Carlos Mario Correa Soto - Narradores del caos

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Narradores del caos es un juicioso seguimiento de la crónica periodística latinoamericana que permite conocer cómo se la concibe, cuáles son los temas que trata y aquellos que no, cuál es el papel del cronista y su importancia dentro de la historia que narra, aspectos que la han revelado como un género vigoroso y la han convertido en un gran crisol donde bulle la memoria de la humanidad narrada, desde México hasta la Patagonia.

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No obstante, nuestro presente determinado como está por la omnipresencia del teléfono y de las redes sociales, donde todos los ciudadanos hablan a la vez pariendo información estandarizada –en palabras de Julio Villanueva Chang–, hace que la novedad siga “siendo la ilusión que producen las nuevas tecnologías y la intromisión en la intimidad, pero no una nueva visión del mundo”. Y en este orden de ideas, para este cronista y editor de cronistas latinoamericanos,

Una de las mayores pobrezas de la más frecuente prensa diaria – sumada a su prosa de boletín, a su retórica de eufemismos y a su necesidad de ventas y escándalo– continúa pareciendo un asunto metafísico: el tiempo. Lo actual es la moneda corriente, pero tener tiempo para entender qué está sucediendo sigue siendo la gran fortuna” (2012: 584, 585).

Enfrentado al tiempo y amparado en él, un cronista debiera –según la reflexión de la periodista chilena Marcela Aguilar– “rescatar lo que vale la pena y contarlo” con palabras que “debieran tener la fuerza de un conjuro y desplegarse sin envejecer”. Puesto que una buena crónica “se hace con los mismos materiales del periodismo diario y sin embargo tiene otras resonancias, se lee y se guarda de otra manera” (2010b: 9).

Quien escribe salva. Y quien escribe crónica, creemos que salva doblemente. Porque “no importa si eso que escribió queda guardado por años o siglos: en el momento en que alguien lo encuentre y lo lea, todo lo que está descrito allí revivirá” (Aguilar, 2010b: 9).

La periodista argentina Leila Guerriero advierte que la crónica es un género que, ante todo, “necesita tiempo para producirse, tiempo para escribirse, y mucho espacio para publicarse” (2012c: 620). Germán Castro Caycedo –el cronista mayor del periodismo colombiano contemporáneo– asevera que: “La falta de tiempo es la desgracia del periodismo de hoy” (Morales y Ruiz, 2014: 23). Mientras tanto su colega Gerardo Reyes –fogueado en las batallas y los medios del periodismo de investigación internacional– hace una rotunda declaración de principios: “Cuanto más tiempo le dedique uno a una historia, más cerca estará de la verdad” (Morales y Ruiz, 2014: 82).

Bien: la crónica periodística requiere de tiempo para investigarla y escribirla, y de espacio para publicarla. Además de osadía, talento y oficio para experimentar con formas de narrarla.

He ahí algunas de las circunstancias que en la actualidad favorecen a la crónica en varios países latinoamericanos, donde es investigada utilizando estrategias de reporteros y es escrita con las herramientas propias de novelistas y cuentistas por los denominados “Nuevos cronistas de Indias”. 5

Inicialmente encontramos al menos tres circunstancias que han hecho visibles a los “Nuevos cronistas de Indias”. Una, en 1995 la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI, creada en 1994 en Cartagena de Indias, Colombia), les comenzó a ofrecer seminarios y talleres 6de formación y a propiciar la creación de redes entre ellos; dos, a partir de 1999 el descubrimiento y la conquista de una zona franca, la de las revistas que en los primeros años del siglo XXI, con el refuerzo de los blogs 7, les compran, patrocinan y divulgan sus investigaciones y sus artículos; y tres, la aparición de un lector interesado en las historias de no-ficción, que un grupo importante de editoriales 8en español –las que también respaldan premios y encuentros– ha ido cultivando y masificando con la publicación de sus mejores piezas en libros antológicos y como “solistas”.

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez –miembro del Consejo Rector del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo, de la FNPI– aprecia que el símil más inmediato del nuevo cronista de Indias viene a ser Bernal Díaz del Castillo (Medina del Campo, 1495 o 1496-Guatemala, 1584), “porque, soldado de la conquista, ya viejo en su retiro de Santiago de Guatemala, al leer la Historia de las Indias y conquista de México (1552) de Francisco López de Gómara (Sevilla 1511-1564 o 1566), encuentra que un clérigo que se quedó en su muelle comodidad de Valladolid, le quiere contar su propia historia” (Ramírez, 2012). Y, entonces se rebela airado. Nadie puede venirle con cuentos porque la verdad está en su propio sudor y en sus penurias de soldado, y además, no solo es testigo de vista, sino protagonista. Y en un acto de rebeldía escribe su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (1575, copia manuscrita; 1632, edición impresa).

Se empeña así en no faltar a la verdad. Despoja su relato de todo lo que pueda tener olor de leyenda, o de mentira, o de exageración, y pretende que sean los hechos, en su exageración real, los que hablen por sí mismos.

El procedimiento de construir la realidad –señala Ramírez– no admite exageraciones gratuitas ni imposiciones mentirosas. Para parecer real, la realidad tiene que copiarse a sí misma. La crónica que cuenta hechos no puede ser mentirosa. Esta es la lección de Díaz del Castillo (Ramírez, 2012).

En efecto, Bernal Díaz del Castillo fue testigo de los tres intentos de colonización de México. Llegó allí en 1514 y en 1519 acompañó a Hernán Cortés en la última expedición. En su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España señala que, aunque carece de estudios, “lo que yo vi y me hallé en ello peleando, como buen testigo de vista yo lo escribiré, con la ayuda de Dios, muy llanamente” (Esquivada, 2007: 115).

Pero el calificativo “Nuevos cronistas de Indias” no es aceptado con comodidad por todos los cronistas latinoamericanos contemporáneos, pues hay entre ellos algunos que prefieren autodenominarse de modo sardónico como “Nuevos indios de la crónica”. 9Este subgrupo está encabezado por el chileno Cristian Alarcón, quien de esta manera hace una alusión al trabajo peliagudo, tanto mental como físico, que implica la elaboración de una crónica periodística, y a las retribuciones económicas precarias que este trabajo les aporta.

El testimonio que da Leila Guerriero es el siguiente: se demora entre uno y tres meses investigando una historia, no escribe nada que le tome menos de cinco días y puede pasarse entre quince y veinte días escribiendo una crónica, con jornadas –las cuales califica de “pesadillescas”– de doce, quince o dieciséis horas encerrada en su estudio. Por ejemplo, “El rastro en los huesos” (Guerriero, 2012b) –sobre el equipo de antropólogos forenses que identifica los restos de los detenidos desaparecidos durante la dictadura militar argentina–, publicada en la revista Gatopardo en 2008, corresponde a un trabajo de tres meses de entrevistas, cuarenta horas de grabación, cuarenta mil caracteres y treinta versiones (Figueroa, 2010: 39-41).

La mayoría de ellos tienen pesares compartidos, relacionados con la lucha por obtener más tiempo, más espacio y más dinero por su trabajo. El colombiano José Navia, quien durante veinte años fue cronista del diario El Tiempo , recuerda una anécdota en la que un jefe de redacción, para evitar discusiones con los reporteros, tenía un cartel en su mesa que decía: “Si tiene problemas de espacio, vaya a la NASA” (Ethel, 2008). Mientras en El Espectador , el editor judicial Luis de Castro tenía en la puerta de su despacho un letrero en el que prevenía a sus redactores: “¿Dónde le castro?”.

Josefina Licitra, otra de las autoras más notables de la crónica en Argentina, se lamenta de que los factores tiempo y dinero casi siempre faltan, pero de todas maneras destaca que se “hacen crónicas excelentes, sólo que a costa de que el cronista sacrifique su tiempo libre, su dinero y su salud para poder hacer lo que le gusta” (Ethel, 2008).

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