencias y algunas muy privilegiadas”.27
Sin embargo, el mayorazgo de Villamil era valioso y su hijo Gerónimo, de seis años, lo iba a heredar cuando alcanzara la mayoría de edad, a los veinticinco años. Hasta entonces, la Güera estaba a cargo de esas propiedades como su tutora y curadora ad bona —una de las múltiples responsabilidades de ser madre—. Por ser mujer tuvo que nombrar apoderados que la representaran en los tribunales, y su éxito dependía en parte de la confiabilidad de estos (y lamenta- blemente no todos le habrían de servir bien). Según explicó más tarde, “En el instante en que enviudé entraron a manejar las fincas de dicho mayorazgo el señor mi padre y mi tío”, José Miguel Rodríguez de Velasco.28 En años posteriores se fió de señores importantes como el primo de Villamil, Ignacio del Rivero, y de amigos de la familia como Domingo Malo e Iturbide y José María Guridi y Alcocer. Por su parte, ella desempeñó sus obligaciones con tal honradez que “es notorio en México, de manera que no habrá quien diga que haya malversado la más mínima cantidad”.29
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