Para 1802 la situación de Villamil había mejorado. Aunque no le tocaría heredar el mayorazgo completo hasta que falleciera su padre en 1803, ya se le identificaba en procedimientos judiciales como capitán del regimiento de Granaderos de las Milicias Provinciales de México, Caballero del Orden de Calatrava y Maestrante de la Real Maestranza de Ronda. Sin embargo, los cargos honoríficos no producían ingresos. Su salario principal era el derivado de su puesto de subdelegado del distrito de Tacuba, donde la pareja estableció su residencia.15 Este ingreso se suplía con las rentas de Bojay, que variaban según el estado de las cosechas y los mercados de maíz y cebada. Su situación económica se complicaba porque sus propiedades estaban hipotecadas y, para colmo, Villamil seguía un litigio con los indígenas “atrevidos, bravos e insolentes” de algunos pueblos cercanos que él acusaba de ocupar una cuarta parte de la finca ilegalmente”.16 [Figura 3]
Si bien no se les podía calificar como pobres, es verdad que las ganancias de Villamil apenas cubrían los gastos de la familia que crecía rápidamente. Su casa de Tacuba parece haber sido cómoda: según los testimonios en el pleito de divorcio, era sede de elegantes fiestas y tenía un lindo patio con un columpio donde recibían a los amigos. La familia fue atendida por un mínimo de cuatro sirvientes quienes testificaron en el caso. Sin embargo, la Güera se quejó con su confesor, fray José Herrera, de “las necesidades que pasaba en el gasto aun en los alimentos de primera necesidad”. Mientras tanto, la pareja se apoyaba de la dote que María Ignacia trajo al matrimonio y, según declaró años más tarde, en poco tiempo “se consumió mi haber paterno”.17 De todas formas, Villamil tuvo que pedir préstamos para suplir las deficiencias.18 Y es muy probable que estos apuros económicos hayan contribuido a los conflictos de la pareja.
Durante los once años que duró el matrimonio, los Villamil tuvieron seis hijos, los primeros cinco en rápida sucesión: María Josefa, nombrada en honor a la hermana de la Güera, nació el 7 de julio de 1795; María Antonia, nombrada por su abuelo materno, nació el 14 de mayo de 1797; Gerónimo Mariano, nombrado por su padre, nació el 9 de septiembre de 1798; Agustín Gerónimo llegó el 2 de marzo de 1800; María Guadalupe, nombrada por una hermana del padre, nació el 28 de mayo de 1801; y María de la Paz el 12 de junio de 1805. ( Ver Apéndice 2)
Las actas de bautismo dan información sobre dónde estaba la madre cuando nacieron los hijos, porque en esa época en que los párvulos frecuentemente morían poco después de nacer, se solían bautizar el mismo día en que venían al mundo. Antonia fue bautizada en Orizaba (Veracruz), indicio de que a principios del matrimonio María Ignacia acompañaba a su esposo en sus encargos militares. Ya para 1800 se habían establecido en Tacuba, donde fue bautizado Agustín. Los otros niños se bautizaron en la Ciudad de México, probablemente porque la Güera habría ido a casa de sus padres para dar a luz. Pero, a pesar de tener acceso a los mejores cuidados médicos, no todos estos niños vivieron hasta la madurez: Agustín murió a los ocho meses y Guadalupe a los quince años, todavía una doncella soltera.
Estos registros también permiten vislumbrar parte de las redes sociales de la pareja. Para la mayor, Josefa, escogieron como madrina a la madre de la Güera; y para la segunda, Antonia, escogieron como padrinos a sus tíos, doña Bárbara Rodríguez de Velasco y su esposo don Silvestre Díaz de la Vega. Para los otros hijos buscaron padrinos más allá de la familia. Por ejemplo, los padrinos de Gerónimo fueron los mariscales de Castilla y marqueses de Ciria; y el padrino de Guadalupe fue el conde de Contramina. El padre de Villamil brillaba por su ausencia.
El enlace fue tormentoso y, como la pareja ventilaba sus conflictos públicamente, dejaron una rica huella documental. Sus peleas aparentemente eran alimentadas por los celos de Villamil, exacerbados por sus ausencias cuando se iba a atender los asuntos de sus distantes propiedades o servía con su regimiento en ciudades de provincia. El 21 de octubre de 1801 Villamil acusó a su esposa de adulterio con un francés, don Luis Ceret, y pidió la prisión o destierro de este; pero a los diez días retiró la acusación. Sin embargo, sus sospechas persistieron y el 4 de julio de 1802, al regresar de su Hacienda de Bojay y encontrarla fuera de casa hablando con los canónigos José Mariano Beristáin y Ramón Cardeña y Gallardo, le disparó su arma en un arrebato de furia —y en plena vista del conde de Contramina—. La pistola falló (más tarde Villamil afirmó que sólo había querido asustarla) y la Güera huyó de Tacuba a la casa de sus padres en la Ciudad de México. Esa misma noche se presentó con su padre ante el virrey Félix Berenguer de Marquina (que como capitán general tenía jurisdicción sobre los militares) para entablar una demanda criminal contra su marido por intento de asesinato.19
Villamil fue puesto en arresto domiciliario al día siguiente, liberado bajo fianza el 29 de agosto, e inmediatamente inició una demanda de divorcio eclesiástico —una separación de lecho y mesa, puesto que el divorcio absoluto no sería legal en México hasta el siglo xx—. En su petición denunció a su esposa como “adúltera sacrílega” sin especificar los nombres de sus presuntos amantes. Posteriormente los identificó como Beristáin, quien además de ser su compadre era canónigo de la Catedral de México y autor de la monumental Biblioteca hispano-americana septentrional; Cardeña, el sobrino de este y canónigo provisto de Guadalajara; e Ignacio Ramírez, clérigo presbítero del arzobispado de México.
El expediente de divorcio consta de casi cuatrocientas páginas, llenas de recriminaciones amargas y maniobras jurídicas obstruccionistas. La pareja peleó sobre dónde iba a vivir la Güera y quién se iba a quedar con los niños. Villamil también difundió el rumor de que ella estaba encinta, el cual un médico certificó ser falso; y se negó a pagar sus gastos durante el proceso, lo que dio origen a nuevas peticiones. Y el litigio se complicó por los conflictos jurisdicciona- les porque, aunque los asuntos matrimoniales tocaban a las autoridades eclesiásticas, los oficiales virreinales habían intervenido en este desde un principio.
La mayoría de los escritos en el largo expediente trataban del depósito —la residencia donde la corte internaba a las mujeres durante el procedimiento, tanto para ampararlas como para proteger al honor del marido—. El virrey había ordenado el depósito de la Güera en casa de su tío materno, don Luis Osorio, el 5 de julio de 1802, inmediatamente después de que ella presentara cargos penales contra el marido y antes de que comenzara el pleito de divorcio. Desde ese refugio ella solicitó que se le entregaran sus hijos. Como las madres normalmente recibían la custodia de los niños menores de tres años, ella se hubiera llevado a Guadalupe, de un año, y también “ha llegado a arrancar de mis brazos” (en las palabras de Villamil) a otra hija “que ni aun en la edad de lactancia estaba”, probablemente Antonia, de cinco años. Para esa fecha Josefa, de siete años, ya estaba inter- nada en el colegio de La Enseñanza a la que, siguiendo la costumbre de la época, asistió desde la edad de seis hasta los catorce años.20 Es posible que solamente el niño, Gerónimo de cuatro años, se haya quedado con el padre.
Villamil se quejó que, en vez de vivir con el debido recato, su esposa disfrutaba de excesiva libertad en la casa de su tío, y pidió que se le cambiara el depósito a un convento o colegio. La acusaba de recibir visitas, de presentarse “libremente” en las calles de San Francisco “y en la misma Santa Iglesia Catedral” con “traje indecente”; de pasarse “los días enteros” en compañía de uno de sus apoderados, el licenciado Juan Francisco Azcárate, quien había puesto allí su bufete; y hasta de convidar a un festín al que “lleva[ron] para divertirla a los cantores italianos” —alegatos que ella negó rotundamente—. [Figura 4]
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