Índice
Prefacio del editor en la versión inglesa
Unas palabras
Cómo lograr el milagro de vivir despierto
Tener mucho más tiempo
Fregando los platos para fregar los platos
Encontrar tiempo para practicar la atención mental
El milagro es andar sobre la tierra
Toma de conciencia de la respiración y llegada a la atención mental
Contar la respiración y seguir la respiración
Cada acto es un rito
La media sonrisa
El despertar en Villa Ciruelo
El guijarro
Reconocimiento
Una mente engañada llega a ser una mente veraz
Uno es todo, todo es uno
Liberación del sufrimiento
Paseo sobre las olas del nacimiento y la muerte
El sonido de la marea cuando sube
La meditación revela y cura
El agua es más clara, la hierba más verde
Tres maravillosas respuestas
Treinta ejercicios para practicar la atención mental
Créditos
Prefacio del editor en la versión inglesa
Estas líneas tienen por objeto presentar a los lectores al autor de este inspirado ensayo: mi estimado amigo el Venerable Thich Nhat Hanh, monje vietnamita que durante los últimos años viene residiendo en las cercanías de Burdeos.
Las facultades y actividades de Thich muestran una combinación poco frecuente de erudito y poeta, meditador y trabajador social sin haberse quedado, a mi juicio, en la superficie de ninguna de estas facetas. Como erudito fue profesor de religión en activo y director de Estudios Sociales en la Universidad budista de Saigón, Van Hanh. Sus poemas, sensibles y conmovedores, han sido publicados en Estados Unidos. Su inclinación meditativa se muestra en este ensayo dedicado a la aplicación diaria de la atención. También dirige en París clases de meditación. Como dedicado trabajador social fue, en Vietnam del Sur, el fundador de la Escuela para Jóvenes del Servicio Social, inspirada en un profundo espíritu budista de compasión y no-violencia, siendo la meditación una parte integral de la vida de esta comunidad. Y, de hecho, este ensayo está formado por cartas dirigidas a uno de los miembros de esta comunidad. Sin haberse suscrito a ninguna de las dos ideologías en pugna en el Vietnam, Thich Nhat Hanh y la escuela soportaron el antagonismo de ambos bandos.
En 1966, Thich Nhat Hanh fue invitado a dar conferencias en la Universidad de Cornell (EE.UU.). Tras concluir allí su tarea, realizó varias giras, y dio conferencias por Estados Unidos y muchos países de Europa. En estas conferencias habló de la difícil situación de los vietnamitas originada por su largo sufrimiento y abogando por la paz en ese país, paz que solo se lograría a través de su neutralidad. Durante su estancia en París, escribió el libro que tan gran impacto iba a tener sobre la opinión pública de los Estados Unidos, ampliando el círculo de aquellos que, moral y políticamente, desaprobaban la intervención militar americana en Vietnam. El título de ese influyente libro era Vietnam, el loto en un mar de fuego (Vietnam-Lotus in a Sea of Fire, Hill and Wang, Nueva York). La versión vietnamita alcanzó doscientos mil ejemplares antes de que fuera prohibida.
Estaba perfectamente claro para Thich Nhat Hanh que sus giras de conferencias y el libro le habían cerrado las puertas de su retorno a Vietnam del Sur. Fue entonces cuando se estableció en París (posteriormente en las afueras de Sceaux), donde fundó la «Vietnamese Buddhist Peace Delegation», Delegación budista para la paz de Vietnam, para abogar por la causa de la paz en Vietnam entre las organizaciones pacifistas internacionales e interreligiosas. Él y su devoto equipo de colaboradores realizaron también una espléndida labor en la organización de la manutención y patrocinio de un gran número de niños refugiados y huérfanos de Vietnam del Sur.
Nyanaponika Thera
El otro día recibí carta de un amigo de Saigón en la que me decía que estaba a punto de ser movilizado y que esa carta, probablemente, sería la última que podría enviarme antes de ser obligado a servir en el ejército. «Estos últimos días he estado lleno de ansiedad, pero me siento feliz de que la paz vaya a llegar pronto a nuestro país. Espero poder volver y dedicar todos mis esfuerzos a suavizar el odio entre los hermanos de ambos lados tras veinte años de haber estado obligados a usar las armas los unos contra los otros».
Por entonces, Thai Nhat Hanh y Chi Phuong (Thai significa «maestro» y Chi «hermana mayor») se hallaban en Tailandia para asistir a una asamblea de jóvenes trabajadores sociales asiáticos. También pudieron, casi a diario, establecer contacto telefónico con amigos del Vietnam para saber qué trabajo se estaba realizando para facilitar la situación de los refugiados. Cuando Thai y Chi Phuong se fueron, encontré muy duro practicar la atención mental, aunque sabía que la práctica de la atención era la única forma en la que podía seguir viviendo en aquellos días y tener algo que ofrecer a los demás. El teléfono sonaba constantemente, por lo general eran personas bienintencionadas que insistían en adoptar un huérfano vietnamita; tuve que explicar muchas veces por qué creíamos que ayudar a los niños en Vietnam, donde podían permanecer con un tío o una tía, era mejor que arrancarlos de sus parientes y cultura. Nunca cogía el teléfono a la primera o segunda llamada, al fin de concederme unos segundos para vigilar mi respiración y sonreír antes de descolgar. Antes de decir «hola» trataba de hacer surgir el pensamiento: «Que sea consciente de todo lo que esta persona pregunte y de todo lo que yo responda, tratando esta conversación como si fuera la más importante que jamás haya mantenido». El timbre de la puerta sonaba muchas veces al día. A menudo eran amigos vietnamitas que venían a compartir sus penas o las noticias que acababan de recibir de miembros de su familia. Antes de abrir la puerta trataba de vigilar mi respiración y relajar mi cuerpo. Mantenía en mi cara una semi sonrisa y cuando abría la puerta trataba de mantener en mi mente el pensamiento: «Déjame conseguir que esta persona se sienta bienvenida y refrescada cuando atraviese esa puerta». Pero sin la presencia de Thai y Chi Phuong a menudo olvidaba practicar estos «métodos de atención».
Una tarde, varios días después de haber recibido la carta de mi amigo, permanecí en pie largo rato frente a la ventana de Thai contemplando en el aire de la noche el chopo que crece allí. Pensé en mi amigo y en todos los demás jóvenes forzados a llevar armas. Unas cuantas semanas antes había visto en la televisión un programa especial sobre Camboya que mostraba a hombres y muchachos matándose los unos a los otros. Sus ojos estaban todavía tan frescos como los de un ciervo joven y sus manos tan esbeltas como vástagos de bambú.
Me sentí inundado de ansiedad cuando miré fuera de la ventana. Comencé a vigilar mi respiración. Tras unas cuantas inspiraciones y expulsiones, mi respiración se hizo lenta y tranquila. Repetí el nombre de mi amigo en silencio y miré el chopo como si estuviera mirando dentro de mi corazón. Sus hojas se agitaron ligeramente por la brisa de la noche. Una especie de paz surgió en mí. Supe que mi amigo no estaba lejos. Si miraba atentamente podía verle en las hojas suavemente agitadas por la brisa, podría verle en mi propio corazón.
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