Cuando líderes intelectuales como Riva Agüero contribuyeron a afianzar una determinada mentalidad pudieron sí, haberlo hecho con lucidez en cuanto a sus proyecciones (como él hubo otros que fueron conscientes en la defensa oblicua de un sistema económico y social), pero también bajo el peso de esa angustia de ser y no ser de la cultura americana, dilema que resolvieron sin resolver parcializándose del lado más conveniente a sus intereses personales, es decir, rehuyendo el ser auténtico y pleno o, mejor, la ardua y tantas veces sin victoria lucha por alcanzar la identidad profunda con su país como realidad y proyecto y con su historia integral.
Tres defectos
No puede desconocerse que muchos de los factores concurrentes sumariamente apuntados (los cuales se ha dicho ya, se influyen entre sí) obedecen a un sistema dado: el que prevaleció en la Colonia y prosiguió aún después de la Independencia. De aquí que, más que para señalar un error los anteriores puntos de vista sirvan para señalar dos defectos. Uno consiste en la excesiva simplificación de un asunto por su propia naturaleza complejo. El otro es más de forma que de fondo: el método expositivo de este ensayo supone en el lector conocimientos que solo pueden derivar de atentas y muy bien determinadas lecturas y de la reflexión sobre las mismas, nuestra historia y nuestra realidad. Es cierto que en Lima la horrible «todo cuanto queda dicho está personificado por la biografía, temperamento, obra y especialmente pensamiento de los mejores escritores limeños», pero también es cierto que la tesis que aquí se comenta excede los límites que ello mismo supone.
Mas esta nota incurre también en un defecto: ha demorado más de lo debido en la tesis central de un libro que es mucho más que un libro de tesis.
Intervención del amor
Aunque es el eje, el mito de la Arcadia Colonial es solo un punto de partida en torno al cual se tejen interpretaciones de diversos aspectos de Lima. Hubiera sido conveniente un capítulo donde todo lo referente a la Arcadia apareciese más explícito y nítido, pero no puede olvidarse que se trata de una obra por su propio carácter hecha para ser corregida y aumentada tal vez si muchas veces, de una obra de amor que, como el verdadero, está llamada a profundizarse y perfeccionarse con el tiempo. Porque es el amor, sin duda, y no solo la inteligencia, lo que ha dado lugar a los muchos aciertos de este libro, a que muchos aspectos de Lima se nos presenten en él desde nuevas y luminosas perspectivas. Un ejemplo, la interpretación de Eguren, bastaría para justificar todo este ensayo, extraordinariamente exacto, por lo demás, en la definición de las notas distintivas de Lima a lo largo de las páginas escritas con una prosa de rigor sostenido hasta ser casi siempre excelente.
Habrá quienes se extrañen de que pueda hablarse de amor en un libro como este, tan lleno de negaciones, no ajeno a la amargura ni a veces a la rabia. Concluye con un voto en contra, inclusive, pero la negación, la rabia, la amargura se dirigen o brotan de la fealdad moral (Lima es horrible para SSB en ese sentido) que ha prevalecido disfrazada e indirectamente alabada en esta ciudad «que tantas veces rehuyó la cita con el dramático país que fue incapaz de presidir con justicia».
Más allá de las palabras
En principio está mal destruir, pero no solo está bien, sino que es indispensable hacerlo cuando se trata de levantar una fábrica noble en el emplazamiento de un palacio de cartón. Y es eso lo que Lima la horrible pretende: mirar cara a cara la realidad, separar lo útil y lo fecundo de lo que no es sino lastre, y asentar en un predio más puro nuestro ser colectivo.
Hasta ayer tambaleante entre dos culturas, la aprendida y la autóctona, Lima (el Perú, América) empieza a descubrir su originalidad, es decir, a asumir su condición real, y a entrever y forjar su destino. En nuestros pueblos, que han mestizado la sangre y la cultura europeas, surge un nuevo humanismo del fragor de la lucha por triunfar sobre un pasado y crearse un provenir. América, la nuestra, sabe hoy que tanto sus fuentes como sus modelos extranjeros no son otra cosa que expresiones de lo humano, patrimonio universal del hombre, y empieza a realizar sus síntesis con lucidez y con verdad. Para ello son necesarios exámenes de conciencia como Lima la horrible, se requiere autenticidad, audacia y valor en la búsqueda de las raíces más sanas y seguras. Son esa autenticidad, esa audacia, ese valor los que terminan imponiéndose en este libro de SSB sobre cualquier imprecisión, sobre cualquier defecto. Es así como más allá de sus palabras y sus tesis, su cualidad más sólida y permanente reside en su actitud.
Los viejos mitos, los antiguos temores pierden vigencia. Hay un espíritu distinto que se revela ya formado y dando frutos maduros en las generaciones jóvenes, en sus denuncias. Lima empieza, por esto, a ser menos horrible.
Expreso, Lima, 29 de marzo, 1964.
3Sebastián Salazar Bondy, Lima la horrible. México: Ediciones Era S.A., 1964.
La Lima de Luis Loayza:
algo parecido a la nada
Casi fuera de la novela hasta hace poco, Lima ha comenzado a servir de ambiente a buena parte de la narración actual del Perú, a preocupar a las nuevas promociones de escritores que han nacido o viven aquí. Desde la pluma madura de Sebastián Salazar hasta las más recientes, un afán de verdad se abre paso entre la farragosa vana o falsa o miope literatura que ha venido tratando de inventar o disfrazar a la capital, y ofrece de ella una imagen cruda, casi siempre parcial y dolorosa pero, en todo caso, más auténtica y aproximada a la realidad que esa otra con que por tanto tiempo se nos quiso entretener, adormecer o halagar.
Sin cielo y sin infierno
Es así como, a través de los cuentos en los que Salazar Bondy pinta ciertos sectores de la clase media; a través de los personajes introvertidos, de las historias de frustración y de miseria de Julio Ramón Ribeyro; de las criaturas vigorosas y atroces que Enrique Congrains ubica en los barrios marginales y en las capas más bajas de nuestra sociedad; de los juegos prohibidos de «los inocentes» muchachos de Oswaldo Reynoso; de la juventud violenta que organiza su vida al margen de las normas vacías que los adultos le señalan, de los jóvenes héroes que Mario Vargas Llosa retrata enfrentando a la impostura con la impostura, es así como, a través de todas estas versiones últimas, la engañosa y añorada Lima de antaño se borra y da paso a otra ciudad: la nuestra; la descompuesta y ardua que nos ha tocado vivir. De una u otra manera, si no el propósito redentor, la denuncia o la crítica alientan en el espíritu de los narradores limeños de hoy en vez de la «lisura» o el «criollismo» de ayer.
A los nombres anteriores hay que agregar ahora el de Luis Loayza. En Una piel de serpiente4 él aporta una visión de Lima muy distinta a la de los autores citados. La suya no es una ciudad angustiosa, intensa ni desesperada; tampoco miserable o promiscua. Curiosamente, la Lima de Loayza es aquella que la novela peruana se ha resistido a tratar, la que más se vincula con su imagen tradicional entre todas las que la nueva literatura nos presenta. Ciudad blanda y plácida en la que todo se diluye, sin cielo pero también sin infierno, de suave medianía, de «extraviada nostalgia», en los acomodados hijos de familia que protagonizan Una piel de serpiente estas características se funden con su ser o, por lo menos, aparecen como las más ajustadas a su actuar.
El más limeño
Porque la novela de Loayza y sus personajes circulan alrededor de la nada; carecen de drama y de emoción, existen, pero no parecen vivir. Apenas si Juan, el más honesto y abúlico de todos, adopta en un momento una actitud que da idea de integridad decidida, eso ocurre como el fulgor postrero de la piel que ya lo abandona: el incidente del periódico, la reunión final en casa de Arriaga, no harán de él un rebelde; cuando más, un disconforme pasivo y solitario.
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