El deseo del analista es un deseo que está más allá de toda identificación, es un deseo sin Otro, es decir sin identificaciones simbólicas ni imaginarias. Es también un deseo sin fantasma. El deseo con fantasma es el deseo neurótico, un deseo que se hace difícil de sostener. El deseo del analista siempre está en cambio interrogando identificaciones.
Esto está planteado ahora en nuestra Escuela. La organización Escuela está pensada y sostenida en el discurso psicoanalítico. ¿Qué significa esto? La Escuela no propone caminos para entrar ni para formarse en ella, es una Escuela sin criterios de formación. La Escuela deja un vacío y cada uno tendrá que inventar su camino para responder a esos interrogantes. Es una propuesta difícil de sostener. Es por esto que los síntomas son inevitables. El primer síntoma fueron los efectos de grupo ligados a las transferencias preexistentes a la Escuela. El paisaje como representante de la diversidad fue la categoría que se usó como opuesta a los criterios que siempre resultan homogeneizadores. La Escuela es un dispositivo para trabajar contra estos efectos.
Como saben el efecto actual es el “efecto de grupo político”. A mi entender no hay que confundirlo con lo que se ha dado en llamar la grieta que afecta a nuestro país. En la Escuela no hay antis, existe la identificación política de un grupo que dejó de lado el deseo del analista para asumir una identificación.
A este grupo de identificados políticamente les resulta impensable que no haya antis, entonces los inventan, los construyen, los ven, les parecen evidentes: es la potencia de la creencia. Alucinan macristas, dictaduras, desaparecidos. Mi trabajo es justamente el de tratar de eludir la trampa de la identificación. Esto no es fácil. Podemos decir que para un identificado no hay nada mejor que otro identificado.
No hay nadie que pueda decir qué hay que hacer para entrar a la Escuela. Lo que hay que hacer es transmitir algo que convenza a los dispositivos de la Escuela de que reconocer a esa persona como miembro será un aporte para ella. Cuando el pase a la entrada tenía vigencia, Miller entendía que lo ideal era que a la Escuela entraran sujetos divididos, es decir sujetos cuyas identificaciones no recubrieran la división.
Las instituciones analíticas nunca tuvieron esta estructura. Las instituciones psicoanalíticas realizaban una selección de sus candidatos a ser miembros a través de una serie de entrevistas luego de las cuales se iniciaba un recorrido: un primer año en el que se estudiaba a Freud, años subsiguientes en los que se estudiaba a Lacan, luego a los post-freudianos, etc., hasta que el aspirante se recibía de psicoanalista. También debía acreditar determinada cantidad de horas de análisis y tantas horas de control.
¿Cómo se llega a ser psicoanalista en una Escuela lacaniana? No se llega. El psicoanalista se sostiene de sus actos. Te las tenés que arreglar, tenés que inventar tus respuestas. A mi entender, no hay “la formación”. La formación es el camino que cada uno va procurándose. Esto implica un vacío. Cuando los miembros se agrupan, esa incorporación a un grupo es una forma de recubrir el vacío. Esa es la función de la identificación.
¿Cómo se dan los reconocimientos en la Escuela? La Escuela cuenta con un dispositivo que funciona como un periscopio que de pronto capta que de todos los analistas hay uno que se destaca porque hizo una buena intervención en una asamblea, porque presentó un caso que produjo comentarios especialmente interesantes. El periscopio de la Escuela funciona y capta que determinado analista tiene una práctica y vive del psicoanálisis. Cuando a veces les cuento algunos “escándalos” lo hago para que se vea un poco la cocina de la Escuela, y para que se entienda cómo es la cuestión.
En los primeros tiempos hubo que nombrar AME (Analistas Miembros de la Escuela), analistas que pudieran ser reconocidos por la Escuela por ser aquellos que efectivamente tenían una práctica. No se trataba de que fueran analistas per se sino que tuvieran una práctica reconocida socialmente como la práctica de un analista. La idea es que el analista se demuestra en su práctica y en su intervención, y no en un título que no asegura nada. El analista tiene que probarse tal cuando habla, cuando presenta casos. AME quiere decir que es una persona que está reconocida por la comunidad como alguien que sostiene una práctica psicoanalítica y que no ha producido demasiados trastornos.
Retomemos la cuestión del problema que plantean los efectos de grupo. Estos implican que uno, una vez que está implicado en un grupo, elija por el grupo y no por los principios del psicoanálisis. La pertenencia a un grupo se sobreimprime sobre los principios y sobre las calificaciones. Acá en la Escuela tenemos ejemplos de grupos muy consolidados, de manera que cuando algunos miembros de ese grupo están en la conducción de la Escuela, elijen para las actividades por la pertenencia al grupo proponiendo solo a miembros de ese grupo. Paralelamente cuestionan todo lo que no sea de su grupo, cuando su identificación tendría que ser a los principios de la Escuela. La identificación política no se corresponde con el deseo del analista, y por eso creo que hay que cuidar mucho cómo se articula la posición política. Por supuesto que estamos todos de acuerdo en que cada uno tenga su posición política, pero otra cosa es cómo se asienta esa posición política con la identificación política sobre el deseo del analista. Un analizante me comentó que sospechaba que yo no compartía sus posiciones políticas. Era víctima de sus amigos identificados que le decían que yo era gorila. Le confirmé inmediatamente: “Es cierto, soy gorila, peruano, boliviano, mujer, judío, negro y gay”.
Esto está siendo un trastorno en el marco de nuestra Escuela. Los lacanianos debemos hacer al revés. A los analizantes de origen judío los derivamos a analistas árabes. Ustedes se ríen pero es lo que hizo Lacan cuando los judíos ortodoxos de Estrasburgo le pidieron un analista para que los visitara. Lacan les envió a Moustapha Safouan. El analista debe estar fuera de las identificaciones, el analista está para interrogarlas. Si el sujeto está identificado no puede interrogar las identificaciones. El analista tiene que funcionar con una escucha enrarecida, que no comprende lo que dice el analizante, que no establece ningún tipo de complicidades sino que actúa siempre como un objeto extraño, como un gorila que nunca se cree King Kong. El deseo del analista implica que nunca vas a encontrar al analista donde lo esperás.
No puede haber puntos especulares de coincidencias, debemos estar siempre en el lugar del objeto a. Cuando el objeto a entra en el campo desorienta, mueve las identificaciones. Ahora bien, ¿cómo se destituyen las identificaciones? Se trata de una vieja pregunta a la que siempre le queremos dar una vuelta más. Históricamente se habló de la identidad de una persona. La identidad era la acumulación de una serie de identificaciones, una coagulación de identificaciones. Lacan dice que cuando hablamos de identificación debilitamos la llamada identidad. Todo el camino que señalé como recorrido para la deconstrucción del Otro es realizado a partir de cuestionar identificaciones. La pregunta es: ¿cómo se cuestionan? En algún momento se planteó que enumerar las identificaciones es una forma de levantarlas. Para mí no es así. Enumerar las identificaciones a la madre, al padre, etc., o sea, ir extrayendo y mencionando esas supuestas identificaciones, a mi entender más las refuerza que las conmueve.
Lo que mueve las identificaciones es la posibilidad de que el sujeto se represente por otro significante que no sea aquel por el cual estaba representado hasta ese momento. La primera identificación conmovida es la de la entrada al análisis. La entrada al análisis es un acto, lo que quiere decir que a partir de él, el sujeto se representa por otro significante que nunca lo había representado.
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