Le Broad
Ya tengo pensado hablarte por teléfono desde esta disco en la que me encantaría que pudiéramos estar y emborracharnos juntos. Llamarte desde Le Broad será traerte un poco, tu voz se mezclará con las voces y la música de la boîte . Especie de brindis, te llamaré por el precio de una cerveza: dos minutos largos.
Entrando, a la izquierda, lo primero que se ve es un flipper y una barra: las botellas, cada una colgada pico abajo con su medidor (una esferita de plástico transparente). Al fondo, la pista, y sobre la pista, una escalera que conduce a descansos y pasillos con sillones, que rodean la pista en forma de espiral de cuatro pisos; a partir del segundo, en el centro de la espiral, un gigante tubo transparente que llega hasta el techo de la disco, con burbujas rojas-verdes-verdes-rojas que suben y se disuelven ininterrumpidamente.
Otra vez desde la entrada, pero esta vez hacia la derecha, el volumen de la música baja a medida que bajamos las escaleras. Hay unos chicos sentados en cómodos sillones, mirando diferentes televisores donde pasan videoclips o videos porno. Música diferente de la de arriba. Túneles subterráneos. Antiquísimas paredes de piedra. Muchos rinconcitos. En algunos, televisores; en otros, oscuridad; en otros, nada, cada tanto un videojuego o un flipper, escaleritas y, al fondo, otra barra. Deux bières, s’il vous plaît! Santé! À la tienne! 5
Lo mejor de todo es que en el baño hay un teléfono público desde el que voy a llamarte una vez que hayas recibido esta carta. Es lo más que puedo hacer por que estemos un rato juntos en la disco.
19 de octubre
Acabo de recibir tu carta. Inútil citar cartas anteriores sin contarme de que se trataba la carta de la que me hablás, porque no recuerdo ni un solo párrafo de lo que te escribí antes.
Evidentemente, la letra emite vibraciones. En tu carta me pedís que te cuente como es la noche gay en París, y justo hace unos días te escribí parte de la vida nocturna, o mejor, un lugar de la vida nocturna, muy detalladamente, Le Broad. Es más, hoy tenía planeado llamarte por teléfono desde ahí mismo.
Me cansé de George. No quiero entrar demasiado en detalles. Es cómico por donde lo mires. Estaba cansado de ir al Central y no poder ver chicos tranquilo por tener siempre a mi esposo encima, pobre, apostado en la barra. No, no, no. No me gusta sentirme atado. La semana pasada anduve paseando con un chico, Bruno, con quien la pasamos muy bien tomando cerveza, jugando a los flippers y haciendo malabarismos para coger en un sillón en Le Broad. Lástima que Bruno ya volvió a Lyon, donde vive. Ahora ando solo. Tengo un amante-gato-belga, que puede llegar a ser mi salvación si Bernard se cansa de mí. No es feo, tampoco es lindo, es un señor de unos cincuenta años, rubio, de ojos azules, robusto y peludo. Me dijo que quería llevarme a Bruselas a vivir con él.
Bernard está LOCO. Creo que ya te lo dije. Lo confirmo: dice una cosa y hace otra. Un día me dice que más adelante le podríamos mandar un pasaje a Paula; después, que si en un mes no encuentro trabajo será mejor no perder el tiempo en París y probar suerte en España. Pero cuando le cuento que le escribí a mi tío de Galicia para ver si me puede conseguir un trabajo allá, me pregunta “¿Por qué? ¿No te gusta París?”.
Así, organizado por escrito, no parece tan descabellado. Pero es la magia de la escritura que todo lo vuelve coherente.
Bueno, despacho la carta hoy. A la noche te llamaré desde Le Broad (igual te enterarás antes de haber leído esto, cuando te llame). Te mando un beso y un abrazo.
Pablo
2—Un kilo de tomates, por favor.
—¿Algo más?
—Sí. Dame también un kilo de berenjenas y un kilo de zucchinis.
—Aquí tiene. ¿Algo más?
—Sí, algo más. Tú, chico ratatouille, ven a mis brazos…
3“¡No, no tengo ninguna tarjeta! ¡Ni siquiera sabía que hacía falta una tarjeta para usar el teléfono!”.
4“¡Es mío! ¡Es mío!”.
5¡Dos cervezas, por favor! ¡A tu salud!
San Sebastián, 2 de noviembre de 1989
Querido Nicolás:
A pesar de que mañana mismo te habré enviado una postal que acabo de escribir, sentí ganas de escribirte un poco más. Para no decir nada en especial, o sí, ya me acordé: todo empezó con la Academia Medrano. Te pido que me informes de las conversaciones (claro, las interesantes) de la Academia. Estoy un poco enojado, o no, no, no estoy enojado, pero se me ocurre en este momento que los amigos poetas académicos podrían haberme contestado la carta que les escribí para contarme las noticias y no delegarte a vos la responsabilidad de contarme todo lo que pasa. (Perdón, tal vez ni siquiera te la delegaron). Eso no quita que me divierta con tus comentarios sobre los entretelones del asunto, pero sigo sin entender por qué tantas idas y vueltas del ICI para darnos una fecha. Entiendo que la puesta en escena es algo complicada, ¿pero no tienen ahí todo lo necesario? Suenan las campanas. En los walkman suena Art of Noise, sobre Art of Noise, el ruido del mar embravecido, también las olas interfiriendo con esta hoja, que es de espuma. ¡Al fin conozco el azur del mar!
El hotel parece un telo kitsch de los sesenta en sus últimos estertores de sillones de pana y borlas rojas y media luz en la barra del bar. La estoy pasando genial.
Finalmente acepté la invitación de Jordi a San Sebastián, donde está trabajando como asistente de dirección en una puesta de La vida es sueño para el festival de teatro. Me dijo que cuando termine el festival, puedo ir con él a Madrid, y me ofreció quedarme en su casa mientras busco trabajo allá.
En el hotel donde estamos ahora, el Hotel Isla, (enfrente hay una), están parando también algunos chicos del elenco, casi todos gays y divertidos. Una noche tomamos un éxtasis que no le pegó a nadie y salimos cuatro en un autito que a duras penas subía por una carretera empinadísima, a buscar KV, una disco gay. Después de muchas vueltas la encontramos, había unas cinco personas, diez a lo sumo. No duramos ni media hora, tomamos una copa y salimos a buscar otro lugar, nula la salida. Volvimos al hotel y nos metimos en una habitación a jugar al Monopoly.
Estoy obsesionado nuevamente con la cuestión orínica . Mientras escribo ordeno las ideas que se me ocurrieron hoy en el auto cuando paseábamos por San Sebastián. En un momento, uno de los actores que venían con nosotros se quejó: “Por aquí todo el mundo mea en cualquier parte”. Parece que es por la zona, por el clima, no sé, pero es cierto, en el camino vimos un montón de tipos meando en la calle. El nombre orínico se me acaba de ocurrir. Pienso tal vez en titular mis elucubraciones Sueños orínicos , Vida orínica , ¡pum! ¡pum! (esto último sonó en el walkman, estoy escuchando Art of Noise). Si se te ocurre un título mejor, acepto sugerencias.
Tal vez algo no te guste, y es que por momentos escapa de lo literario para emerger casi teatral (en este ambiente de festival de teatro capaz me contagié de algo).
No pienso todavía en un orden. Una serie de monólogos. Reportajes guionados. Al reporteado se le pregunta o simplemente se lo deja hablar como en un noticiero.
El primer monólogo no es sobre la orina, es quizás el más chancho de todos, es sobre la menstruación:
Un chico adolescente cuenta cómo, sentado en la playa mirando al mar, ve a menos de un metro de donde está un tampón usado, seco por el sol. El muchacho, con el pie, a la distancia, trata de taparlo con arena, pero no puede. Reflexiona en voz alta sobre la posible acidez de la substancia sanguinolenta que hace que el algodón parezca quemado. Al final se decide a tomar el tampón por el piolín y arrojarlo fuera de su vista: “No me dio tanto asco tocarlo, más asco me daba verlo”.
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