Pablo Pérez - Querido Nicolás

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En primera persona, el narrador viajero asume un doble trabajo: vivir sus aventuras y contarlas al mismo tiempo. En
Querido Nicolás, Pablo Pérez retoma su personaje de
Un año sin amor (que escribe un diario en Buenos Aires) y lo pone justo antes: más joven, espléndido, modestamente pobre, en un viaje picaresco por Madrid y París, entre fines de los años ochenta y comienzos de los noventa. Las cartas son el mecanismo perfecto, por suerte ya inventado, para la doble tarea que se le impone al narrador aventurero; envío tras envío, las noches, los trabajos, los amantes, los patrones, los traslados, el dinero, la falta de dinero…
Et voilà: la novela, que logra la alquimia de convertirnos en el amigo a la espera de las noticias.

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Eso depende de las ganas que tenga Severo Sarduy de ayudarme. Ahora es de noche. Había empezado la carta a la tardecita, pero a Bernard se le ocurrió darme las instrucciones para cuando él se va de viaje: usar el lavarropas de noche porque la electricidad es más barata, la manera correcta de lavar los platos sin desperdiciar agua, etc. Ya se fue, estaré solo hasta el domingo. Tengo 350 francos que me dejó para estos días. Creo que es bastante plata. También me regaló una camisa a cuadros que me queda muy bien y un cassette de The Art of Noise que me había comprado el año pasado para llevármelo a Argentina, y que estoy escuchando ahora porque cuando está él no puedo: dice que es malo para la salud. BERNARD ESTÁ MAL DE LA CABEZA. Sin embargo me gusta mucho estar con él y dormir con él, y no estar con él y no dormir con él también me gusta. ¿Qué más puedo pedir? Me hice socio de una biblioteca del barrio y saqué un par de historietas de Tintín. Cuando salí, después de haber caminado un par de cuadras, alguien me dio unos golpecitos en el hombro. Era la bibliotecaria, agitada de haber corrido para alcanzarme el pasaporte que me había olvidado, lo que demuestra que sigo tan distraído como siempre. Te mando un beso enorme y saludos a todos. Pablo 1 “Ya que hay que elegir,/Con dulces palabras puedo decir/Sin contradicción/Que soy un varón”. (“Sans contrefaçon”, de Mylène Farmer). “Ya que hay que elegir,/Con dulces palabras puedo decir/Sin contradicción/Que soy un varón”. (“Sans contrefaçon”, de Mylène Farmer).

París, 20 de septiembre de 1989

Querido Nicolás:

Empiezo mi carta hoy. Debería tener un poco de paciencia y esperar la tuya. Pero no. No puedo. Es como preguntarle a alguien “¿Cómo estás?” y esperar veinte días para que te diga “bien” y luego seguir el diálogo.

El verdulerito

En el mercado hay divisiones raras. Por ejemplo: en un puesto se venden los pomelos, pero las naranjas en otro y las papas en un lugar distinto del de las cebollas y así con todo. Este verdulerito da ganas de comprar tomates o ajíes y zapallitos o berenjenas y hasta que sepamos su nombre lo vamos a llamar garçon ratatouille :

—Un kilo de tomates, s’il vous plaît.

—C’est tout?

—Non. Aussi un kilo d’aubergines et des courgettes.

—Voilà! C’est tout?

—Non, ce n’est pas tout. Toi, garçon ratatouille, viens dans mes bras… 2

(irrumpen las campanadas del cassette de The Art of Noise)

Hice algunos progresos. Tengo una buena provisión de cervezas en la heladera. Los negros ya casi no me dan miedo. Me corté el pelo. Mañana empiezo a nadar. Hoy voy a ver un trabajo: tengo una cita con una señora para ver si le cuido a los hijos. Abro la segunda botellita de cerveza. Son las once de la mañana y a las catorce debo ver a esta señora (espero no estar borracho). Duvel, mucho más fuerte que la Quilmes.

Volver a la Argentina para quedarme es una idea que me aterroriza. No quiero. Si bien acá me cuesta (los extraño, a veces me siento solo), París es alucinante. Anduve paseando por las orillas del Sena, llegué a l’Ile de la Cité, vi Notre Dame, después crucé un hermoso puente a l’Ile de Saint-Louis. Hay placitas con marroniers , si no son castaños, son parecidos, los frutos se llaman marrons y si no son castañas, son parecidas.

Estuve también en Pigalle, un barrio que parece peligroso. En un momento me quedé mirando a un chico que hablaba con un viejo, y dos negros se me acercaron a pedirme una tarjeta para el teléfono, con cara de a punto de asaltarme. Salí no corriendo pero casi: “Non, non, je n’ai pas de carte! Je ne savais même pas qu’il fallait une carte pour téléphoner!”. 3El chico que hablaba con el viejo se acercaba para pegarme, creo que era un taxi boy, no sé, lo cierto es que yo estaba muy asustado. Más allá del mal momento, Pigalle es un barrio muy movido y me gusta. Hay muchas salas de conciertos, mucho yiro gay y de putas que me sorprendieron por su elegancia. Claro, al lado de las gronchas que se te vienen al humo en Constitución, parecen estrellas de cine. Me contó Sebastián que algunos se encierran a coger en unas cabinas-baños públicos en las que se entra metiendo 2 francos, son de un tamaño equivalente a dos cabinas de teléfono.

Hice mi primera visita a un bar gay, Le Quetzal (del cual te envío la tarjeta), está en el Marais, el barrio gay de París. El lugar es lindo, pero chicos lindos no vi. Tal vez fue un día de mala racha. Muchos viejos. Voy a insistir. Bueno, te dejo y voy a afeitarme y ponerme elegante para mi cita.

21 de setiembre

Hoy lo vi a Emeterio Cerro. Es un charlatán insoportable. Se cree la reina de París y se dice Reina de Balcarce. Está orgulloso de ser de Balcarce y no porteño. ¡Qué le vamos a hacer!

Estoy esperando que se descongele el pescado mientras escucho un demo de Paoletti. Y ahora Oktubre , que por otra parte se acerca y yo sin tener nada resuelto. Como te dije antes, no quiero volver a vivir en la Argentina, pero es difícil quedarse. Los papeles por una parte; ustedes por otra. Los extraño mucho y a veces me siento solo. Es normal, me dicen. Y vos ya sabés que a veces disfruto de la tristeza… Pero es difícil. Creo que en estos días voy a juntar coraje para devolver el pasaje de vuelta. Si tuviera que volver a Argentina me sentiría muy mal, sería como un fracaso. Más allá de que me sienta solo, estoy bien. Bernard me da bastante guita como para comer, salir, tomar algo… Yo lo ayudo en lo que puedo: lavo la ropa, mantengo la casa ordenada y todo eso. Es lo menos que puedo hacer.

Severo Sarduy no me llama. Según Emeterio Cerro, es difícil verlo, es un tipo muy ocupado y no debería tener demasiadas expectativas de que me ayude.

¿Qué pasa que no recibo cartas? Por favor, contesten mis cartas rápido. Los necesito.

PD: Recién terminaba de escribir la carta y me llamaste por teléfono. Genial. Parece que los reclamos a distancia dan resultado. Gracias. Besos.

29 de septiembre

Ya se puede decir que estamos en otoño; hay que salir abrigado; ex Ratatouille ahora vende uvas y bananas (lo vi en el metro el otro día, vestido de civil, con un amiguito, hermosos los dos). Hoy compré uvas, mañana compraré bananas, cuando venda otra cosa se la compraré.

Estoy conviviendo por un par de días con un negro invasor. Bernard me había avisado que tenía llave, pero igual me asusté cuando lo vi entrar. Vacía la heladera, se come mis compras y encima me pregunta si quiero y me invita a comer mi propia comida: “vení, tomá, comé”. Creo que está loco, habla solo todo el tiempo y trata de ser amable, pero no le sale. Por suerte se queda sólo por el fin de semana, y mañana yo me voy a Evry Courcouronnes, a la casa de Miriam y Jassine, mis nuevos médicos de cabecera amigos. Otra vez el negro invasor a la carga, me habla pero no entiendo qué dice: es francés, habla en francés, pero no le entiendo una palabra. Esta vez por lo menos me gané una taza de café recién hecho. ¡Mi café!

Conocí otros bares gays, que están por la misma zona del Quetzal, del que algo te conté por teléfono y creo que lo mencioné en la carta anterior (ya me veo diez mil veces diciendo las mismas cosas porque me olvidé de lo que dije en la carta anterior).

En el Central, otro bar, tengo una historia divertida: George, un francés de treinta y cinco años. Dice que es poeta. Es grandote, lindo a pesar del par de dientes que le faltan, parecido a Mickey Rourke en La ley de la calle , con campera de cuero pero sin moto y bastante más decadente. En el bar me metió mano por todos lados. No tiene lugar adonde llevarme y yo a lo de Bernard no quiero traer a nadie, salvo que se trate de un amor irremediable. También hay un rubio que me mira desde el mismo día que conocí a George. Es lindo, mucho más lindo que George, tiene un cuerpo de publicidad de slips (de las de acá, no las de Eyelit, con Guerrero Marthineitz), pero es medio tonto. De todas formas, compensa la idiotez con el músculo y me gusta. La cuestión es que se acerca (es medio amigote de George) y hablamos, pero apenas intenta tocarme, George lo saca de un manotazo. Ya tengo ganas de meterme en algún enredo (aunque sea para poder escribir algo divertido), como hacer una cita con el rubio en otro bar o darle un beso en la boca delante de George, pero antes debería comprobar que George no sea violento. No quiero salir con un ojo negro (aunque la idea de una paliza no me cae del todo mal) “ Il est à moi, il est à moi ”, 4le dice al rubio cada vez que se me acerca. En cuanto me canse, no sé cómo voy a hacer para sacármelo de encima.

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