La especialidad jurídica de la oficina eran los juicios de sucesión y herencias y los cobros de honorarios podían atrasarse meses y meses.
Cuando las finanzas familiares desbarrancaban había ayuda de don Raúl padre que, desde su negocio de ramos generales, asistía cada tanto a su hijo mayor con un cheque o con plata en efectivo.
En varios comercios del pueblo los Alfonsín tenían cuenta corriente en cuotas que quedaban registradas solo en los libros de cada negocio.
A la panadería iban con la libreta donde se anotaba puntillosamente la compra de todos los días y que se pagaba a principios de cada mes. Al almacén del Turco Hade iban con la libreta. A la carnicería con la libreta.
Uno de sus colaboradores en el estudio jurídico era el único que conocía el verdadero estado contable y financiero del abogado, además de cómo y por dónde andaba Alfonsín cada día de su vida.
Jorge Nimo, un flaco, alto y de anteojos, sabía cómo se movía cada expediente, cuándo debía retirar un cheque de honorarios y qué agujeros había que cubrir en los bancos. La tarea se extendía cada vez que lo requerían de los juzgados de Dolores, con jurisdicción en la zona.
Pero, además, estaba preparado para enfrentar cualquier contingencia política o familiar.
El ayudante de Alfonsín a veces tenía que improvisar sobre la marcha.
−Conseguí un auto y plata para la nafta −le pedía Raúl Alfonsín sin demasiadas precisiones sobre los lugares que tenían que visitar.
“Todo lo que se cobraba por los juicios, una parte iba a cubrir el rojo en el Banco Provincia por los cheques que teníamos en descubierto. Otra parte a pagar las deudas del consumo de la vida cotidiana de la familia”, recuerda Jorge.
Alfonsín podía estar dos o tres días afuera y a veces una semana entera.
−¿Por dónde anda Raúl? −preguntaba Lorenza Barreneche. La respuesta de Nimo era rápida, aunque imprecisa. Tenía que decir algo, aunque desconociera el paradero de su jefe, para que el frente familiar se mantuviera en calma.
Una tarde su asistente lo encontró afeitándose en el baño de su casa, que estaba anexada al estudio jurídico en pleno centro. Terminó de vestirse con un suéter y una camisa y le pidió a Nimo que, mientras él hablaba con su esposa, se fuese hasta la habitación sigilosamente y le recogiera el piloto sin que se diera cuenta nadie porque debía irse urgentemente a Buenos Aires.
Para esa época ya le gustaba hacer reuniones con más frecuencia en la ciudad de Buenos Aires. Conseguía unos pocos pesos para el pasaje en micro, iba de un lugar a otro caminando, cenaba por invitación en algún restaurante del centro y se volvía.
En septiembre de 1955, tras varios intentos golpistas, los militares derrocaron al gobierno de Perón. Los tiempos del concejal Alfonsín se terminaron abruptamente con la disolución de todos los órganos legislativos del país.
En los meses previos al golpe desde el gobierno de Perón se señalaba a los radicales como partícipes de las conspiraciones para derrocar al gobierno constitucional.
Efectivamente la posición de Alfonsín, y del resto de sus amigos, era que la situación no daba para más, que Perón había llegado a un punto sin retorno.
Durante el gobierno peronista, en Chascomús las autoridades policiales recibían órdenes precisas. Había que detener a los disidentes, aunque muchos de esos muchachos sabían de antemano cuándo podía llegar una orden de detención por algún vecino amigo que trabajaba en la comisaría.
Así, en una oportunidad, uno de sus compinches huyó por la laguna en un bote y después abordó un vehículo que lo esperaba en la orilla de enfrente.
Distinta suerte tuvo otro de ellos. Lo fueron a buscar a la salida del cine. El encargado del operativo esperó a que terminara la función y le comunicó respetuosamente a Omar “el Vasco” Goñi, uno de esos jóvenes señalados, que debía trasladarlo detenido. Goñi le pidió unos minutos porque había ido al cine con su madre y debía acompañarla a la casa. El policía aceptó.
En uno de esos días Alfonsín también quedó detenido en la comisaría principal del pueblo por unas horas acusado de agitación y desorden. Las condiciones de enclaustramiento eran particulares. Allí podía recibir a sus amigos, fumar y pedir que le llevaran la comida desde su casa.
Un comisario de rango de La Plata se enteró de la flexibilidad de los encargados de la seguridad chascomunense y le pidió al responsable de la comisaría que actuara con rigor. A menos que los superiores hicieran una inspección, ninguno de los policías estaba dispuesto a adoptar un régimen que lo enemistara con los vecinos.
En el plano partidario, los radicales tenían su propio terremoto.
En el orden local, en noviembre de 1955, una interna de la UCR convirtió a Alfonsín en presidente del comité de Chascomús, cuyo mandato prolongó por dos años más en 1957, desplazando a los hermanos Alfredo y Erasmo Goti, quienes habían comandado los destinos políticos partidarios del pueblo durante años y años. Sin dudas era un golpe de audacia enfrentarse a los caudillos tradicionales, y como consecuencia de esa movida Alfonsín empezó a caminar unos pasos por delante del resto de sus correligionarios locales.
El 23 de enero de 1956, Alfonsín asumió la presidencia del comité de Chascomús.
Difundió un documento de su propia autoría, que hizo llegar a los afiliados, en el que sostenía que “la libertad nos permite ahora realizar la construcción radical”. Destacaba que Chascomús fue “la primera en la lucha brava de la resistencia y la rebeldía” frente al Gobierno peronista.
También abordó el tema de la unidad en un partido al borde de la ruptura.
“Por encima de las diferencias de los matices están los supremos ideales del partido”, resumía.
Desde la máquina de escribir mecánica y con cinta de carrete, Alfonsín empezaba a condensar en esos escritos las ideas que lo llevaban de a poco a colocarse en una línea distinta al resto de sus copartidarios, pero sin sacar los pies del plato.
Unos meses después, en noviembre de 1956, inauguraron una casa partidaria en Chascomús. Juan Carlos Pugliese, Ricardo Balbín y Crisólogo Larralde fueron los principales oradores del acto.
En la invitación al evento los organizadores remarcaban que el radicalismo no era simplemente un partido. “El radicalismo es un movimiento histórico nacional”.
En el plano nacional, a mediados de la década de los 50, los dos dirigentes de mayor peso del radicalismo habían transformado la discusión política en una grieta de proyectos que pronto serían insalvables. Arturo Frondizi, que representaba sectores dinámicos y pragmáticos del radicalismo, y Ricardo Balbín eran los protagonistas de la pelea de fondo.
Mucho antes, en 1945, esos mismos dirigentes marchaban juntos y fundaban el Movimiento de Intrasigencia y Renovación dentro de la UCR, con posturas que reivindicaban los principios yrigoyenistas, frente al sector denominado Unionismo, de ideas partidarias más conservadoras y que habían promovido la formación de la Unión Democrática.
El 4 de abril de 1945, en la ciudad de Avellaneda, el MIR fijó su posición. “La magnitud de los problemas que debe afrontar el país y la transformación social que está sufriendo el mundo obligan a todos los argentinos a expresar su criterio sobre la forma en que deben encararse las cuestiones de orden interno y externo. Y si ello es un imperativo general, los que suscribimos este documento nos sentimos aún más obligados, ya que somos integrantes de la Unión Cívica Radical, la gran fuerza nacional del civismo argentino”.
El joven Alfonsín no tenía dudas. Él estaba del lado de las lealtades a Balbín y así quedó claro cuando en noviembre de 1956, en la Convención Nacional de San Miguel de Tucumán, la UCR quedó partida en dos pedazos. Los radicales intransigentes (UCRI), con la mayor parte de la juventud radical, se quedaban con Frondizi, y los radicales del pueblo (UCRP), con Ricardo Balbín.
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