Concretamente a veces nos gusta lo que nos hace daño, nos atrae lo que nos hace mal.
Puede ser: una comida, una bebida, una droga, una idea, un amor...
La civilización contemporánea favorece, empuja y promueve el malestar y lo lleva lejos. En el horizonte nos encontraremos con el racismo, como la expresión máxima del fracaso de la regulación de las relaciones de los hombres entre sí en que tanto insistió Freud.
Cultura y civilización
Pero todavía no hemos avanzado lo suficiente en la distinción entre cultura y civilización.
Un autor que avanzó en esa dirección fue Lévi-Strauss. Él define la cultura como “todo conjunto etnográfico que desde el punto de vista de la prospección presenta, con relación a otros conjuntos, variaciones significativas”. (8)
Se nota en la definición el espíritu del estructuralismo que tanto influyó en Lacan en su primera enseñanza.
Dicha definición nos sirve a los efectos de subrayar lo que el autor llama “variaciones significativas”. Hablar de cultura siempre nos lleva a hablar de diferencias: una cultura se caracteriza por su diferencia con otra cultura que es diferente a otra y así sucesivamente.
Ahora bien, Lévi-Strauss también subraya que hay varios sistemas de cultura simultáneos a los cuales pertenecemos: somos de un barrio, de una provincia, de un país y al mismo tiempo pertenecemos a una familia, tenemos o no una religión, una ideología, etc.
El autor se da cuenta que todo ese nominalismo no puede ser llevado hasta sus últimas consecuencias pero quiere fundamentar la cultura en la diversidad, en la diferencia, o como la llama él mismo, en la distancia diferencial.
Las costumbres particulares, las maneras de vivir y, en nuestro lenguaje, las distintas maneras de gozar de conjuntos de individuos, hacen a toda cultura en su diferencia con otras culturas.
Pero además Lévi-Strauss se da cuenta también que “Ninguna cultura es capaz de emitir un juicio verdadero sobre otra, puesto que una cultura no puede evadirse de ella misma”. (9)
En cambio, cuando empezamos a hablar de civilización, se terminaron las diferencias y/o la diversidad.
A la civilización hay que pensarla como un todo que incluso abarca varias culturas.
El término globalización indica ese pasaje de cultura a civilización.
Pero no se termina la cuestión en la globalización. Ésta también implica uniformidad y así, lentamente, entramos en el malestar en la civilización.
Lo que se intenta volver uniforme es el goce y ese programa entra en contradicción con las formas de goce culturales.
Los términos: pensamiento único, unisex, etc., indican ese intento de hacer equivalentes cosas que no lo son. Lo veremos más en detalle.
Así, de a poco, se consigue en muchos casos eliminar, hacer desaparecer las diferencias y ya se nota el peso de imposición que conlleva la uniformidad y el malestar que provoca.
La civilización fuerza lo igual y las culturas resisten con la diferencia.
El mantenimiento de ciertas costumbres culturales entra en contradicción, choca con la civilización. De allí que se hable de la necesidad de asimilarse, adaptarse. ¿A qué? A la civilización, dejando un poco de lado las costumbres culturales.
Así que hay un doble aspecto del malestar: el correspondiente a cada cultura y el que viene de la mano de la civilización.
La clave del malestar en la civilización lo da el objeto de consumo. No tanto el consumo en general, sino el objeto de consumo en particular.
No es que no se trate del consumo en las culturas. Pero el consumo que impone la civilización es un consumo muy especial.
El plus de gozar es lo que permite aislar la función del objeto de consumo en la globalización.
Cualquier mercancía se adquiere por su valor de goce, pero ese valor de goce está sostenido sobre un trasfondo de pérdida de goce, de insatisfacción.
Este circuito está anclado exclusivamente en la ambigüedad de la función que caracteriza al plus de gozar: evocar un menos de goce ofertando un más de goce, ambigüedad que explica el porqué de la urgencia por derrochar los objetos en los que se encarna, en las mercancías en las que se adhiere, un plus de gozar que se revela como un goce que no es suficiente, que reaviva de inmediato la insatisfacción de base.
De allí que cualquier objeto de consumo que se adquiere en el mercado provea de una satisfacción fugaz, evanescente, transitoria. El objeto es efímero en tanto no se lo usa sino que se lo consume. El movimiento de consumo como tal lleva a querer volver a consumir, por la insatisfacción que renueva.
Lacan estableció lo que para él representaba el malestar en la civilización: “Un plus de gozar que se obtiene de la renuncia al goce, si se respeta el principio del valor del saber”, saber inscripto en la homogeneización de los saberes en el mercado. (10)
Allí, en ese movimiento perpetuo, ubicamos el malestar en la civilización como heredero del malestar en la cultura o, lo que es equivalente, el pasaje del discurso de amo antiguo al discurso capitalista.
Tendremos oportunidad de retomar estos temas en otros capítulos, pero en éste queremos subrayar que en ambos se trata de satisfacción, pero que en uno –el primero– la satisfacción queda restringida a un cierto límite que se pierde en el segundo.
En el discurso capitalista el plus de gozar sostiene la realidad ayudado por el saber científico y sus aplicaciones técnicas, lo que hace decir a Miller que “la ciencia integrada al discurso capitalista nos da un plus de gozar desregulado”. (11)
A pensar, en el psicoanálisis, las consecuencias en el cuerpo del malestar en la civilización actual, ya que Lacan tiene la idea de que lalengua civiliza el goce.
Esa civilización que el cuerpo consigue es por la vía del objeto. Hasta allí no podríamos hablar de ningún tipo de desregulación. Todos gozamos de objetos y, de alguna manera, somos ese objeto.
Pero al entrar ese objeto en el circuito del plus de gozar que describimos, la desregulación se hace presente.
El malestar en la civilización
Lévi-Strauss observó muy tempranamente que la civilización occidental provocaba que “el mundo entero tome prestado progresivamente de ella sus técnicas, su género de vida, su modo de entretenerse e incluso su modo de vestir”. (12)
Él detectó la universalización de la civilización occidental y resume en la definición que acabamos de citar mucho del desarrollo que realizamos, a saber: el papel de la técnica de la ciencia en la civilización contemporánea, el intento de instaurar un modelo de vida único, la uniformidad del goce, etc.
Y, anticipadamente, adjudica dos valores a la civilización occidental: el procurar incrementar continuamente la cantidad de energía por habitante, y proteger y prolongar la vida humana, es decir, plus de gozar y biopolítica. Lo retomaremos.
Nos entrega finalmente su idea de “preservar la diversidad de las culturas en un mundo amenazado por la monotonía y la uniformidad”. (13)
Conclusiones
De lo diferente a lo mismo, de lo distinto a lo igual, hay el pasaje de la cultura a la civilización.
En el retorno la civilización diluye, difumina y en el límite disuelve culturas.
La civilización consolida lo uniforme sostenido en el plus de gozar y eso hace al malestar que la caracteriza correlativamente a todo lo que se ha indicado de decadencia de la función del padre en nuestra civilización, que es también la decadencia del discurso del amo y su reemplazo por el discurso capitalista.
A veces las diferencias relativas que caracterizan a las culturas empiezan a adquirir matices de absoluto. Es otra de las formas en que se presenta el malestar.
Así como un individuo es reacio a sacrificar su diferencia en pos de la comunidad, cada cultura reafirma e inventa a partir de la diferencia con la cultura vecina, en un proceso que puede quedar en una suave discriminación o virar a un racismo desatado.
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