14- LACAN, J., “Proposición del 09/10/67”, en Momentos cruciales en la experiencia analítica, Manantial, Bs. As., 1987, págs. 17/18.
CAPÍTULO II Del malestar en la cultura al malestar en la civilización
El malestar en la cultura
Freud escribió sobre el malestar en la cultura en 1930 pero, poco a poco se produce un desplazamiento del término cultura al de civilización cada vez que ese texto es citado por diversos autores.
Freud utilizó efectivamente el término Kultur, cultura, y con él designó “la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y que sirven a dos fines: proteger al hombre contra la naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí”. (1)
Pero la cultura falla irremediablemente en el cumplimiento de sus fines, lo que genera el malestar que es inherente y consustancial a ella.
Especialmente el segundo fin –regular las relaciones de los hombres entre sí– pareciera incumplible.
En las relaciones que competen a un sujeto en tanto vecino, colaborador, miembro de una familia, etc., siempre habrá posibilidad de desencuentros, enemistades, segregación.
Aun en el caso en que el poder de la comunidad reemplaza al del individuo, paso decisivo hacia la cultura, encontramos que ese poder de la comunidad es resistido, trasgredido, cuestionado.
Es que la cultura impone restricciones que no son fáciles de tolerar: la cultura incomoda, insatisface.
Del individuo a lo colectivo el equilibrio fracasa por lo que Freud concluye parcialmente que: “Uno de los problemas del destino humano es el de si este equilibrio puede ser alcanzado en determinada cultura o si el conflicto es en sí inconciliable”. (2)
Tomemos nota de la aparición en el texto freudiano de la constitución de dos polos que nos vienen del capítulo anterior y que reaparecerán como tema en todo el desarrollo del presente libro.
Ahora bien, si seguimos sus argumentos nos encontramos con la manera en que él ya leía el síntoma en lo social en su época. Comienza diciendo que hay un ideal común en los individuos que es: aspirar a la felicidad. Pero la felicidad es un fenómeno episódico. Uno le dedica más tiempo a evitar el sufrimiento.
El sufrimiento para Freud proviene de tres fuentes: el cuerpo, el mundo exterior y las relaciones con otros seres humanos.
En la tercera de las fuentes hay un eje de todo el texto que lleva directamente al malestar.
En ese contexto Freud explica un síntoma: el aislamiento voluntario, el alejamiento de los demás, que lee como “el método de protección más inmediato contra el sufrimiento susceptible de originarse en las relaciones humanas”. (3)
Su conclusión en esta parte de su desarrollo vale la pena recordarla: “La felicidad... es meramente un problema de la economía libidinal de cada individuo. Ninguna regla al respecto vale para todos, cada uno debe buscar por sí mismo la manera en que pueda ser feliz”. (4)
Tenemos entonces en relación al malestar la presencia de la satisfacción –es decir el goce– y cómo cada individuo se las arregla con eso.
Pero en tanto la cultura pretende ligar a los miembros de una comunidad con lazos libidinales se encuentra con que: “Las pasiones pulsionales son más poderosas que los intereses racionales”, por lo que “siempre se podrá vincular amorosamente entre sí a mayor número de hombres con la condición de que sobren otros en quienes descargar los golpes”. (5) El texto incorpora a partir de allí las tendencias agresivas, es decir, la puerta por donde se va a colar la pulsión de muerte.
Pero antes de desplegar ese tema nos encontramos con el narcisismo de las pequeñas diferencias, algo aparentemente inofensivo que satisface las tendencias agresivas de una comunidad logrando la cohesión de sus miembros precisamente por la diferencia con otra comunidad. Distintos nombres que van tomando en Freud la segregación y el racismo.
Ahora sí estamos en condiciones de decir cuál es el mayor obstáculo con el que tropieza la cultura: la pulsión de muerte.
Que la llame impulso de agresión y destrucción si se manifiesta en el exterior o sentimiento de culpa si se manifiesta en el interior del individuo, nos orienta en las maneras en que el malestar se expresa.
El nombre del malestar en la cultura es: pulsión de muerte.
De la mano del concepto de pulsión de muerte Freud escribe dos textos sobre la guerra en los cuales el término cultura cede terreno al de civilización, en el propio Freud.
Mientras se trate de “regular las relaciones de los hombres entre sí” el término que predomina es el de cultura, pero en cuanto pasamos a las relaciones entre naciones, pueblos, razas, empieza a predominar el término civilización.
Pero ya sabemos que la pulsión de muerte está presente en una y en otra, que ella es inherente a cada individuo pero “pasa” a la cultura/civilización y da el fundamento, el soporte del malestar.
Así que, hablemos de cultura o civilización, el malestar es estructural.
Y Freud advierte que “no se trata de eliminar del todo las tendencias agresivas humanas, se puede intentar desviarlas, al punto que no necesiten buscar su expresión en la guerra”. (6)
Tenemos en esa definición un Freud impolítico que demanda un imposible pero no deja de intentarlo, aun a sabiendas de que hay “muchos más hipócritas de la cultura que hombres verdaderamente civilizados”. (7)
Su pregunta de si se necesita o no una dosis de hipocresía para conservar la cultura no hace más que revelar el costado pesimista de su concepción. Retomaré esta cuestión.
Resumiendo: pensemos los dos términos, cultura y malestar tal cual se presentan en Freud en esa época.
Cultura viene a reemplazar a naturaleza, ese es el primer paso. Segundo paso, el malestar viene al lugar de un bienestar supuesto, perdido, mítico.
¿Qué quiere expresar Freud con estos desarrollos? Que algo de indomable, imposible de regular, ajeno a la cultura debe tener la naturaleza... humana, que resulta necesario “culturizarla” aun sabiendo que tratamos con un imposible.
Pero también algo falla siempre en el bienestar posible, tanto de un individuo como de un conjunto de ellos, que el malestar se impone, que la felicidad queda recluida a un fenómeno episódico.
Recordemos que Freud ya escribió “Más allá del principio del placer” y se encontró con la pulsión de muerte.
Hasta ese texto Freud se hacía la idea de que el principio del placer se correspondía de alguna manera con el bienestar y se reducía a mantener la tensión lo más baja posible.
El programa del principio del placer se orienta a obtener placer y evitar el displacer.
Pero a partir de “Más allá del principio del placer” la teoría freudiana cambia radicalmente. Hay allí lo que Freud llama la compulsión a la repetición, que es la manifestación en un sujeto de la pulsión de muerte.
Pero ya sabemos que esta pulsión de muerte puede manifestarse en el exterior a través de lo que Freud llama el impulso de agresión y destrucción, por lo que el destino de la pulsión de muerte termina siendo la cultura.
No se resuelve la cuestión pensando que la cultura misma es represora y al individuo no le queda más remedio que la trasgresión. Mucho menos en esta época.
Siempre fallamos de la misma manera (compulsión a la repetición), pero esa manera de fallar es diferente en cada quien. Trasladada a la cultura garantiza la continuidad del fallar en relación al semejante, y eso es estructural.
Pero aparte, el psicoanálisis verifica que en ese sufrimiento que conlleva la compulsión a la repetición hay satisfacción-goce. Esa satisfacción-goce en el sufrimiento es lo que Freud denomina “más allá del principio del placer”.
Читать дальше