Pablo R. Fernández Giudici - El Alcázar de San Jorge

Здесь есть возможность читать онлайн «Pablo R. Fernández Giudici - El Alcázar de San Jorge» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Alcázar de San Jorge: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Alcázar de San Jorge»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Siglo XVII. Un veterano de un tercio español destinado en Flandes, esquiva la muerte una y otra vez como si los cielos le tuvieran reservada una misión secreta.La frustración, el hartazgo y una revelación serán el inicio de un accidentado periplo que lo llevará hasta las lejanas costas del Río de la Plata. Una vez desembarcado en la Buenos Aires colonial, con la ayuda de un viejo amigo y confesor, dará forma a su aventura, plagada de misterios, señales y oscuras referencias ligadas a un pasado doloroso del que no logra huir.

El Alcázar de San Jorge — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Alcázar de San Jorge», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Un vigía del bando enemigo había sido la primera víctima de la mañana, dando de ese modo, aviso a sus compatriotas. La respuesta no tardó en llegar y lentamente, el fuego de artillería liviana comenzó a hacerse más frecuente. El humo de la pólvora se fundía con la niebla y hacía que los estruendos y el griterío fueran definitivamente más confusos, más dramáticos. Acostumbrados a hacer blanco en siluetas indefinidas con forma humana, los españoles fueron precisos y contundentes a la hora de cargar contra un enemigo desprevenido, pero ni la bravura de los ibéricos, ni el factor sorpresa con el que contaban fueron suficientes para hacer frente a la superioridad numérica del adversario.

Dispersos entre charcas y montículos de piedra, los flamencos ganaron confianza y poco a poco estuvieron listos para defender su plaza. No sólo con arcabuces, o pequeñas troneras sino empuñando espadas y dagas.

Uno a uno fueron cayendo los hombres del viejo tercio que, desesperados, la emprendían a empellones y culatazos contra un enemigo que comenzaba a desbordarle. Recibió Alonso un par de cortes en el rostro y otro en la pierna, y combatió ferozmente, como si estuviese batiéndose en duelo con el mismísimo Marte. Pero el valor y la entrega, iban muy por delante de su conciencia en aquellos escenarios, y pronto se vio casi sólo frente al adversario, pues sus hombres caían aquí y allá por el fuego o el acero enemigo.

Lo que pretendía ser un nuevo baño de gloria, fue una sangrienta escaramuza sin mayor importancia para la guerra, pero sí, carísima para Alonso y sus hombres, saliendo muy pocos con vida de ella, y heridos más en su orgullo militar que en sus carnes fatigadas.

–No lo entiendo –se repetía Alonso, en tanto blandía su acero toledano frente al enemigo– ¿Dónde están las provisiones, los almacenes, los pertrechos? ¿Cuáles son los objetivos militares de esta matanza insensata para ambos bandos?

Alonso no era un hombre lerdo, pero sí impulsivo, y esta condición, al igual que su temperamento indisciplinado y cambiante, le habían perjudicado en el pasado lo mismo que en aquel fatídico día. Necesitó unos cuantos minutos de humo, gritos y sangre para entender lo vano de su esfuerzo y, lo que era aún peor, lo estéril del sacrificio de sus hombres. Había logrado reunir una treintena de ellos, partiendo de los pocos que antes mencioné, para entablar combate directo y con propósitos difusos. No era un hombre que discutiese las órdenes, ni tampoco era de los que emprenden la retirada con algo de cobarde esperanza en sus puños. Pero debió imaginarse que se trataba de una trampa. De modo que, al ver que todo aquello no era más que un imposible, una puesta en escena que los condujo directamente al matadero, cubrió su salida del campo de batalla del modo más honroso posible, con la vista desesperada puesta en los suyos que, dispersos, caían como moscas frente a la avasallante superioridad numérica del enemigo.

El sol comenzaba a desplazar a la niebla, y aunque los humos de las armas no le hacían fácil la tarea, la claridad puso un poco más de orden en aquella locura. Sin darle importancia al ardor de su herida en la pierna, que sangraba profusamente, Alonso casi tropezó con un hombre que le asió de su pierna. A punto estuvo de descargar su furia sobre él, pero a tiempo advirtió que se trataba de uno de los suyos.

–¡Hernando! Vamos, de pie, te sacaré de aquí.

El hombre estaba mal herido y, a juzgar por su semblante, pocos minutos le quedaban en esta tierra. Aún así, con el rostro pálido y sus fuerzas casi agotadas, puso su mano firme sobre el brazo de Alonso e intentó susurrarle algo.

–¿Qué has hecho? –le dijo con la voz entrecortada.

–Vamos Hernando, hay que salir de aquí.

–¿Es que no lo entiendes, Alonso? Mi guerra terminó –dijo mientras descubría con su mano ensangrentada una herida de proyectil que le había perforado el vientre–. Ve a por tu maldita guerra, listo. Nos mataste a todos, Alonso… ¡Nos mataste a todos!

No dejó que Hernando terminara la frase. Sin dar mayor importancia a sus palabras, lo cargó sobre los hombros y se dispuso a sacarlo de allí. El soldado gritó de dolor, pues la brusquedad de los movimientos y la incomodidad de las circunstancias le provocaron aún más sufrimiento. Pero su grito pronto fue sofocado. Un afortunado tiro de mosquete le había penetrado por la espalda y perforado un pulmón. No tardó en morir desangrado sobre Alonso.

Como antes decía, Alonso no era un hombre lerdo, de modo que no tardó demasiado en reconstruir los rostros y nombres de la cadena de mando para dar con el artífice de aquella masacre: Diego. Estaba profundamente dolido por las palabras de aquel moribundo, ya que hubiese preferido la muerte mil veces antes que el daño o el deshonor para sus hombres. Una creciente ira, producto de su lenta reacción frente a la celada, le inflamaba el pecho y lo cegaba aún más. Fue quizás ese odio lo que le dio las fuerzas necesarias para llegar hasta la trinchera con el cuerpo inerte de Hernando.

En tanto tales cosas acaecían, en una posición segura a no mucha distancia de allí, Diego esperaba con ansiedad novedades de la contienda. Su barraca era austera pero había sabido aderezarla para marcar la diferencia, en especial con sus subordinados. El espacio austero se mostraba impecable, como siempre, ajeno al lodo y a la mala higiene que sufrían las tropas regulares. Diego lucía sobre el cuello, como era su costumbre, una cadena con un disco de bronce, un llamativo adorno que con el tiempo había convertido ya no sólo en su sello personal, sino en su verdadero talismán.

–Permiso señor, traigo noticias del frente.

–Hable cabo, ¿Cómo ha sido?

–Me temo que no tengo buenas nuevas, señor.

–¡Maldita sea! –exageró con vehemencia por la obvia novedad– no me diga nada, el imbécil de Alonso lo ha estropeado de nuevo, ¿Cierto?

–El enemigo era numeroso, señor. Las posiciones del norte estaban bien guarnecidas y nos tomaron por sorpresa.

–¿Cómo que las posiciones del norte? –dijo fingiendo sorpresa– ¿Acaso no he dicho con absoluta claridad que en tanto se atacaban las posiciones del sur, donde sabemos que los rebeldes tienen sus almacenes, debíamos prepararnos para tomar el norte?

–Pues… no estoy seguro, señor.

–¿Se atreve a contradecirme?

–¡No señor!

–No se alarme cabo –dijo moderando su tono de voz, con complicidad sobreactuada– ambos sabemos que Alonso es un hombre que no merece ya nuestra confianza. No sólo está cometiendo errores estratégicos, sino que ahora se da el lujo de sacrificar tropas y recursos para su gloria personal. No es de extrañar que sus hombres le desprecien.

–Señor, Alonso cuenta con una muy buena…

–¡Tonterías! Yo conozco a los de su clase. Es un traidor. Un traidor al Rey, a España, a sus principios, a sus hombres… No me extrañaría si en algún momento se uniera a esos herejes, si hasta a Dios debe despreciar el muy cobarde.

–Bueno, no es lo que se dice…

–¿Y qué se dice? –bramó alzando el tono, para luego menguarlo y volver a fingir deferencia– Si es que quisiera compartirlo conmigo, cabo…

–Por supuesto, señor. Se dice que es un hombre santo.

–Un santo…¿Un santo? ¿Alonso un santo? Pero, por favor... por favor –apagó su voz y le dio la espalda, sobreactuando una prolongada reflexión–. Amo tanto a este ejército, que soy capaz de perdonar la simpleza de sus hombres. Un santo. Sí, sí… sé lo que por ahí se dice de él. No es que no lo sabía. ¿Y qué me diría usted si yo le demostrara que ese “santo” es un simple y cobarde mentiroso?

–Pues, no lo sé, señor…

–Vea, cabo, usted me parece una persona racional. Lo considero un hombre inteligente, leal. Me da pena que se deje engañar por lo que la chusma dice por ahí. Quiero compartir con usted algo que sé desde hace mucho tiempo pero, por cuestiones de proceder no he querido traer a la luz. Coincidirá conmigo en que la delación es una afrenta imperdonable entre hombres. Pero cuando se trata de la vida de mis soldados, siento un dolor tan grande en el pecho que soy capaz de reventar de rabia. Es cierto que entre este insignificante personaje y yo han habido, podríamos decir, malos entendidos en el pasado. Pero ya ve a dónde nos ha llevado la vida a uno y a otro. Alonso siempre ha sido un cobarde que supo ganarse la confianza de los que lo rodeaban para cubrir sus miserias. Siempre sólo, atendiendo a sus propios intereses por sobre los de la causa. También se dice por ahí, y créame que no todo es mentira, que a este hombre sólo le importa pelear. Lo mismo da si es en Flandes o en América. Su misión en la vida pareciera ser la de derramar sangre por el sólo placer de la pelea. ¿No le resulta curioso verle salir siempre airoso del combate?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Alcázar de San Jorge»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Alcázar de San Jorge» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Alcázar de San Jorge»

Обсуждение, отзывы о книге «El Alcázar de San Jorge» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x