Procuró el momento oportuno y, sin ser visto, salió con su botín de la barraca y se escurrió entre las sombras con destino a lo incierto una vez más. Para cuando Diego fue encontrado, habían pasado muchas horas y Alonso, que conocía los caminos obvios y los no tanto, llevaba una ventaja que no podrían salvar ni hombres ni bestias. El camino más evidente, era el corredor seguro que había hasta España, y fue exactamente el que no eligió. Prefirió adentrarse en territorio enemigo y pasar como un vagabundo, antes que toparse con alguna patrulla que tuviera sus señas. La guerra no estaba como para desperdiciar recursos en él, pero esto no impidió que Diego dedicara hombres y energías a su caza. Una vez más, Alonso estaba bajo el cobijo de Dios y, a los que nos gusta pensar en que lo protegía, sabemos que fue Él quien lo condujo hacia el mar.
Podría extenderme más sobre los percances que tuvo en su huida, pues es en sí misma una aventura increíble, no privada de riesgos y peligros. Pero para ir más a prisa a nuestra historia lo resumiré de este modo: su fortuna también significó fatigas, renuncias, hambre y un enorme esfuerzo que sólo entiende y justifica aquel que pelea por su libertad. En un par de ocasiones casi le dan muerte y tuvo que quedarse con lo mínimo, en esencia su daga, deshaciéndose de toda evidencia que lo ligara a Diego por seguridad. Eso sí, conservando la mentada medalla, pues su venganza valía más que cualquier riesgo que pudiera correr por poseer aquel objeto.
Al cabo de algunas semanas de padecimientos, escuálido y con aspecto de mendigo, dio al fin con unos pescadores franceses que, entre muchas fatigas, le ayudaron a huir a España. Una vez en su tierra, tentado estuvo de pasar por nuevos percances, pero conteniendo sus instintos y dejando el pasado en su lugar, siguió adelante con lo que había interpretado como su nuevo destino. Modificó su aspecto y su vestimenta, hizo lo posible para procurarse sustento y, de paso, dejar que el tiempo y el agua salada cicatrizase algunas heridas. Se encomendó al apóstol y a sus pies llegó, no sólo para venerarle y agradecer las mercedes, sino también para recalar en Finisterre, sitio de escala hacia su próximo destino: América.
Capítulo III
Santa María de los Buenos Ayres
Durante el tiempo que Alonso estuvo en Santiago de Compostela, fueron numerosas las ocasiones en las que visitó la Catedral, buscando quizás las respuestas a tantas preguntas que latían en tu interior. Estuvo un tiempo viviendo de la caridad, mendigando a desconocidos, oculto tras convenientes harapos, sin olvidar su situación de fugitivo. La sombra de Diego le quitaba el sueño por las noches, conocía aquel alma rapaz y vengativa que no tendría descanso hasta darle caza. Sabía que su estadía en la península era un riesgo permanente y debía marcharse de allí cuanto antes. Pese a su reticencia para el contacto con las personas, y forzado por su paupérrima situación, entabló contacto con un religioso de la catedral, cuya principal tarea era la de brindar ayuda a los peregrinos. Alonso era desconfiado por naturaleza y por su carácter y ocupación de tantos años en las armas, no era una persona especialmente dada a conversaciones que permitieran siquiera espiar su alma, pero con este hombre de Dios hizo una excepción. Tras poner a prueba su confianza durante algunos días y aceptar de buen grado la caridad, le rogó al fin que le tomara confesión. Hacía rato que su religiosidad había menguado, aunque esto no significara la pérdida de la fe. Como todos los que alguna vez intentamos descifrar vanamente los caminos de Dios, había sido inconstante en su credo, pero a cambio, mantenía un diálogo íntimo, oscuro y receloso con el creador. Ya sea por todo esto o porque, doblegado al fin en los intentos de indagar sobre su fe, había aceptado el camino que los cielos le indicaban, es que recurrió a la confesión. Deseaba vaciar su alma, pues había en ella un gran peso que le agobiaba. Una parte de él anhelaba hallar sosiego en su compleja búsqueda interna; otra, la externa, necesitaba con desesperación el apoyo de un mecenas para poder realizar el viaje hasta América que tanto soñaba. El religioso, de buen corazón, al escuchar la confesión de Alonso supo enseguida que no se trataba ni de un vagabundo ni de un hombre tosco o menguado. Escuchó algunas razones profundas y se conmovió por su fe, que sin duda alguna estaba atravesando un momento muy particular. Tras ofrecer penitencia y consuelo, le propuso a Alonso un intercambio que podría ser de utilidad a ambos. A cambio de algunos trabajos menores, de escaso contacto con la gente, daría al peregrino la posibilidad de aseo y ropa limpia, un nuevo aspecto y al menos una comida al día. Alonso aceptó gustoso con una sola condición: que su presencia en aquel sitio fuese breve y secreta.
Así fue que, en pocos días, Alonso pudo cambiar su aspecto por completo y emprender la enorme tarea de intentar construir una vida nueva. No era la primera vez que trataba de escapar de su pasado, lo cual significaba para él la ventaja de la experiencia. Pero esa experiencia también cargaba en sus espaldas el peso de los años vividos. Y no me refiero a su edad, sino al peso de los recuerdos, algunos de ellos, de una dolorosa profundidad. Lo cierto es que, además de hacerse llamar Lorenzo, para evitar cualquier suspicacia, pasaba el día un poco en la huerta, otro poco haciendo pequeñas labores y siempre, intentando rehuir de las oraciones a las que su benefactor lo instaba vanamente.
No pasaron muchos días hasta que Alonso o si preferís, Lorenzo, comenzó a hacer averiguaciones más activas sobre el modo de llegar al lejano y misterioso Río de la Plata. Acotado en sus movimientos por su condición de fugitivo, no tuvo más remedio que confiar en su benefactor y explicar sin rodeos sus verdaderas intenciones. Para su fortuna, y como si el cielo le ofreciera una muestra más de su compañía, el joven religioso prometió traerle novedades en poco tiempo, ya que a través de un lazo de amistad, conocía al capitán de un mercante que solía hacer viajes de ultramar. Todo esto, claro está, con pocas garantías y a cambio de que Alonso asistiera sin demoras ni quejas a las oraciones. Desde luego aceptó gustoso, abrigando la única esperanza que tenía de alcanzar su destino desde el otro lado del mundo.
La espera se hizo larga y los días se convirtieron en semanas. Alonso no quería ponerse demandante pero su fastidio y preocupación hablaban por él. Llevaba en Compostela semi oculto más de dos meses y aún no tenía visos siquiera de comenzar su aventura. Tras largas y angustiosas jornadas de vigilia, finalmente la espera llegó a su fin y el religioso llegó con las ansiadas buenas nuevas. Sólo debía aguardar diez días más, antes de que un carguero le ofreciera una plaza a cambio de ponerse a las órdenes del capitán. Desde luego, todo esto sin hacer ni contestar preguntas. Aunque el plazo le pareció eterno, los días seguían teniendo las mismas horas de siempre, de modo que las empleó con mayor ahínco y solicitud en las tareas que le eran encomendadas. Era hombre agradecido y sabía que ni un año de trabajos podían pagar lo que se le estaba ofreciendo.
Llegado al fin el plazo, Alonso recogió sus pocas pertenencias y se despidió afectuosamente del religioso, con un largo y sentido abrazo, pero no sin antes ofrecerle un obsequio en el que había trabajado durante días: una bella cruz de madera tallada con singular destreza. Hacía tiempo que su daga no tenía un uso tan noble y estuvo gustoso en que, aunque modesta, esa fuera su manera de agradecer tantas atenciones.
Sin derramar lágrimas aunque con el pecho oprimido por el agradecimiento y la emoción, partió presto hacia su destino. Deambuló por andurriales de roca y verdes sotos durante un buen tiempo, perdido en sus pensamientos y en las dudas sobre el modo de hacer las cosas. Aún no estaba exento del riesgo, pero su pecho se inflaba del aire que olía a mar y a libertad. Tras algunas horas de un largo camino y alistado a las órdenes del comandante de la nave carguera, al fin estuvo listo para partir del puerto de la Coruña. No cabía dentro de sí por adentrarse en el infinito océano con rumbo al nuevo mundo.
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