Fabio Humberto FSC Hno Coronado Padilla - Vida religiosa y casas de formación

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La intencionalidad del presente libro no es mostrar cómo debe ser la casa de formación alternativa a la que actualmente tenemos, tan solo se proponen pistas, criterios de acción, experiencias y caminos que la historia ha enseñado. La ruta nueva está por ser construida a partir de lo vivido, claro, con condición de que cada equipo de formadores responda: ¿qué dejar?, ¿qué reorientar?, y ¿qué crear ?. Este libro está destinado a los actuales y futuros formadores, a los responsables de la animación de la formación, a todos aquellos que deben desempeñar un rol en la orientación y la gobernanza de la vida religiosa y, por supuesto, a todo interesado en el tema.

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Retrocediendo en el tiempo, examinemos brevemente los seis movimientos. El primero fue el del Concilio Vaticano II. Como tantos otros acontecimientos de los años sesenta, los jóvenes de hoy lo perciben como algo ya muy antiguo, no logran darse cuenta cabal de su importancia. Si por alguna circunstancia deben estudiar su contexto y contenido, muchas cosas les causan risa, son para ellos tan normales y evidentes que no logran captar que no siempre fue así. En cuanto a quien esto escribe, mi recuerdo más antiguo de su influjo en la vida de la Iglesia es el verme muy niño en una misa dominical, donde vivíamos, el sacerdote del pueblo se esforzaba por aclimatar en los feligreses los cambios, para la fecha revolucionarios, suscitados en la liturgia. Motivaba y explicaba por qué ahora al dar la paz había que saludar de mano o de abrazo a los vecinos de banca. Después de tal ambientación didáctica invitaba a realizarlo por primera vez. Uno de niño lo vivía espontáneamente, sin ningún prejuicio, era chévere eso de sonreír y saludar al de delante y detrás. Sin saberlo comenzaba una nueva etapa eclesial.

De esa fecha acá han corrido torrentes de tinta sobre el análisis de este Concilio, sin ninguna duda, trascendental en la historia de los cristianos. Ahora no vamos a agregar nada nuevo a la comprensión de su impronta. Tan solo nos interesa llamar la atención en que con este se desencadena, entre múltiples hechos, una remoción de los cimientos del ser y quehacer de la vida religiosa. Los vientos de renovación que trajo a toda la Iglesia para que esta se despojara de tradiciones e imaginarios ancestrales desfasados del mundo contemporáneo, su inmersión en las realidades terrestres de las cuales se había alejado, su paso de una visión jerárquica y clericalista a una de comunión eclesial, en la que todos los bautizados son iguales por pertenecer al Pueblo de Dios, y la aparición de una Iglesia entendida como comunidad de comunidades que, sin negar la originalidad del ministerio pastoral de obispos y sacerdotes, favoreció el protagonismo de los laicos y, por lógica consecuencia, el surgimiento de una nueva manera de ser de la vida consagrada.

El segundo movimiento fue el del Aggiornamento. Palabra italiana que se hizo universal y pasó al lenguaje cotidiano de todas las familias religiosas. Significaba puesta al día, actualización. Fue un momento de verdadero kairós, de intervención intensa del Espíritu en el interior de la vida religiosa. Esta salió de su inercia y entró en un diálogo abierto y franco con el mundo moderno. El Concilio la había enrumbado hacia una adecuada renovación en tres aspectos fundamentales: vuelta al Evangelio, retorno a las fuentes fundacionales y una adaptación a las cambiantes condiciones de los tiempos. Cuando en nuestro medio comenzaron a tener eco estos lineamientos, recuerdo que cursaba los primeros años del bachillerato, acostumbrábamos a ver a los Hermanos, que dirigían el colegio, vestidos siempre con el hábito propio de su congregación. De pronto, un lunes, iniciando semana, aparecieron todos con traje de civil. No dejaba de ser curioso, raro y hasta exótico tal hecho. Los comentarios no se hicieron esperar, pero rápidamente asimilamos en la cotidianidad el nuevo look. Éramos muy jóvenes para ser conscientes de que se había iniciado una honda mutación en la vida religiosa.

Se trataba entonces de transformar el estado de perfección evangélica hecho a base de uniformidad, regularidad, silencio y aislamiento, por un estilo distinto que no se sabía a ciencia cierta en qué consistía. No obstante, la apertura a la modernidad y el contacto con la realidad, el ingreso a los estudios universitarios, aunado a una vigorosa reflexión teológica desde la praxis pastoral fueron señalando el camino a seguir. La misión se fue renovando al igual que el estilo de vida fraterna. Se modificaron las estructuras de gobierno, de formación y de manejo de los bienes. Se suscitó una disminución numérica que si bien produjo grandes crisis, también ayudó a purificar dando a luz una cualificación en la espiritualidad y en la vida religiosa. De todas maneras es importante acotar que la salida de numerosos religiosos condujo a un desplazamiento de la animación pastoral directa, cara a cara con los destinatarios de la misión, a procesos de gestión administrativos. Entre los Hermanos Lasallistas su ocupación fundamental como lo era la clase se remplazó por la oficina, como imagen del burócrata y administrativo. Al mismo tiempo, más por aceptación dura de la realidad que por conversión hacia el laicado, se inició un proceso continuo y creciente de participación de los seglares en tareas antes asignadas a religiosos.

No hay mejor síntesis que ilustre esta coyuntura histórica que el numeral 3 del decreto Perfectae caritatis en el cual se señalan los criterios prácticos para la renovación; estos eran: “La manera de vivir, de orar y trabajar ha de ajustarse debidamente a las actuales condiciones físicas y psíquicas de los miembros y, en cuanto lo requiere el carácter de cada instituto, a las necesidades del apostolado, a las exigencias de la cultura, a las circunstancias sociales y económicas, en todas partes, pero señaladamente en los lugares de misiones. Según los mismos criterios, ha de revisarse también la forma de gobierno de los institutos. Se revisarán, por tanto, convenientemente las constituciones, ‘directorios’, libros de costumbres, preces y ceremonias y otros códigos por el estilo, y, suprimidas las ordenaciones que resulten anticuadas, adaptándose a los documentos de este sagrado Concilio”. Todo esto lo que finalmente vino a generar fue un cambio radical en los usos y costumbres de los Institutos, promovidos estratégicamente por los capítulos generales tenidos inmediatamente después del Concilio. Como fruto maduro de estos años aparecieron las nuevas Reglas que condensaron la nueva visión de vida consagrada que cada agrupación religiosa se dio a sí misma. Cabe señalar que eran unas Reglas más carismáticas que normativas en comparación con las precedentes.

El tercer movimiento fue el de la Opción por los pobres. No bastaba con adecuarse al mundo moderno, ya inmersos en este había que ser críticos de la realidad a medida que se iba tomando conciencia de la pobreza, la opresión y la injusticia estructural. La vida religiosa no podía únicamente contentarse con pensar la realidad, era necesario transformarla. La miseria de todo un continente exigía la solidaridad activa con los más pobres. Entonces se suscita un desplazamiento, un éxodo de las comunidades religiosas ubicadas normalmente en grandes instituciones al servicio de los más privilegiados de la sociedad, para inculturarse e insertarse en comunidades, barrios y regiones de los estratos poblacionales menos favorecidos por la fortuna. En Latinoamérica y el Caribe los distintos carismas de la vida consagrada se arriesgaron a vivir en fidelidad creativa la consigna visionaria de Juan XXIII: “la iglesia es y quiere ser la iglesia de los pobres”.

Acudiendo otra vez a la propia experiencia, fue muy polémica, incluso en mi familia, las opciones de un grupo de religiosas (entre ellas una tía mía) pertenecientes a una congregación docente de la ciudad en la cual vivíamos, de cambiar los tradicionales hábitos monjiles por la vestimenta corriente de las mujeres, conseguir trabajo en colegios estatales e irse a vivir a uno de los barrios más pobres de la ciudad. En medio del escándalo suscitado en el interior de su Congregación recuerdo haber ido a visitarlas con mis padres, era impactante la sencillez con la cual vivían, la gran acogida y alegría de la gente por su presencia y el generoso trabajo que realizaban. Mientras estuvo al frente de la provincia una Hermana abierta al cambio con liderazgo fraterno y espiritual, esta comunidad en inserción se sostuvo y avanzó. Pero luego vino una provincial conservadora y retrógrada, quien asfixió a las Hermanas con sus críticas y decisiones, la tensión llegó a tal punto que todas decidieron retirarse de la Congregación. Como este ejemplo que narro son muchos los que ocurrieron a lo largo y ancho de los países. Lamentablemente no siempre fueron comprendidos y acogidos los visionarios que abrieron trocha para el alumbramiento de una vida consagrada más auténtica.

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