Por otra parte, el libro del japonés Hiroshi Matsushita Historia del movimiento obrero argentino , 13es un estudio general sobre el movimiento obrero argentino del período preperonista e interpreta los orígenes del peronismo en consonancia con algunos de los planteos que hizo Gino Germani en los años 50 y 60.
Sobre conflictividad obrera en la etapa 1945-1955, se destacan los trabajos llevados a cabo por Samuel Baily, Louise Doyon, Daniel James, Walter Little y Scott Mainwaring, entre otros.
La historiadora canadiense Louise Doyon ha sido quien, hasta el momento, ha realizado la investigación más profunda acerca de la relación entre el gobierno peronista y los trabajadores durante sus primeras dos presidencias. En su texto han sido centrales los conflictos que estos protagonizaron y la organización de los sindicatos, dos factores altamente interrelacionados. Al igual que Murmis, Portantiero, Del Campo y Torre, la historiadora considera en su trabajo que fue fundamental el papel de la vieja dirigencia sindical en el surgimiento del peronismo. Sin embargo, no acuerda con la caracterización de las prácticas obreras durante las presidencias de Perón. Un factor central en la obra de Doyon, tanto en sus artículos publicados en la Revista Desarrollo Económico como en su libro 14(tesis doctoral de 1970), es la afirmación acerca de que siempre existió en el movimiento obrero peronista una activa participación de sus bases obreras, más allá de evidenciar la existencia de sectores moderados dentro de su dirigencia. Esta perspectiva toma distancia de aquellas visiones historiográficas que le adjudican al movimiento obrero un papel ingenuo y pasivo en los orígenes del peronismo e incluso durante la gestión de Perón al frente de la presidencia en los años 40. Las huelgas de los primeros tres años del peronismo en el poder (1946-1948), que eran consideradas en su mayoría luchas no genuinas, son interpretadas como una tentativa exitosa de los trabajadores de base a transferir su victoria política al área de las relaciones laborales. Las reformas decretadas por el gobierno necesitaban ser confirmadas en los lugares de trabajo, para lo cual se realizaron acciones de fuerza que no solo las aseguraron, sino que, en algunos casos, las expandieron y transformaron.
Esta caracterización de la centralidad de los trabajadores en las conquistas del período inicial tiene su base de sustentación en la afirmación de que la relación inicial de estos con el gobierno peronista era de relativa igualdad de fuerzas. Doyon plantea que el decreto 23.852 de asociaciones profesionales, promulgado en octubre de 1945, fue “el testimonio más significativo del compromiso existente entre el régimen y el movimiento obrero y reflejó el equilibrio de poder existente entre estos dos actores en aquellos momentos”. 15Equilibrio que se hizo ver no solo en las continuidades sino también en los cambios cualitativos que la propia clase generó.
El análisis que hace Doyon de la relación de los trabajadores con el peronismo se expande, respetando su lógica, a lo largo de todo el período, y allí reside su mayor diferencia con los textos de los autores que se centran en las continuidades. Así, “la burocratización y verticalización”, según la autora, realmente preponderantes a partir de 1948 pero no monolíticas, se convierten en un proceso que lejos estuvo de ser indoloro y en el que los factores internos actuaron tanto o más que la represión estatal. A su vez, se resignifican los conflictos; por ejemplo, los de mediados de la primera presidencia, como el de los azucareros, gráficos, ferroviarios, trabajadores de la industria de la carne y bancarios que pasan de ser únicamente políticos y liderados por dirigentes ideológicamente opuestos al peronismo a ser considerados como “los primeros síntomas de ruptura de la alianza que se había gestado en 1946 entre el movimiento obrero y el Estado”. 16
El trabajo del historiador norteamericano Samuel Baily, al igual que el de Doyon, abarca todo el período peronista y es habitualmente citado por los historiadores. Sin embargo, a diferencia del texto de Doyon, adolece de grandes deficiencias en sus referencias empíricas, lo que hace que no logre apoyar suficientemente las afirmaciones que sostienen su trabajo. El eje teórico de la obra gira en torno al concepto de movilización social formulado por Karl Deutsch, 17y según esta mirada, el peronismo debe ser analizado como parte de la movilización social que se da en los países que pasan de sociedades tradicionales a modernas. Durante esta transición se deterioran los antiguos vínculos sociales, económicos, culturales e incluso los relacionados con la identificación personal. La búsqueda de una nueva identidad que sirva a su vez para proteger los propios intereses en el caso argentino devendrá finalmente en el nacionalismo popular.
Como es posible relacionar, el planteo teórico de Baily se entronca con el de Gino Germani. 18Su eje de análisis es político y se centra en las identificaciones que construyeron los trabajadores durante esos años. Esto explica que la interpretación de los orígenes del peronismo sea idéntica a la del sociólogo italiano. Parte de la distinción entre nuevos y viejos trabajadores, por lo cual la migración interna habría convertido al hasta entonces peón rural en un obrero industrial. Este no fue incorporado ni por el Estado ni por los dirigentes sindicales –afirma– y “se miraban con hostilidad y desconfianza” con el trabajador de origen europeo y sindicalizado. Esta separación se expresaba en identidades políticas diferentes: por un lado, el nacionalismo liberal propio de la tradición moderna de Buenos Aires y, por el otro, el nacionalismo antiliberal de los recién llegados, quienes poseían un concepto de gobierno que “derivaba de la relación patrón-peón en la estancia, paternalista y autoritaria”. 19Se reproduce así la idea del atraso cultural de las masas provenientes del interior. Mientras el nacionalismo liberal, desprendido de los valores y tradiciones de los trabajadores de origen europeo era “dinámico, de orientación interna y cosmopolita”, el nacionalismo antiliberal o criollo “poseía un tinte nostálgico y xenófobo vinculado con la tradición nacionalista del gobierno de Rosas y del culto al gaucho. Baily afirma que “este proceso migratorio cierra una etapa al llegar a Buenos Aires ya que al poco tiempo dio como resultado una confluencia e identificación obrera con el peronismo”. 20Los trabajadores, entonces, si nos atenemos a este planteo, tuvieron durante el peronismo una identificación inamovible que no reconoció vaivenes de ningún tipo y que no fue corroída por ningún exceso autoritario. Sin embargo, esto no impidió que desde los inicios del gobierno peronista ocurriesen huelgas o conflictos obreros. Por un lado, había conflictos políticos protagonizados por trabajadores liberales; por otro, los había económicos, en los que participaban obreros peronistas, lo que limitaba en gran medida su alcance: estos nunca llegaban a tener una expresión política. En este libro se pone énfasis en dejar en claro la distancia entre los dos móviles mencionados antes.
Incluso luego de 1952, momento en el cual la política peronista se aleja aún más de los intereses obreros, Baily asume que la conflictividad aumenta, pero que los trabajadores identificados con el presidente nunca dejan de considerarlas como luchas económicas y pragmáticas. La raíz profunda de esto se encuentra en que el accionar de la clase obrera, siempre dentro de la mirada teórica del autor, es claramente pasiva. La clase obrera acepta al líder, acepta no tener incumbencia en política e, incluso, en medio del conflicto social, acepta no traspasar los límites que marca la identificación peronista. Cuando el gobierno abandona a la nación de los trabajadores, la única acción de ruptura que Baily reconoce sigue siendo pasiva: la no intervención masiva en los hechos de septiembre de 1955 a diferencia de los de octubre de 1945.
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